Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Fuego y locura - por Vic

Caminaba con paso decidido, respirando el ambiente despejado que la tormenta de la noche anterior había dejado. Al lado del camino aún quedaban algunos charcos que reflejaban las nubes grises, y la hojarasca se apelmazaba alrededor de los árboles. Al llegar al edificio, no esperó, directamente empujó la puerta y cruzó al otro lado.
De un rápido vistazo pudo observar que a lo largo del pasillo había cuatro puertas laterales que daban acceso a las clases y, al final, otra más que se encontraba entreabierta, y por donde entraba la poca luz que le iluminaba en ese momento. Las ventas estaban recubiertas por una fina capa de ceniza, al igual que el suelo por donde iba dejando la marca de sus zapatos. La atmósfera era irrespirable, el aire entraba espeso en sus pulmones, amenazando con hacerlo toser.
De un modo rápido pero concienzudo, fue repasando las clases. Sabía lo que tenía que hacer, sabía lo que buscaba y lo tenía que encontrar. Pronto llegarían los demás, pero el tiempo que él se había adelantado era clave. Antes las mesas y sillas estaban ordenadas, en la pizarra aparecían dibujadas grandes vocales, y junto a la puerta, encima de las mochilas y chaquetas de vistosos colores, un gran cartel que servía para aprender el tiempo señalaba lluvia. Ahora no había nada, no había nadie. El fuego lo había devorado todo, tiznándolo de horror y desesperación. No hay vida, pensó, y el corazón le dio un vuelco, palpitando desbocado, pugnando por salir y alejarse de aquel sitio maldito.
Tras recorrer todos los rincones se dirigió al final del pasillo y salió al patio. Aspiró con fuerza, recibiendo una bocanada de aire con la que aliviar sus pulmones. De un vistazo lo recorrió todo. A su derecha había una fuente y un banco a cada lado. A la izquierda una zona de juegos, con un tobogán y columpios. Justo frente a él, entre los árboles que limitaban la zona de juegos, algo se movió y, sin pensarlo dos veces, se lanzó a correr para cruzar el patio. Tenía que ser ella.
—¿Qué está pasando? —preguntó todavía ronco, mientras la cogía fuertemente de los hombros.
—Tú no deberías estar aquí.
—¿Qué estás haciendo? ¿Qué ha sucedido aquí?
—No, tú no deberías estar aquí. Este sitio es solo para nosotros —y abrió los brazos abarcando a todo su alrededor, mirando al vacío, sonriendo—. Sólo los niños y yo. Nadie más.
—¿Dónde están los niños? —preguntó zarandeándola con fuerza, con rabia—. Aquí no hay nadie, no están, ¿es que no te das cuenta?
—Sí, sí que están. Todos conmigo, siempre conmigo, jugando a mi alrededor. Son tan pequeños que necesitan siempre mi atención. ¿Acaso no los oyes? ¡Oh pobre! Tú no eres como yo claro. Tú eres como ella.
—¿De qué estas hablando? ¡Dime dónde están los pequeños!
—¿De qué estoy hablando? Hablo de ella —ahora lo miraba con furia—. Ella quería quitarme a mis niños. Pero yo no se lo podía permitir, no podía. Así que hice lo único que estaba a mi alcance para salvar a los pequeños, salvarlos de ella. El fuego es tan poderoso…
No podía ser real lo que estaba entendiendo. El nerviosismo le llegaba en oleadas de ardor a su estómago. Notaba las manos agarrotadas apretando con fuerza los hombros de ella, que seguía hablando de los pequeños con la mirada perdida en el vacío, y la ira reventando sus pupilas cuando mencionaba a su compañera.
Entonces sintió movimiento a su alrededor. Vio a gente que le hablaba. No entendía, no escuchaba, no alcanzaba a oír. Notaba cómo lo separaban de ella, y como todo su cuerpo se aflojaba, sentándose lentamente en el suelo mientras las lágrimas lo emborronaban todo a su alrededor.
—¡Papá!
Entre el murmullo incomprensible de ruido a su alrededor escuchó la voz de su hija, y como un resorte se levantó, mirando a su alrededor, buscándola. Trataban de calmarlo, pero él se agitaba buscándola por todas partes.
—¡Papá! —volvió a escucharla. Era ella.
—¿Dónde estás hija?
Entonces la vio, detrás de los árboles, al otro lado de la valla que limitaba el patio. Todos se giraron para observar que era cierto lo que estaban oyendo. Y entonces fue cuando vieron a todos aquellos pequeños de ojitos grandes y asustados, que habían conseguido salvarse del fuego y la locura.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

1 comentario

  1. 1. Wolfdux dice:

    ¡Felicidades por tu relato! Me ha dejado pegado a la pantalla. Excelente historia y con un estilo que me gusta.

    Escrito el 4 noviembre 2014 a las 12:30

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.