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Hacer polvo - por Romina Eleonora Mc Cormack

El anciano encontró la llave en el portafolio con el que había ido a trabajar durante sesenta años.
El comienzo de su retiro había sido tan desconcertante que lo llevó a abandonar todo lo que recordara su vida útil en el rincón del placar donde ahora lo reencontraba. Todo lo que lo rodeaba había adquirido ese hálito de estar suspendido en el tiempo. Nada había sido tocado después de que cesara su vida de trabajo. Hasta que murió su esposa y comenzó el fin de su propia vida. Entonces, decidió revisar los rincones, los muebles pesados y vetustos, las alacenas llenas de paquetes y latas cuyas fechas de vencimiento también recordaban otros tiempos. Sentía la necesidad de preparar la casa para la muerte que percibía golpeando la puerta.
Como si hubiese estado esperándolo, tras veinte años, el portafolio se mantenía intacto. Dentro se encontraban los lentes que dio por perdidos tiempo atrás y que fueron reemplazados por muchos otros que se perdieron del mismo modo. Tocó su pecho y allí estaba el último par, colgando de la cinta que le había atado su esposa antes de morir.
También encontró algunos papeles que quizás habría buscado en vano algún tiempo. Papeles que le recordaban que su función había sido importante en el trabajo, aunque insustancial para la historia del mundo.
En el fondo, encontró unos clips, unas banditas elásticas y unos recibos. Y, acurrucada en un rincón, entre lo que parecían las migas de su antigua vida laboriosa, la llave. No la reconocía. Entonces, a sus oídos llegó el sonido del reloj de pie del comedor y recordó que en la caja su esposa guardaba bajo llave lo que ella llamaba cosas sin importancia.
La llave abría el vidrio que protegía del polvo las manecillas del tiempo y ese cubículo de madera con estantes.
Dentro encontró, acomodadas en arcas, joyeros y urnas todos los recuerdos de su vida. Pequeños féretros de fotos, cartas, anodinos suvenires. Imágenes de otros tiempos, otras costumbres, otras modas, otros sentimientos. Todos los sueños futuros que no se habían concretado. Todas las esperanzas depositadas en los tiempos venideros que se fueron desanimando con la vida cotidiana. Las suyas, las de su esposa. La vida excitante que la juventud les había prometido y negado.
A medida que extraía los recuerdos de sus cajitas, los arrojaba hacia atrás y se convertían en polvo. Partículas de recuerdos que iban a posarse sobre los muebles vetustos. Cada foto de su juventud, junto a su esposa o con sus antiguos amigos del bachiller, fue desintegrándose entre sus manos. Las cartas de amor, cartas a sus padres, a sus hermanos lejanos, las felicitaciones, los pésames por las muertes de todos los que poblaron alguna vez su árbol genealógico, todo se disgregaba después de darles una ojeada de devoción. Incluso los pequeños obsequios y recuerdos de viajes se desintegraban en el aire para posarse cenicientos entre los trastos, en rincones, paredes, placares, muebles. La casa era un remolino de polvo, como una tormenta de arena en el desierto en que la vida del anciano se había convertido.
El último objeto que yacía en la caja del reloj de pie brillaba en el fondo como un puñal fatal a la luz de la luna. El anciano estiró el brazo haciendo esfuerzos que sus huesos y músculos no recordaban. Llegó a palpar su silueta circular. Su dedo índice se introdujo en el agujero del centro y con el pulgar lo aferró. Era una alianza, la que lo había unido a su esposa ante la eternidad y que ella había resguardado allí de la cotidianeidad.
La muerte de su compañera lo había sumergido en la amargura, no tanto por el añorar una compañía que se había tornado imprescindible sino por el reconocimiento del propio fin, la proximidad de su muerte.
Cuando logró extraerla del fondillo, la observó ante la luz amarilla que diseminaba la lámpara, su brillo, su perfección y las muescas grabadas con los nombres y la fecha del casamiento.
Sintió paz y así fue como él, finalmente, junto con toda su vida pasada, también se disgregó. El anciano, su polvo, fue a cubrir el resto del mobiliario que todavía podía reconocerse bajo la capa que la cubría en su casi totalidad.
Al agente de bienes raíces que puso en venta el departamento le costó mucho limpiar aquel revoltijo.

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6 comentarios

  1. 1. Diego Manresa Bilbao dice:

    Hola Romina,
    Me ha gustado tu historia. Es muy poetica, pero me parece que le falta un poco de “alma”, un poco de fuerza, por decirlo de alguna forma. No se como explicarlo bien , la verdad.
    Nos leemos!!!

    Escrito el 18 junio 2016 a las 12:10
  2. 2. Melisa dice:

    Hola, Romina!

    Gracias de nuevo por tu visita. 🙂

    Me gustó tu relato. Está bien escrito y fluye con naturalidad. Sí es verdad que avanza lentamente, pero entiendo que los tiempos de la historia son los tiempos de un anciano que espera la muerte.

    Muy bien logrado el ambiente nostálgico. La total resignación del hombre se siente, se vive a lo largo de todo el relato.

    Saludos!

    Escrito el 19 junio 2016 a las 22:40
  3. 3. R.B. dice:

    Hola Romina!
    Me gusto mucho tu relato, pero siento que es mucha información para un solo párrafo y se hace algo pesado, pero a pesar de eso creas un ambiente nostálgico donde el anciano revive el pasado y se prepara para morir.
    Besos y nos leemos!

    Escrito el 20 junio 2016 a las 04:18
  4. 4. Shira M. Collins dice:

    Hola,
    Me ha gustado. El comienzo de la frase “Pequeños féretros de fotos,..” hace darse cuenta de lo cerca que esta la muerte. Creo que si separaras en bloque el texto (por párrafos) se leería mejor. Creo que también deberías utilizar sinónimos de disgregar, para no repetir el mismo verbo tan seguido.
    Enhorabuena

    Escrito el 20 junio 2016 a las 15:47
  5. 5. ortzaize dice:

    hola
    la historia de este anciano moribundo, me resulta muy triste, pobre anciano esperando su hora.
    nos leemos un abrazo

    Escrito el 21 junio 2016 a las 19:28
  6. 6. Denise dice:

    Hola, Romina, debo decir que me gustó mucho el relato, tiene un tono muy poético que construye la atmósfera perfecta para la historia.

    Con respecto a las observaciones que te hicieron, no tengo nada que agregar.

    Gracias por comentar mi cuento! 😉

    Escrito el 25 junio 2016 a las 19:52

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