Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Solomillo Wellington con peras al vinagre - por Al Caparra

– ¿Te has enterado? ¡Ya saben lo que le ha pasados a Gabriela! ¡Pobre criatura! ¡Con lo pequeña que era! ¿Cómo se puede hacer algo así? ¡Y esos pobres padres!

Javier se quitó el abrigo mientras oía el parloteo habitual de su mujer pero esta vez se dio prisa en acercarse hasta ella para escuchar lo que iba a decir. Hacía más de tres semanas que Gabriela, la única hija de sus vecinos, había desaparecido y parecía que al fin se sabía algo.

– Así que ¿no sabes nada? – Adela había logrado captar la atención de su marido y saboreaba esa sensación tan poco habitual. – Resulta que la tarde en la que desapareció, Gabriela cogió el cuaderno de recetas de Berta, la cocinera, y lo pintarrajeó. Dicen que Berta parecía fuera de sí mientras lo buscaba y que cuando lo recuperó no dejaba de acariciar las tapas cubiertas de tela y hablarle bajito, con dulzura, pidiéndole perdón y asegurándole que no volvería a abandonarle. ¿Cuántas veces te he dicho que esa chica no es normal? Con ese aspecto de que le falta un hervor, y esa mirada perdida… ¡Amenazó a la niña si volvía a cogerlo!

Estaba absorta en su relato y no percibió el desagrado de Javier ante sus comentarios que, tras dos años de terapia, creía conocer a Berta bastante bien. Su mente viajó hasta el día que llegó a su consulta.

Berta era una chica exageradamente introvertida, con más dificultades para relacionarse que cualquier otra persona que hubiera conocido en sus treinta años de profesión. Su madre había sido una mujer sobreprotectora, absorbente y dominante y le había criado sola, así que fue el único referente de Berta hasta que murió. Nunca le permitió despegare de sus faldas y cuando Berta hizo un intento de abrirse al mundo, no pudiendo soportarlo, intentó suicidarse. Desde ese momento Berta había vivido con y para su madre, cargando con la culpa de no haber sido una buena hija. Cuando su madre murió estaba perdida. No sabía hacerse cargo de sí misma ni tenía quién lo hiciera por ella.

El cuaderno de recetas era lo único que Berta conservaba de su madre ahora y le tenía un gran aprecio. Siempre lo llevaba consigo. A veces Javier pensaba que era demasiado importante para ella. Le recordaba a Lolo, el osito de peluche rosa con el que su hija iba a todos lados cuando tenía tres años y sin el cual era imposible que se durmiera, solo que Berta tenía treinta y cinco y en teoría tendría que haber superado esa fase hacía tiempo. “Pero es que Berta y su madre tenían una relación tan fusional… Berta fue siempre como un bebé. Nunca llegaron a ser seres independientes”. Comprendía su desasosiego al creer que había perdido el libro. La cocina era el único campo en el que su madre le había dejado experimentar. “Cocina realmente bien” pensó recordando un guiso de carne que le había llevado tres semanas atrás.

Su mujer le sacó de su ensimismamiento.

– ¿Me estás escuchando? – Adela parecía irritada al ver que, una vez más, su marido no escuchaba lo que le decía. – Berta había encargado carne en el mercado pero no pasó a recogerla. Aún así cocinó varios días y el congelador estaba a rebosar. Todos creían que había ido a por la carne, la policía se enteró de que no había sido así de casualidad. ¿Adivinas que era lo que habían estado comiendo?

Javier, sintiendo que le fallaban las piernas, se sentó en la silla que tenía más próxima. Su mujer lo advirtió y dijo:

-¡Exacto! ¡Cocinó a la niña! ¡Y lo hizo siguiendo la receta de la pagina que había pintado Gabriela!

– Solomillo Wellington con peras al vinagre – dijeron al unísono.

Javier no logró reprimir una arcada que emergió desde lo más profundo de su ser.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

6 comentarios

  1. 1. Jose Luis dice:

    Hola Al. Me gusta tu seudónimo.

    Tu cuento es cruento y parece salido de las páginas de un periódico que se llamaba “El Caso”. Es como una de sus crónicas de sucesos. Yo creo que está bastante bien escrito. Tu relato lo preparas bien, pones los ingredientes necesarios para que guste, y el final es sorpresivo para el paladar del lector, para nada me lo esperaba.
    Un saludo

    Escrito el 17 octubre 2016 a las 19:27
  2. 2. David Rubio dice:

    Hola, Al
    El relato está bien escrito y su lectura es entretenida. No obstante, creo que habría que modelar un poco la relación de Javier y su esposa con el crimen. En el inicio se nos muestran con cierta lejanía, como dos personas que están comentando una noticia del telediario, casi como un chismorreo: él, curioso; ella, disfrutando por tener una información que su marido no conoce… Sin embargo, lo que sigue nos muestra que son casi actores principales de ese crimen. Resulta que Javier es el psiquiatra de Berta. Es decir, es alguien que conoce los pensamientos de la cocinera de la niña desaparecida. Y seguro que su mujer le habría preguntado. Hay por tanto un contacto emocional necesario que choca con la manera de presentarlos.

    A nivel formal:

    – ¡Ya saben lo que le ha pasados(esta S se coló) a Gabriela!
    – Javier se quitó el abrigo mientras oía el parloteo habitual de su mujer(coma) pero esta vez se dio prisa en acercarse hasta ella para escuchar lo que iba a decir.
    – Así que ¿no sabes nada? – Adela había logrado captar la atención de su marido y saboreaba esa sensación tan poco habitual. –(el punto va después de la raya)
    -El cuaderno de recetas era lo único que Berta conservaba de su madre ahora (suprimible este ahora, se entiende que es en la actualidad)
    – “Pero es que Berta y su madre tenían una relación tan fusional… Berta fue siempre como un bebé. Nunca llegaron a ser seres independientes”. (Estas comillas no entiendo por qué están, ¿es un pensamiento, una frase literal…)
    – “Cocina realmente bien”(coma) pensó recordando un guiso de carne que le había llevado tres semanas atrás.
    – ¿Me estás escuchando? – Adela parecía irritada al ver que, una vez más, su marido no escuchaba lo que le decía. – (de nuevo, el punto después de la raya) ¡Ah! y las rayas van pegadas sin espacio.

    ¡Saludos!

    Escrito el 19 octubre 2016 a las 23:49
  3. 3. María Luisa Plaza dice:

    Hola.
    He leído tu relato de un tirón y me ha gustado, aunque no me parece muy verosimil. Todo ese inciso descriptivo hasta llegar a la nevera no me parece real. Parece un cuento gótico. La esposa le suelta la noticia y el psiquiatra que reconstruya lo sucedido. Menudo papelón para el caballero: tener una canibal de vecina y paciente y no haberse enterado.
    Saludos.
    Marisa,117

    Escrito el 21 octubre 2016 a las 23:15
  4. 4. Tita dice:

    Hola, Al Caparra

    Me gustó tu cuento. Sobre todo la forma en que trabajaste los personajes.
    Por un lado, Berta, la chica introvertida, ensimismada con el libro de recetas de su madre, una mujer mal mentalmente que necesita ir a terapias con Javier y que ademas intentó suicidarse…¡vaya chica!
    Después veo a Adela, una esposa deseosa de atención. Intenta tener una conversación con su marido y por ello, desde mi punto de vista, es que cuenta la historia con cierto “estusiasmo”.
    Por último, Javier, un esposo ocupado en su trabajo y despreocupado de su hogar.

    El cuento tiene una estructura bien llevada, de la introducción pasas al nudo de la historia sin problemas y luego un fantástico desenlace.

    Tengo una dudita, ¿Javier también comió la carne de la niña?

    Saludos
    ¡Pura Vida!

    Escrito el 23 octubre 2016 a las 12:55
  5. 5. Baltasar dice:

    Hola, Al Caparra:
    El tema de tu «Solomillo Wellington», ¡tremendo! Pero el reto era la venganza y aquí vaya si la hay, pese a que el horrendo crimen lo cometa una psicópata, como muy bien describe el marido, psiqiatra de profesión seguramente.
    El texto se lee con facilidad y está bien urdido.
    Sin embargo, hay algunas cosas que me gustaría comentar.
    Antes de la adversativa «pero», siempre lleva coma.
    La raya (─), que no guión, tanto en el inicio de diálogo como en sus incisos, no lleva espacio, y el cierre es: (─.) . No (.─), como pones en «tan poco habitual».
    Hay alguna palabra, «cogio, y pagina», sin acento. Algún gerundio «no pudiendo», que creo era mejor sustituír por «no pudo».
    Creo que la palabra fusional no existe.
    Por último, algo que me ha llamado la atención: «cocinó a la niña siguiendo la receta de la página que había pintado Gabriela». Yo creí que había pintarrajeado si no todo, sí buena parte del libro de recetas. Y que se lo cuenta la mujer al marido, que no lo sabía. Sin embargo, mujer y marido entonan al unísono el título de la receta.
    Hecho con el mejor deseo de que te pueda ser útil.
    Un cordial saludo.

    Escrito el 25 octubre 2016 a las 17:38
  6. 6. Calèndul dice:

    Al Caparra, ji, ji, tiene guasa el nombre! Me encantó el título y la historia. Te olvidaste un “de” en “y (de) hablarle bajitos. “Tras dos años de terapia”,”el día que llegó a su consulta” pero ¿de quién?, “Queda confuso:¿Adela, Berta? Aunque luego se aclare. “…ni tenía quien lo hiciera por ella”. Puedes omitir “por ella”. “A veces Javier pensaba que era demasiado importante para ella”, “tenía que haber superado esa fase hace tiempo”, “Nunca llegaron a serefiere independientes” a mi no me parecen pensamientos de un psicólogo sino deducciones de personas no entendidas en la materia.”Berta había encargado carne”,”Todos creían que había ido a por carne,…”, ese final es muy bueno pero haces que sea demasiado obvio y repetitivo.¿Adivinas…? Suprímelo. No es necesario. El lector ya se hace sus propias preguntas al seguir tu relato. Me ha gustado leerte y repetiré. Espero tus críticas al mío. Merci.

    Escrito el 31 octubre 2016 a las 01:04

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.