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Muerte y Canela - por Alohomora

Muerte y canela.

Lo estaba viendo y aun así, no podía creérselo.
La persona por la que había dejado atrás todo. Su familia, su trabajo, sus amigos, su ciudad… estaba justo en la acera de enfrente besándose apasionadamente con otra mujer.
Su primer instinto fué intentar reconocerla a ella. Era alta, guapa, exótica, con una larga melena negra que le llegaba casi a la cintura. No, no la conocía.
Quizás fuera alguien del trabajo, o una azafata de las que llevaba en su avión privado, o quizás fuera el amor de su vida. No. El amor de su vida era ella.
Él se lo había repetido hasta la saciedad.
Se lo había repetido tanto, que ella se lo creyó.
Y sin embargo ahí estaba la prueba de que era una mentira como otra cualquiera.
De repente, sentada junto al ventanal en aquella cafetería, sintió rabia. Una rabia que la recorría por dentro como el amargo café. Una rabia que nunca antes había experimentado. Ni cuando su anterior pareja John la dejó por otro hombre. Ni cuando su ex-jefe la acosó en el baño del laboratorio.
Se secó las lágrimas que le recorrían la mejilla y volvió a la realidad. Dejó un billete de 10 en la mesa y salió de la cafetería.
Esta vez tenía que reaccionar de algún modo. No podía dejarlo pasar. Y sabía exactamente qué hacer.
De camino al ático pensó en si tendría el valor necesario para hacerlo. Pero la imagen de ellos dos besándose en la calle fué suficiente confirmación.
Llegó a casa, se quitó la chaqueta, se recogió el pelo con una pinza y se metió en la cocina.
Buscó y buscó por varios cajones y estanterías, pero no estaba ahí.
Ya no se acordaba de la última vez que había utilizado su “cuaderno de recetas” y no, no estaba junto a los otros libros culinarios.
Ese cuaderno era especial. Pues con él no se podían cocinar maravillosos guisos, ni salsas, ni postres. Su autora no era conocida.
Se apoyó en la isla de la cocina intentando pensar. Recordó cómo aquel libro había llegado a sus manos.
Fue en Paris. Ella iba caminando por la orilla del Sena hacia Notre Dâme. Iba contenta, ojeando los libros que los vendedores ambulantes ponen en la ribera del río.
Se paró en uno de ellos y se puso a mirar más detenidamente. Cuál fue su sorpresa cuando entre todo el revoltijo de libros en francés, encontró uno en español. “Cuaderno de recetas” decía en la portada. Lo compró por 5 euros, sin tan siquiera echarle un vistazo al interior y siguió caminando.
Mientras seguía su paseo hacia la catedral, se asomó por la barandilla del puente de los candados.
Era feliz. Todo era perfecto. El tiempo era perfecto. El lugar era perfecto. Su amor era perfecto.
Abrió el libro que sujetaba en sus manos por cualquier página, y leyó: “Para fabricar un buen insecticida contra las avispas se necesita…”
Volvió a mirar la portada. “Cuaderno de recetas”.
Lo abrió por otra página. “Sólo de esta manera conseguirá acabar de modo eficaz e inoloro con las cucarachas…”
Al momento se sintió estafada. Pensaba que había comprado un libro para hacer “souflé” y lo que tenía delante era un libro de venenos naturales.
Pensó en tirarlo. Pero los libros no se tiran. Los libros se conservan para siempre. Así que lo guardó en el interior del bolso y siguió su camino haciendo volar algunas palomas a su paso.
Y así fué cómo recordó dónde estaba el libro. Salió al expléndido jardín que tenía en la terraza. En el pequeño cobertizo de las herramientas encontró el libro. Recordó que la última vez que lo utilizó fué para fabricar un “remedio” para los pulgones de sus rosales. Fué muy sencillo. El libro lo explicaba muy bien, y no necesitó demasiados “ingredientes” para fabricar un veneno mortal.
Volvió dentro.
Encendió el horno y empezó a cocinar. Primero el veneno. Escogió uno extremadamente sencillo, para acabar con las hormigas. Llevaba canela. Cuando lo terminó, hizo una masa sencilla para panecillos y espolvoreó el veneno dentro. Tiempo: 40 minutos. Temperatura: 180º .
Se duchó. Se vistió. Se maquilló discretamente, como ella hacía. Estaba perfecta.
Sonó el timbre del horno. Los panecillos estaban listos. Los sacó, los puso en la cesta del pan y espolvoreó por encima un poquito de canela.
En ese instante llegó él. Entró en la cocina y la abrazó por detrás besándole el cuello.
-Cariño, eso huele de maravilla.

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4 comentarios

  1. 1. Otilia dice:

    Hola Alohomora,
    Siguiendo la regla del taller de comentar los tres siguientes al nuestro, he leído tu relato.
    Me ha gustado. Se lee con fluidez, las frases cortas le dan mucho ritmo, y desde luego, el reto de la venganza está más que cumplido.
    En cuanto a la ortografía y reglas de puntuación, nada reseñable.
    Las repeticiones”ni cuando” y “perfecto”, entiendo que son para dar más fuerza, pero no deben ser muy adecuadas.
    Felicidades. Saludos

    Escrito el 18 octubre 2016 a las 10:12
  2. 2. Ocitore dice:

    Hola, Alohomora, tu historia es muy interesante, sólo te recomendaría que le des un repaso a la acentuación porque he encontrado estos: fué por fue, reconocerla a ella (aquí ya se sobreentiende que trató de reconocerla, ya que a él ya lo conocía muy bien) Y así fué cómo por Así fue como…

    Escrito el 19 octubre 2016 a las 19:44
  3. 3. Aimée dice:

    Me ha gustado la historia y sobretodo la explicación sobre como la protagonista se hace con ese cuaderno de recetas tan inusual. Como ya han comentado, el uso de las frases cortas favorece el ritmo de la lectura pero, creo que no están bien definidos los párrafos. Quizás al copiarlo en el formulario de envío no han quedado bien separados.

    Un saludo

    Escrito el 20 octubre 2016 a las 21:29
  4. 4. Henar Tejero dice:

    Hola Alohomora, le das dinamismo al relato y eso lo hace entretenido. Me parece original la mezcla del recetario con el libro de insecticidas y le has sacado partido a esto. Tu descripción es buena y hace que nos imaginemos al personaje con facilidad. En definitiva, tu relato me ha gustado.
    Espero que nos sigamos leyendo!!!

    Escrito el 22 octubre 2016 a las 06:35

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