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Fin de trayecto - por Alejandro Urdiales

Se giró al escuchar el grito. Una adolescente se había convertido en la enésima damnificada de los “muchachos del 16”, aquellos bromistas que cada sábado a la noche convertían la parte trasera del tranvía en su pequeña sala de comedia.

Aquel grito, las siguientes risas, y el repentino frenazo que dio el conductor sacaron a Pablo de su ensimismamiento.

Había fijado su mirada en el suelo del pasillo central después de las palabras pronunciadas por Valeria unos minutos antes. No acertaba a dirigir la vista hacia otro sitio. Podía haber cerrado los ojos y haber fingido querer dormir, pero no tenía el ánimo para representaciones teatrales.
Lo de la cabeza agachada no era un gesto de sumisión, más bien se trataba de fatiga y desilusión acumulada. Hacía ya demasiado tiempo que se veía a si mismo tirando de un carro atrapado en el barro.

«Vos podés ir a Salto si querés. Si es lo que deseás…aceptá ese trabajo» ; esa es la sentencia que salió de la boca de Valeria. Esa misma boca que le había enseñado a besar.

«Recién conocidos, no hubiese sido capaz de estar dos días sin verme» fue lo primero que le vino a la memoria tras esa última frase de Valeria.

También reflexionaba sobre aquello que una vez le dijo su madre acerca de que, con el paso del tiempo, las parejas van aceptando entre ellos una separación cada vez más grande.
Ellos andaban ya por los quinientos kilómetros aproximadamente. Esa era la distancia a la que ella lo estaba enviando.
Siempre había dejado muy claro que sólo podría ser feliz en su mundo de Montevideo. Todo indicaba por tanto, que alejarse, para ella, no sólo no iba a suponer sacrificio alguno, sino que incluso estaba tomando forma de deseo.

Valeria, la misma persona que veía problemas en todas las soluciones, aquella a la que enfrentarse a cualquier pequeña decisión había supuesto siempre una dura batalla; parecía haber encontrado, por fin, el camino de la firmeza. La mala noticia para él era, lo que habían sugerido sus ojos al hablar: que en ese nuevo trecho, no había sitio para los dos.

Aquellas últimas palabras, pero sobre todo, la indiferencia con las que ella las había aliñado, se le estaban atragantando de mala manera. Todo aquel desentendimiento sabía muy amargo y le estaba provocando ardores.

Necesitaba aliviar aquella acidez; por eso, tras girarse a causa del grito de la chica del fondo, volvió la cabeza hacia Valeria y susurró a su oido:

—Tenés razón. Me voy a Salto. Buena suerte.

Después, se dirigió a la puerta y se bajó en marcha aprovechando que aquel viejo tranvía necesitaba su tiempo para recuperar el impulso.

Ella siguió mirando por la ventana del lado opuesto; no quiso girarse para verlo partir. Tampoco el miedo le dejó hacerlo. En ese momento, se hubiese podido sentir como una estatua, si no fuera porque las flores que llevaba en la mano comenzaron a temblar.

Un escalofrío le subió por la espalda anunciando la llegada de un momento esperado: el de enfrentarse a la soledad.
En los últimos meses ya se había percatado de su presencia. Andaba al acecho entre aquellos silencios cada vez más largos. Se hacía cada vez más presente, poco a poco, mientras se alimentaba de las rutinas y las inercias.
Cuando comenzaron a esfumarse de su cabeza los planes para el futuro, comprendió que no tardaría mucho en enfrentarse a ella.

Pese al impacto inicial, pudo resistir esa primera tentación de bajarse y seguir a Pablo.
Valeria estaba dispuesta a plantarle cara a la soledad, la estaba esperando, necesitaba superar ese desafío antes de volver a compartir su vida con otra persona. Por ese motivo decidió que aquel tranvía debía seguir su curso calle abajo, con ella dentro.

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8 comentarios

  1. 1. Rosalia Ds dice:

    Hola Alejandro:
    Leyendo y releyendo tu relato cada vez me han transmitido mucho los sentimientos que les das a la pareja.
    Me ha gustado con que lo has llevado, la manera de expresar y hacer sentir a los personajes el tema de la separacion y de la soledad.
    Creo que esta bien estructurado con un inicio, donde él esta pensando las palabras de su pareja, donde poco a poco va asimilando las palabras,.
    Sigue con el nudo, donde el decide que hacer y el final donde ella tiene quehacer frente a lo que mas tiene miedo.
    Ttodo muy bien llevado.
    Decirte que me ha encantado.

    Ah! Soy tu vecina de arriba.

    Un abrazo y a seguir escribiendo.

    Nos leemos.

    Escrito el 18 enero 2017 a las 10:10
  2. Gracias Alejandro por esa visita por mi puente sobre Kristianía. Me ha gustado tu estilo. Ese Salto me recuerda tanto a Juan Carlos Onetti, con su geografía de Santa María! El autobús, en general es un símbolo de la muerte, subirse al último autobús, llegar al final del trayecto, por lo que querer continuar en él es como flirtear con el más allá.
    Como dice Rosalía, tu vecina de arriba, continúa escribiendo. Será un placer seguir tus lecturas.

    Escrito el 19 enero 2017 a las 22:45
  3. 3. ortzaize dice:

    hola que quieres dar en ese autobus?
    bueno te he releido y volvere hacerlo, un saludo gracias

    Escrito el 20 enero 2017 a las 12:19
  4. 4. Earendil dice:

    Saludos, Alejandro.
    Este mes no he podido participar por falta de tiempo, pero voy a intentar, al menos, leer y dejar algún comentario, más que nada por intentar sumergirme en el proceso de la cámara lenta. Tal vez por ese motivo, mis apreciaciones al respecto puede que no sean las más acertadas, ya que no he podido indagar ni documentarme sobre esa técnica.
    Tu relato en general es magnífico. Como bien apuntaba otro comentarista, el simbolismo que encierra ese tranvía es muy grande. De hecho, los sueños con viajes en general se interpretan en el sentido de cambio vital, aunque sean cortos. Más concretamente, bajarse de él, significa querer romper con la rutina. En el caso de tu relato, no obstante, se revierte un poco su significado, ya que no es la decisión premeditada del protagonista, si no que viene dada por las circunstancias que acaecen en él, por parte de su compañera.
    Tu historia está muy bien hilvanada y muy bien contada, aunque destila tristeza por los cuatro costados.
    En cuanto a la frase con la que se tenía que empezar el relato, en tu caso es más bien anecdótica, no influye para nada en la historia que querías contarnos, aunque tampoco se exigía lo contrario. Ya te he comentado antes que no sé demasiado sobre la técnica a cámara lenta y, además, este es el segundo relato que leo. Por eso no me atrevo a afirmar que hayas conseguido superar el reto al 100%. Si todo lo que ocurre en la escena tuviésemos que enmarcarlo en esos cinco segundos, tal vez la reflexión de Valeria quedaría fuera de ese marco, puesto que físicamente sería imposible que él, después de despertar de su ensoñación, con el grito de la adolescente, recapitular sobre sus sentimientos y decidirse a bajar del tranvía, pueda hacerse en menos de ese tiempo. Pero mi opinión es tan buena o mala como cualquier otra, y no sé si esa es la consigna a seguir.
    En cuanto a la forma, un par de anotaciones:
    * “que se veía a si mismo”, ese sí, acentuado.
    * “susurró a su oido”, oído, también con tilde.
    Espero que nos leamos el siguiente taller.

    Escrito el 21 enero 2017 a las 16:59
  5. 5. Alejandro Urdiales dice:

    Muchas gracias a todos por los comentarios.

    Un saludo especial para Earendil, que a pesar de no haber participado este mes, ha pasado a comentar. He buscado tu texto este mes y me extrañó no encontrarlo.

    Un abrazo!

    Escrito el 22 enero 2017 a las 20:30
  6. 6. Perla Preciosa dice:

    Hola, Alejandro Urdiales:
    El tema es muy cotidiano, pero está bien. Por si no te lo han dicho (y en Literautas hay una entrada sobre esto), los diálogos se escriben con guión largo, no con comillas. La historia es un poco plana, de forma que el conflicto no se ve bien, pero bueno, supongo que es cuestión de práctica, como todo.

    Escrito el 25 enero 2017 a las 22:29
  7. 8. Calèndul dice:

    Uau, ¡Dios! Qué bien narras las secuencias y que bien te expresas. Ha sido un placer. Un saludo.

    Escrito el 31 enero 2017 a las 23:08

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