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PLANES DE TABERNA - por JOSE VICENTE PEREZ BRIS

Si se pasea por la zona portuaria de cualquier ciudad, entre olores a pescado, salitre y suciedad, ves que las casas que la rodean suelen ser humildes, de paredes tiznadas y como amedrentadas, esperando a que el forastero no se detenga ante sus puertas. En una de ellas, con los cristales de las ventanas verdosos de mugre, sin ningún letrero exterior que la identifique, se encuentra una taberna. Nadie imagina que, tras la puerta de madera, hay un establecimiento.
Al entrar te sacude la niebla producida por el humo del tabaco y de las fritangas del figón. Pues el antro ofrece una modesta carta de comidas a base de pescado, tocino y grasa en abundancia.
Entre mesas inestables y banquetas cojas, los escasos clientes se arraciman en las zonas más nebulosas y sombrías del fondo.
—La vida es un tango y hay que saberlo bailar —sentencia el viejo. La conversación tiene lugar en una mesa apartada. El resabiado marino trata de aleccionar al joven imberbe, frasco de aguardiente por medio.
—No me gusta el baile —responde hosco el zagal. Sólo quiero hacer algo de plata para largarme de aquí.
—¿Cómo te va con la viuda? —pregunta el otro con ojillos húmedos.
—Psss, ¡qué sé yo! Está bien, tener una cama caliente, pero ya empieza a aburrirme. La casa es una pocilga, y casi nunca hay nada en la despensa.
El viejo bufa y mira con cierto asco al muchacho.
—¿Y qué esperas? ¿Acaso aportas tú algo al puchero? La tienes en el saco y ni siquiera le haces un regalo, de vez en cuando. No sabes la bicoca en la que vives.
Mientras hablan, un osado roedor asoma el hocico por un agujero de la pared. Ha visto unas migajas unos metros más allá, y duda en aventurar una expedición. Al final echa una carrera y cuando está a punto de atrapar el botín, un parroquiano golpea el suelo con brusquedad, asustando al ratoncillo. Sale despavorido, tratando de encontrar refugio y al final se esconde bajo la escalera. Es cuestión de paciencia.
—¿Y bien? —pregunta el muchacho impaciente ¿Cuándo es el golpe?
—Mañana. La naviera recibe la soldada del mes. Es el momento. Casi siempre llega a mediodía.
—¿Las doce? Mala hora. A pleno sol y en medio del mercado.
En estas se acerca una gitana con un cesto de fruta. Les ofrece una oronda naranja. El viejo escupe al suelo y se gana una maldición de la mujer.
—¡Maldita bruja! Sigue pues. Pillamos la paga. Y luego…
—Luego salimos de naja y cada cual por su cuenta. Por la noche nos reunimos en mi escondite y se reparte.
—¿Dónde es?
—De momento es un secreto. Quiero estar seguro de que estás dentro. No vaya a ser que te rajes y el asuntillo esté en boca de todos.
—Oye, ¡si desconfías!…
—No es eso, hombre. Sé que eres de ley, pero para forzar una alianza en nuestro mundo, no pueden quedar dudas.
—Necesito llenar la bolsa —puntualiza el chavea, acercando su rostro al del compinche. Quiero salir de esta condenada ciudad. Estoy harto de puertos y de ese olor a pescado y salitre.
—La ciudad es grande, zagal ¿Por qué estás siempre arrimado al mar, entonces? Te diré por qué. Porque lo llevas en la sangre. Tu padre ya trapicheaba conmigo antes de nacer tú. El mar lo es todo. Antes, una profesión. Ahora, nuestro talismán.
El joven hace un gesto hosco y apura un trago.
—Dime, profeta ¿Y qué hace que tu océano siempre bañe barrios sórdidos, de casas tiznadas y chiquillos descalzos y mugrientos? ¿Por qué nunca los ricos viven cerca del mar? La respuesta es porque el mar apesta. Y sus hijos se hacinan como ratas reunidas junto a la orilla.
—¡Y dale! Vuelta la burra al trigo, chavea ¿Y qué esperas de la vida, si se puede saber? La vida es una estafa de guante blanco. Lo único que puedes hacer, es darle una dentellada, de vez en cuando y tratar de sacar tajada.
—Hablando de eso, viejo ¿A cuánto tocamos en el golpe?
—Cien guineas por barba, como mínimo.
El joven silba, poniendo los ojos en blanco.
—¡Buen guaje! Venga, no seas pesado y cuenta los detalles.
El veterano duda un momento, y luego, ordena otra frasca de aguardiente.
Mientras la mesonera lozana y gallarda se acerca moviendo descarada las caderas, otros clientes rompen a cantar. Y así, entre humo, canciones y alcohol, estas almas planean el futuro ignoto, sin importar que les deparará.

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5 comentarios

  1. 1. Guagner dice:

    Acá, el problema es que no hay historia. Hay planes, una idea. Pero quiero ver como estos tipos llevan adelante el plan.
    El punto de vista neutro podría cambiarse tranquilamente al de un cliente del bar que entra y escucha la conversación. Y ese mismo tipo puede ser un espía que los termina vendiendo a la policía o a los mismos que ellos pretenden robar (ahí sí habría una resolución).
    Me gusta como hablan los personajes, ese idioma de la calle. No me gusta tanto la prosa tan florida en lo que no son diálogos.
    “la mesonera lozana y gallarda” suena antiguo, no en el sentido de época en la que ocurre el relato, sino en castellano antiguo, y ese es sólo un ejemplo.
    Me gustó lo del ratón, es muy visible la idea.

    Escrito el 17 febrero 2017 a las 20:53
  2. 2. M.L.Plaza dice:

    Hola.
    Me ha gustado mucho el relato. Me ha parecido una historia original y muy bien escrita.
    Lo que menos me ha gustado es la última frase “…sin importar que les deparará”. Me parece que no encaja con el viejo, que tal como lo he entendido, es una persona desconfíada y precavida.
    Me ha gustado mucho el ambiente de la taberna.
    Saludos.

    Escrito el 19 febrero 2017 a las 22:59
  3. 3. Beverly Matos dice:

    Hola Vicente
    El relato me ha gustado pero en alguna ocasión me perdí quién hablaba.
    Me gudta la escena del ratóncillo y me gusta el lenguaje empleado pero creo que el narrador, a mi parecer como lectora, debería hablar de forma mas común.

    Escrito el 20 febrero 2017 a las 10:06
  4. 4. Ella dice:

    Hola José Vicente,

    Felicidades por tu relato, me ha gustado mucho.

    Me sentí en la taberna…Y aprendí nuevas palabras.

    Y que buenas la metáfora de casas como amedrentadas para que la gente no se detenga en ellas.

    Otra: la vida es una estafa de guante blanco.

    Te mando un saludo y mis deseos de que sigas escribiendo.

    Escrito el 20 febrero 2017 a las 23:24
  5. 5. A.M. dice:

    Hola, Jose Vicente.

    Me ha gustado cómo has ambientado la “escena” en la taberna. Como ya ha comentado alguien, consigues que el lector se imagine en ese sucio lugar escuchando la conversación de un par de ladrones de poca monta que planean dar un golpe para cambiar su suerte. Pongo la palabra “escena” entre comillas porque es lo que me parece que tratas de describir,(bastante bien, por cierto)en lugar de contar una historia como tal, que trate de un tema concreto, con su desarrollo y su desenlace. Me parece que queda muy abierto, como que lo dejas todo muy en el aire (no sabemos que pasó con el robo ni nada). Este es un error que me comentaron a mí en el texto anterior, en el que conté una historia de intriga en la que se encontraba un cadáver sin aclarar finalmente cómo murió ni si lo mataron o no. Y esa forma de dejar las cosas así, sin aclarar, es quizá el fallo que cometes tú ahora y que podrías corregir en los textos sucesivos.

    También me he fijado en que usas un lenguaje muy rico y variado, y eso es agradable de ver. Sin embargo, quieres ser tan exquisito en el léxico, que lo adornas demasiado. Me parece que en este aspecto puedes ser más sencillo, porque quizás quedaría mejor así.

    Por último, quería destacar lo que me parece un acierto por tu parte, y es que en los diálogos de los personajes resulta muy sencillo creerse que son gente de clase baja al hablar de forma coloquial. Se nota por las frases que dicen, la forma en que se refieren el uno al otro, y en el uso de palabras como “chavea” o “bicoca”, por ejemplo.

    En resumen, te felicito por el texto, el cual está bastante bien escrito, y te animo a que sigas mejorando. Un saludo.

    Escrito el 24 febrero 2017 a las 23:50

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