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El olvido y la muerte - por Romina Eleonora Mc Cormack

Susana esperaba algo pero no podía recordar qué. Parada allí, confundida, hacía enormes esfuerzos para desentrañar lo que su mente ocultaba con recelo.
Sufría de estos pequeños desvaríos desde hacía un tiempo. Empezó aquella vez que se encontró dando vueltas en una plaza, desorientada, con la lista de las compras apretada en la mano y colgada en el brazo la bolsita del supermercado. Y después, ¡cuántas veces había mirado a su propia hija como a una desconocida hasta que el recuerdo asimilaba esa cara adulta con la niña que ella había criado! Tenía muy presentes datos de una chica que había sido su compañera en la escuela primaria pero no la fecha de cumpleaños de sus nietos. El pasado volvía a cada rato para instalarse en una actualidad cada vez más extraña.

En esta ocasión, la fila de cruces blancas que se extendían hasta donde llegaba la vista le dio a entender que estaba en el cementerio. Con cierta ironía, el camposanto se encontraba protegido por hileras desordenadas de árboles cuyas hojas nunca mueren.
Montículos de tierra se ordenaban en una formación simétrica como soldados de la muerte. Cada uno aparecía decorado por flores marchitas o floreros vacíos. Estaba en el sector del abandono. Pero, ¿por qué?
El murmullo de las hojas, el trinar de pájaros lejanos y el silencio general reinante fueron interrumpidos por unos sollozos que captaron la atención minusválida de Susana. A su izquierda, un grupo de silenciosos espectadores observaba el ritual del entierro.
Se destacaba en el grupo un anciano que era sostenido con fortaleza, en medio de un abrazo, por una mujer, que giraba su cabeza atendiendo también a los dos hijos fastidiados, de entre ocho y doce años.

Susana se acercó al grupo con la impunidad que da la vejez. Sin querer, escuchó la conversación.
– Me voy, pá. Por los chicos, ¿sabés? Se están poniendo pesados. ¿Por qué no venís con nosotros a casa?
– No, hoy quiero estar solo. El fin de semana voy.

El viejo aparecía atosigado pero entero.

Finalmente, la joven se fue arrastrando a sus hijos. Susana observó sus ojos hinchados, rojos, que la miraron sin verla. La pobre mujer le despertó una inexplicable ternura.
Uno a uno, todos los presentes la siguieron, livianos, entablando conversaciones ajenas a la desgracia.

Susana observó al viejo que quedó solo. Le dio muchísima pena verlo tan desvalido, encorvado, con ese temblor en las manos producto del Parkinson incipiente más que del momento emotivo. El viejo bostezó.
Susana tenía miedo de interrumpir la conmemoración interna del anciano. Pero su propia soledad la obligaba a buscar un refugio, sentir la compañía de otro desgraciado: ella perdida y el solo, para siempre.

– Lo lamento, ciertamente. ¿Quién era?, preguntó con desparpajo.

El viejo giró la cabeza gacha, tenía los ojos verde agua. La miró sin asombro y se sonrió.

– Vos, Susana.

Recién cuando vio la fecha de su nacimiento y su nombre escrito en la cruz, Susana recordó el día de hoy.

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8 comentarios

  1. 1. kosak dice:

    Hola Romina, la verdad es la primera vez que participo y aun estoy trabajando esto de los comentarios.
    Primero que todo, Buen relato! muy bien llevada la idea aunque me costo orientarme al principio, tuve que devolverme para poder comprender mejor, lo que me gusto fue lo oscuro del relato, me hizo sentir el misterio. Felicidades!
    Espero seguir leyéndote!

    Saludos!

    Escrito el 18 abril 2017 a las 00:11
  2. 2. Peregrina dice:

    ¡Muy buena tu historia y muy bien escrita! El final es inesperado y da un cierre circular al relato. ¡Felicitaciones!

    Escrito el 19 abril 2017 a las 05:43
  3. 3. Romina Eleonora Mc Cormack dice:

    Gracias Kosak y Peregrina. Puede ser el comienzo un poco confuso, culpa de la protagonista.

    Escrito el 20 abril 2017 a las 10:40
  4. 4. Anacinta M.T. dice:

    Hola Romina:
    Tu relato me ha gustado . Tiene una lectura agrable y muy entendible todo.
    Pero desde un principio describes bastante bien a una mujer con alzheimer, y solo hace referencia con una pequeña frase, “….,que la miraron sin verla”, que da a entender el final,creo que le falta un poco más de misterio y de intriga.
    Un Saludo.

    Escrito el 22 abril 2017 a las 08:42
  5. 5. Estel Vórima dice:

    Una buena historia, trata un tema real y cada vez más común.
    Me gusta tu frase “la impunidad que da la vejez”
    Un saludo del 218

    Escrito el 22 abril 2017 a las 17:11
  6. 6. Nicolás Falcón dice:

    Hola Romina:

    Lo primero darte las gracias por dedicar tu tiempo a pasar por mi ejercicio; de segundo; agradecerte tus palabras de ánimo y amabilidad; en tercero, también agradecerte que “te gustó la historia y te atrapó mucho”: me quedo sin palabras -ante y a pesar de…- por tan generoso comentario.
    Un fuerte abrazo

    Escrito el 24 abril 2017 a las 09:55
  7. 7. Nicolás Falcón dice:

    Hola Romina,

    Lamento este error. El comentario que te hice no era para tí, sino para Romina (61)

    Te pido disculpas por esta intrusión accidental

    Escrito el 25 abril 2017 a las 10:31
  8. Hola Romina,
    Me gustó mucho tu texto de este mes, escrito con delicadeza y con cariño, encuentro. Disfruté leyéndolo. Saludos.

    Escrito el 29 abril 2017 a las 15:38

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