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El súper - por Mi Recreo

Web: http://www.elrecreoderafa.wordpress.com

Susana esperaba en el exterior. No paraba de llorar.
Faltaban unos minutos para el mediodía y yo acababa de entrar en el supermercado de siempre. Tenía que comprar cuatro cosas: huevos, pan, leche y algo de embutido. Para ser las horas que eran, había allí mucha gente.
Fui directo al pasillo cuatro. Me conocía casi al dedillo aquel sitio. Aunque aquel cartel publicitario había pasado totalmente desapercibido ya que, aparentemente, era como otro más. Decía algo así como “Sábado 5… ¡No se querrá ir!”.
A mitad del pasillo de congelados, a unos veinte metros de la cajera, las personas se amontonaban y se miraban algo desquiciadas. Algunos clientes observaban el reloj, resoplaban y otros simplemente miraban al frente sin hacer nada.
—¿Es usted el último de la fila? —pregunté. El joven asintió. Siempre he pensado que era una pregunta retórica y absurda.
Al fondo, casi donde no me llegaba la vista, se intuía más ajetreo. Me pudo la curiosidad. Dejé el carrito como salvaguarda de mi sitio en la fila y me acerqué. Un grupo de niños lloraba sin cuartel en el descansillo, cerca de la salida, tras los arcos de seguridad de las cajeras. Habían quedado allí a los pobres y los padres discutían los unos con los otros y los otros con los cajeros y los cajeros y los padres con los responsables y éstos a su vez con el jefe. Alguien había llamado a la policía en vano, pues a decir verdad, allí también se encontraba una pareja de la guardia civil y tampoco podían salir.
Susana seguía llorando en el exterior. Habían llegado también mis padres, mis hermanos. Casi todos usaban gafas de sol, aunque estaba nublado.
Por la emisora de radio de los guardias, se oían comandos incomprensibles para los que estábamos allí “ B24 a G110, repito B24 a G110. Esperad refuerzos y manténganse alerta”. Me dieron ganas de preguntar qué era B24 y qué G110, pero salí de dudas al oír a uno de ellos “esto va en serio… ¡alerta a nivel nacional!”. “Sí va para largo”, dijo el otro. Estábamos todos literalmente encerrados, confinados por lo que parecía ser una agresiva estrategia comercial que se les había ido de las manos en todos los supermercados de todos los centros comerciales.
Un hombre con un delantal de pescadero, botas verdes de pescadero y cofia de pescadero estaba comentando que la noche anterior pudo ver cómo unos técnicos implantaron unas pantallas justo antes de la salida y unos sensores que registraban temperatura, patrones faciales y no sé que más y que en breves segundos calculaba el grado de felicidad de las personas.
El compromiso que habían adquirido es que ningún cliente podía salir insatisfecho de los recintos, y lo habían llevado a cabo de manera literal. Eso explicaba que los niños pasaran la prueba sin problemas. La puerta se cerraba automáticamente una vez finalizado el test y era imposible burlarla, manipularla o bloquearla.
Susana, mi familia y mis amigos no dejaban de mirarme. No lo sabía, pero lo intuía. Sentía la presión de ser observado. Comenzó a llover, aunque no se quitaban las malditas gafas.
Por megafonía trataron de tranquilizarnos poniendo a nuestra disposición bebidas de manera gratuita e improvisaron asientos con cajas para la gente mayor. La tensión y frustración poco ayudaban a encontrar la felicidad necesaria para poder salir de allí.
Tras una intensa espera llegó mi turno. Tragué saliva. Pasé por la cinta transportadora media docena de huevos, una caja de leche, jamón cocido y pan (aunque ya no supe para qué). En el momento de pagar la pantalla escaneó mi rostro. Segundos que se me antojaron horas, durante los cuales pensé en que yo no era un niño, pensé en Susana y en que era razonablemente feliz. Las puertas hicieron un crujido, seguido de un temblor. En ese momento se abrieron. Todo el mundo se abalanzó sobre ellas para salir de allí, aquello me cogió de improviso y caí al suelo. Más tarde apenas pude distinguir zapatos, piernas, cabezas, ropa y más tarde, la completa oscuridad.
Yo no dejaba de repetirme que las puertas se habían abierto y que por lo tanto era una persona feliz. Una persona feliz. Eso explicaba la mueca imborrable, ese rictus mortuorio que me acompañaría de por vida.
Susana esperaba en el exterior. A mí me ya me cubrían de tierra, pero no se podía quejar, la estaba despidiendo con la mejor de mis sonrisas.

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5 comentarios

  1. 1. Yurisander dice:

    Un final inesperado y excelente. Muy buen uso del lenguaje, y también me gustó el uso de la situación extrema en el súper.
    Tengo que confesar que me perdí un poco con la primera lectura. Me explico: el salto entre la espera de Susana, que llora, el súper, la familia que llega, la lluvia que comienza y la familia que no se quita los lentes, me parecía algo forzado (no, esa no es la palabra, me creó “ruido”). Pero, al final, comprendí todo en esa misma primera lectura. Por eso creo que el relato funciona. Acaso los saltos podrían trabajarse con más intención, es decir, que escondan más cosas, mientras el lector cree que Susana es la protagonista, cuando en realidad es el hombre.
    Es un interesante punto de vista el abordaje del tema y del reto, en mi opinión.
    Saludos

    Escrito el 18 abril 2017 a las 05:34
  2. 2. María Lucrecia dice:

    Hola Mi recreo

    Impresionante relato. te leo el próximo mes. Gracias por leer el mío (143) como te quedaron dudas te cuento:

    Susana murió pero dejó algo pendiente, va, lo hace y regresa a su tumba, es por eso que don Rufino no la vuelve a ver. Cuando él dice “¡qué pregunta la mía! Si aquí ya solo quedan los muertos. El cementerio y yo es todo lo que hay.” nos lo dice en forma velada.

    Escrito el 18 abril 2017 a las 22:34
  3. 3. Gaia dice:

    Yurisander, el final está muy bueno, no lo esperaaba. Soy tu vecina en el 145

    Escrito el 19 abril 2017 a las 23:49
  4. 4. Gaia dice:

    perdón, eres Mi recreo
    oooops!!

    Escrito el 19 abril 2017 a las 23:54
  5. 5. Laura dice:

    Hola Mi Recreo.
    Tuve que leerlo varias veces, y una vez que lo comprendí, MUY BUENO!!!
    Aunque deberás reconocer que las dos partes, sin indicio alguno, confunden a más de uno. Tal vez el uso de espacios o de otro tipo de letra ayudaría. En fin, que me has obligado a hacer gimnasia mental.
    Sigue escribiendo.
    Hasta el mes próximo.

    Escrito el 27 abril 2017 a las 10:49

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