Gracia y desgracia - por Shinpi

Gracia y desgracia
Un crek… crek… crek… muy agudo y misterioso alcanzaba a oír Jane desde el escondrijo, adónde fue a dar después de que algo explotara dentro de la cárcel, en donde había sido recluida junto con Okan, su amigo del alma, en espera de turno para ir al paredón de fusilamiento. Por el zafarrancho desatado, estaba convencida de que el plan de huida había sido descubierto por las fuerzas represoras. Aunque la reja maltrecha de su celda le permitía escaparse, prefirió quedarse quieta, pendiente de los guardias que no dejaban de vociferar en las inmediaciones. Sus lágrimas se confundían con el sudor que resbalaba por su bello rostro tembloroso, y se mezclaban con el polvo y la pólvora que inundaban todo alrededor. Pensaba en Okan; no lo escuchaba y no quería llamarlo para no delatar su escondite. De vez en cuando, entre las detonaciones y la gritería, podía oír nuevamente aquel extraño sonido que la torturaba; no atinaba a descifrar qué lo causaba; pero le angustiaba el hecho de que provenía de su celda. Nueve meses atrás habían llegado a la que se consideraba era la única zona de la tierra donde sería posible darle continuidad a la existencia humana. La avaricia desmedida del hombre y su desdén por el futuro del planeta habían llevado finalmente el ecosistema al colapso en todos los órdenes. Los sobrevivientes dejaron atrás una tierra arruinada, lúgubre y putrefacta, que sucumbió a la miseria de almas humanas poseídas totalmente por la oscuridad. Aquí, en Tierra de Gracia, como la llamaron los auto nombrados “lideres”, les prometieron un nuevo comienzo. Por ello, un nuevo orden se requería. ¿Cómo? ¿Quiénes? ¿Con qué? Eran interrogantes para todos. Jane y Okan eran amigos desde la infancia. Durante la plaga roja, que azotó a la humanidad, perdieron a todos sus familiares y, cuando el éxodo comenzó, decidieron partir juntos hacia un mundo desconocido y posiblemente hostil. El tránsito fue arduo, agotador y pleno de dificultades. Ellos lograron sortear todas esas penurias con fe y esfuerzo, y un día muy hermoso, divisaron en la lejanía algo que por meses no habían visto: el verde. Praderas, grandes árboles, animales, ríos, ¡vida! Días más tarde arribaron al área donde ya estaban congregándose los emigrantes. La colonización comenzó y el nuevo orden se instaló. Sucedió entonces que un grupúsculo, que en el pasado ostentó poder económico y político, rápidamente se apresuró a tomar control de la colonia, enmascarando su ira, resentimiento y verdaderas intenciones, con falsas promesas sobre crear bases para fundar una República donde todos los ciudadanos serían iguales ante la ley, así como lo eran ante Dios, libres e independientes para ejercer plenamente su albedrío, dentro de límites a definir. En pocos meses, sin embargo, la oscuridad corrompió el alma de los líderes, una vez más. Era como si los horrores vividos en la tierra perdida y en la travesía hasta esta zona, simplemente se hubieran difuminado en sus mentes y corazones, obsesionados por recuperar el banal poder que fue siempre su leitmotiv. Naturalmente la resistencia no se hizo esperar, y así fue como Jane y Okan, como muchos otros, habían terminado presos en ese lugar. El tropel de los soldados entrando sacó a Jane de sus pensamientos; se acurrucó bien pegada a la pared y se cubrió totalmente con la sombra del mugriento catre debajo del cual se ocultaba. Mientras buscaban sobrevivientes, uno de los guardias ordenó: —¡encuentren a Okan! ese maldito traidor fue el que ideo la fuga—. Jane sintió que se moría de terror. No podía salir a ayudar a su amigo porque la matarían en el acto, y por otro lado quería impedir que lo encontraran. De repente oyó unas ráfagas, gritos e improperios de los soldados contra Okan que no pudo entender. Se retorció ahogando su llanto e impotencia, imaginándose a su amigo brutalmente asesinado. Después de que las tropas abandonaron estrepitosamente el lugar, salió de su celda y temerosa caminó hacia la de Okan. A medida que se acercaba, el sonido perturbador se oía más claro crek… crek… crek…al llegar, con estupor tapó su boca con sus manos para no lanzar un alarido de espanto y dolor. Ante sí tenía la confirmación de un presagio que compartían los rebeldes: “la Tierra de gracia será el final de la humanidad; ni el haber llegado al borde los había hecho cambiar”. El cuerpo inerte de okan colgaba del techo por su cuello, con la única prenda que conservaba de su madre; una pañoleta de seda estampada.