Literautas

Cuando los cronopios cantan

Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días.” Fragmento de La canción de los cronopios, de Julio Cortazar.

Hoy se cumplen 28 años de la muerte de Julio Cortázar y quiero aprovechar la ocasión para inaugurar una nueva sección del blog en su honor: la palabrería, donde iré publicando palabras que me llamen la atención por su significado, sonoridad, origen o características. Creo que es importante para todo escritor conocer bien las palabras; después de todo, son la materia prima con la que ha de trabajar.

¿Por qué dedicarle esta sección a Cortázar? Hay muchísimos escritores que manejan el lenguaje con maestría, pero pocos que trabajen la palabra de la forma en la que él lo hacía, convirtiéndola en un objeto plástico, maleable, sonoro. Leyendo algunos de sus textos a veces tengo la sensación de que Julio Cortázar no escribía, sino que era un escultor de palabras. Lo que él hacía era transgredir normas, dar forma a palabras nuevas y otorgarles un significado a través de su sonoridad o su contexto. En el capítulo 68 de Rayuela, por ejemplo, se pueden leer algunas tan peculiares como incopelusas, marioplumas o niolamas.

Pero de todas las palabras que salieron de la imaginación del autor, una de las más famosas es la de cronopios que, junto con los famas y las esperanzas, protagonizan el original y divertido libro de cuentos Historias de Cronopios y de Famas.

¿Qué es un cronopio?

Bueno, empezaré por comentar que “Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En medio del corro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias. Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a aplaudir, pobrecito.

Los cronopios son unos seres ingenuos e idealistas, bastante desorganizados y sensibles; al contrario que los famas, unos bichos mucho más estrictos, organizados y de mente cuadriculada.

A modo de cierre, me gustaría extraer una conclusión de la obra de Cortázar: no debemos comportarnos de forma rígida ante las palabras, como si fuésemos famas. Tampoco se trata de pasarnos al extremo de volvernos ininteligibles (¿de qué vale contar una historia si no hay nadie al otro lado para comprenderla?), pero sí debemos recordar que las palabras son un elemento flexible, transformable y que debemos divertirnos con ellas como cuando de niños dábamos forma a las bolas de plastilina. Así que recordad: lo mejor que le puede pasar a vuestros textos es que os comportéis como verdaderos cronopios!