Literautas

Érase una vez… El Conde de Montecristo

Sabéis esos libros que lees en el momento justo y dejan marca. Esos libros que, con el tiempo, al volver la vista atrás o toparte de nuevo con ellos, te roban una sonrisa cómplice porque te sientes como si acabases de encontrarte con un viejo y querido amigo.

El Conde de Montecristo, de Alexandre Dumas, es uno de esos libros para mí, por eso quería compartirlo con vosotros e incluirlo en la colección de comienzos de novela del blog. Aunque, para ser del todo honestos, no es el comienzo lo que más me gusta de esta obra, sino el final.

La novela comienza con un párrafo descriptivo que, aunque eficaz, no me parece de los inicios más deslumbrantes que me haya encontrado. La frase del final del libro, sin embargo, me parece brillante. Se trata de apenas una línea, pero dice tanto… Resume la obra, abre un nuevo comienzo y se me quedó grabada con fuego desde que la leí por vez primera, hace ya muchos años.

Había pensado en incluir en esta entrada la frase final también, pero deseché la idea porque no quiero fastidiaros el libro a los que no lo hayáis leído. Es mejor llegar a ella tras haber hecho todo el recorrido. Un recorrido que empieza tal que así:

Inicio de El Conde de Montecristo: «Era el 24 de febrero de 1815. El vigía de Nuestra Señora de la Garde acababa de otear los mástiles del bergantín Faraón, que arribaba a Marsella después de haber tocado los puertos de Esmirna, Trieste y Nápoles, y, tras haber hecho la señal usual, un práctico se encaminó con presteza hacia el puerto, abordando la nave a la altura del cabo Morgión y la isla de Rión».

Y vosotros, ¿habéis leído esta novela? ¿Os gustó?

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