Literautas

Un poco de poesía

Hoy os traigo un interesante artículo que me ha enviado el escritor y bloguero José Oliver (Cisne Negro) sobre los versos iniciales en la poesía.

Mis versos favoritos y el “yo” en la poesía

Si hay incipits memorables en las novelas, párrafos iniciales con que el escritor sabe enganchar desde el primer momento al lector, no menos cierto que también hay grandes inicios en la poesía. Esos versos iniciales de un poema que, por el motivo que sea -la grandiosidad de sus palabras, el impacto que en nosotros hicieron al leerlos…- se nos han quedado grabados en la memoria.

Pues bien, uno de esos poemas que quería compartir es la Rima I de Gustavo Adolfo Bécquer, que empieza diciendo:

Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.

Tras muchos años de leerlo por primera vez, me sigue pareciendo fascinante como las Rimas se abren con este poema. Posiblemente no fue la primera que Bécquer escribió -la ordenación la hicieron sus amigos tras su muerte-, pero tiene una fuerza impresionante. Como gran poemario romántico se abre con ese yo que es el resumen de toda la subjetividad, intimismo y la puerta a todo un mundo aparte que aportaría el movimiento a la literatura. El poeta se sabe un ser especial, alguien tocado por las musas, un intermediario entre el mundo de las ideas y de los dioses y el ser humano. El yo romántico está por encima de este mundo. Se eleva por encima de sus miserias cotidianas y vuela alto en su ensoñación de ideales. Su gran don es la palabra, el poder otorgar nombres a la realidad, la poesía. Por eso Bécquer es consciente de ese gran poder, ese himno gigante y extraño, que intuye, puesto que el romántico es más irracional que lógico. Sabe que tiene ese don, pero una cosa es intuirlo y otra es ponerlo en palabras (yo quisiera escribirlo, del hombre / domando el mezquino idioma), pero una idea, la Idea, la Poesía se resiste a ello (pero en vano es luchar; que no hay cifra / capaz de encerrarlo). Este poema, para mí, es la quintaesencia del romanticismo y uno de las mejores metapoesías que jamás se han escrito.

El otro poema que siempre me viene a la memoria junto al de Bécquer es el inicio de Venus, de Rubén Darío, el poema que da inicio al libro Cantos de vida y esperanza, una de las joyas del modernismo hispánico en literatura:

Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.

Me gusta entender el modernismo como una resurrección del romanticismo en muchos de sus intereses y gustos. Rubén, que había sido un gran lector, conocía y apreciaba a Bécquer, y es inevitable ver la huella del andaluz en el largo poema autobiográfico de Darío. Rubén se suma a la moda modernista del autorretrato poético, y lo hace nada menos que al principio de su libro. Hay que ser muy consciente -y ser algo divo también- para empezar un libro con la palabra yo. Por eso se autocalifica como el que decía el verso azul (referencia al libro Azul… de 1888, con el que oficialmente da inicio el modernismo) y la canción profana (ídem a Canciones profanas). En los siguientes versos, Rubén, con el preciosismo que le caracteriza, se define y de paso nos da los rasgos más característicos del modernismo: el poder de la evasión, la fantasía, lo onírico, lo bello y lo superfluo se deja ver en las siguientes estrofas (el dueño fui de mi jardín de sueño / lleno de rosas y de cisnes vagos) y también de las referencias estéticas que el modernismo adoptará (y muy siglo diez y ocho y muy antiguo / y muy moderno; audaz, cosmopolita; / con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo, / y una sed de ilusiones infinita). Esta estrofa me interesa especialmente porque pone en nuestro campo de mira algunas señas de identidad: la preferencia por otros tiempos y lugares -el exagerado lujo del Versalles prerrevolucionario, el exotismo de las civilizaciones perdidas o de la Grecia clásica, pero también el gusto por lo urbano y la cultura que ahí se está gestando (pienso en Baudelaire y la figura del flaneur)-, el reconocimiento de algunas influencias, como la del romántico francés Victor Hugo o del decadentista Paul Verlaine, el príncipe de la poesía que diría aquello de “la musicalidad ante todo”. Pero finalmente, hay un verso que le conecta con Bécquer, y es esa sed de ilusiones infinita, donde el poeta abraza el Ideal, ese Ideal que también buscaba el sevillano.

Cada uno en su estilo, estos dos poemas que se inician con ese monumental yo son el ejemplo de la más alta aspiración que tiene la poesía: la búsqueda de la belleza, y, a través de ella, de la trascendencia del ser humano.