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Invisibilidad - por Norelliale

El pueblo amanece revuelto, aterrorizado y todas las miradas me buscan, el hombre extraño que no habla con nadie, que sale sólo de noche, que se esconde en los callejones para evitar a la gente, que habla solo cuando cree que nadie lo ve.
Entre tanto grito, murmullo e interrogatorio, no he tenido silencio para llorar a mi amiga. Antes de lamentar su muerte, tuve que preocuparme porque mi invisibilidad terminó en sincronía con su último aliento. Los secretos que compartíamos serán revelados y sin duda, seré el principal sospechoso. Puedo sentirme entrando y saliendo de las bocas chismosas y de las gargantas cizañeras.
Ella era la única que entendía mis silencios. Cuando se llenan miles de hojas de papel con palabras, la voz se queda corta, sirve de poco, sirve de nada.
No han venido a interrogarme, pero ocurrirá pronto, he preparado café y compré bollos extra para recibir a la visita.
Llegaron, antes de lo esperado, creí que me dejarían para el final, pero tal vez ya demasiados dedos me señalan.
– Soy el detective González…
Lo interrumpo, tengo poca paciencia con los preludios.
-Pase ¿un poco de café?
Dio una señal apenas perceptible, hay más policías afuera, a una distancia prudente.
Le indicaré en dónde sentarse antes de que se antoje de ocupar mi sillón.
Detalla mi casa, busca rasgos de mi personalidad en la forma en que ordeno mis libros, en el descuido de la pintura de las paredes, en los aros de humedad dibujados en la mesa de madera.
Podría preguntarle cómo le gusta el café, pero no me tomaré más molestias de las necesarias.
-Espero que le guste negro, no uso azúcar ni crema.
-¿Cuándo fue la última vez que habló con la víctima?
Me gusta que vaya directo al grano, pero yo también tengo preguntas.
-Si pudiera ponerme al tanto de los pormenores.
-Murió estrangulada, por el lugar en el que la encontramos presumimos que trataba de huir. Ocurrió hace 3 días.
Exactamente como imaginaba que había sucedido.
-Nos vimos el sábado pasado.
-Eso lo convierte en la última persona en verla con vida.
-Nos reuníamos para hablar de literatura.
-Entiendo que la víctima se instalaba en el pueblo cada vez que empezaba una nueva obra.
No sé cómo lo averiguó tan rápido, pero lo sabe. Está buscando mi máquina de escribir. Debo prepararme, viene la pregunta.
– ¿Usted también es escritor?
-No tengo el talento.
-Pero admiraba a la víctima.
Parece que nadie nunca mencionará de nuevo su nombre.
-Tenemos visiones similares del mundo.
-¿Tiene idea de por qué pudo ser asesinada?
Respondo con la verdad. Yo no era el único que hacía tratos con ella. Sé que habían más libros, libros que no escribí yo.
-No se me ocurre otra cosa que por dinero.
-Usted sabe que es el principal sospechoso.
-Lo supuse, le habrán dicho que sólo con ella tenía relación, que rara vez salgo de casa y que cuando lo hago es de noche, ya le habrán contado lo raro que soy. Pero seguro nadie pudo darle una razón por la que yo hubiera querido asesinarla.
– No fue necesario, yo la encontré, en la caja fuerte de su habitación.
Los guardó, imprudente, tonta. Los guardó.
-La víctima publicó los libros que usted escribió bajo su nombre. Los plagió.
Debo controlar mi ira.
Se levanta de la silla, sin permiso se pasea por mi sala, pasa sus manos por los lomos de mis libros. Sabe que está sacándome de mis casillas.
Se presenta ante mí el dilema entre renunciar a mi anonimato o pagar por el crimen que no cometí.
Cuento de mi habilidad para leer los más oscuros y miserables pensamientos de la humanidad. Muestro las miles de páginas que he escrito. Hablo de mi desprecio por los placeres transitorios de fama y fortuna.
Relato la historia de cómo años atrás en Hong Kong, me convenció de que mis palabras importaban demasiado como para morir conmigo. Se ofreció a darles su nombre, a tomar mi lugar en todas las situaciones de las que renegaba. Dije que habían más, otros autores, tal vez alguno no le había dado permiso.
No me creen
Intercambiaré lugares con un asesino, tomaré su lugar en una celda sin ventanas. Sentiré mi nombre escurriéndose entre los labios de todos los jueces, pero no podré verlos, el mundo será invisible para mí.