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Un pequeño detalle - por Isabel Hernández Sandoica

-¿Qué sabemos?-preguntó Duchamp.
-Poco, inspector.La víctima es mujer, china, de unos cincuenta años, sin documentación. Recibió un fuerte golpe en la base del cráneo.
-¿Nada más?
-Sí. Tiene un pequeño papel en el puño derecho. No lo hemos tocado, señor.
-Perfecto. Esperen a la policía científica y a la forense. Manténgame informado, sargento.

La tarde caía y el rumor de un asesinato en Creves, pueblo apartado y nada turístico, corrió rápidamente por las localidades vecinas. Una multitud de curiosos se agolpaba tras el cerco policial. Duchamp los evitó atajando por el bosque.

Para la reportera Monique Lacroix era su primer caso sobre el terreno. Sus comienzos en el periódico quedaban lejos, pero seguía haciendo lo mismo: corregir textos ajenos, servir cafés,…Ahora tenía la oportunidad de demostrar que estaba preparada. Necesitaba la primicia -bien claro se lo había dicho el director- y quedaban pocas horas para cerrar la edición.

Se abrió paso entre la gente en busca del inspector.
-¡Espere, señor Duchamp!-gritó
El inspector se detuvo.
-¿Señorita?
-Discúlpeme. Me llamo Lacroix, trabajo para "Le Global". Conocí la noticia por un amigo que veranea cerca de aquí. Dígame, por favor, qué saben hasta ahora.

El carácter duro y distante de Duchamp flojeó. Poca era la información que podía dar y le agradó el descaro de la chica. Las ganas de impresionar a una joven atractiva se impusieron a su deber.
-Sabemos poco: mujer indocumentada asesinada por la espalda… Ahora, déjeme seguir con mi trabajo. Y ni palabra hasta que informemos oficialmente, ¿entendido?

Decepcionada, Monique se encaminó a su hostal, el único del pueblo. No tenía nada para informar y el tiempo pasaba rápido. Pensó que nadie había denunciado la desaparición de una mujer, luego nadie la conocería. Podría haberse alojado en el hostal incluso.

-Madame, perdone la molestia, pero ¿sería posible ver el registro de clientes?-preguntó al llegar.
-Sin problema, señorita. Mire, es usted la única persona que ha venido aquí en los últimos tres años.

Aún más confusa, salió a la oscuridad. La Biblioteca pública estaba a pocos pasos. ¿Podría la víctima haberla usado? No había lectores. La bibliotecaria leía el periódico. Monique se acercó a una estantería. Inmediatmente escuchó:
-¿Busca algo en concreto?
La periodista tardó en contestar:
-Estaba pensando si sería posible ver el registro de préstamo.
-En absoluto, es confidencial.
-Lo sé, pero me gustaría averiguar si la víctima estuvo aquí.
-¿Y cómo piensa saberlo si desconoce su nombre?
-¿Sabe que lo desconozco? ¿Acaso lo sabe usted?
-Por supuesto que no, ¿cómo podría saber cómo se llama esa mujer?
-¿Mujer? ¿Supone que la víctima es mujer?
La bibliotecaria miró desafiante a Monique.

En la calle llamó a la policía. Duchamp no estaba. Prometieron avisarle inmediatamente. Se reuniría con ella delante de la Biblioteca. Esperó. La bibliotecaria, mientras, no perdía el tiempo: apagó las luces, cerró la puerta principal,… Unos faros la deslumbraron. El inspector salió del coche visiblemente enfadado:
-¿Ahora qué pasa?
-La bibliotecaria…, la bibliotecaria sabe cosas…
-Señorita,-interrumpió Duchamp- esta tarde me pareció usted una mujer inteligente…ahora lo dudo mucho.
-Por favor, inspector, hágame caso…, deprisa…, está cerrándolo todo…, ¡se escapa!
-Solo unos minutos. Quedará usted convencida de su error y dejará de entrometerse en mi trabajo, ¿no?
-Se lo prometo.

Entraron por la puerta de atrás. Solo un flexo iluminaba el libro que sostenía la bibliotecaria.
-¿Puedo saber qué lee, Madame Balmont?
-Poesía…un autor extranjero. No está traducido a nuestro idioma. No creo que lo conozca.
-Déjeme ver. Siempre me gustó la poesía…¡Pero…está en chino!
-¡Japonés, señor!
Duchamp se tomó tiempo antes de proseguir:
-Madame Balmont, le han servido un volumen defectuoso. Fíjese…, tiene arrancada la esquina superior derecha de esta página… Suerte que la he encontrado yo.
Y sacó el papel de su bolsillo.

La bibliotecaria se derrumbó. Llorando a gritos, dijo:
-Tenía que hacerlo…¡mis hijos, mi marido, mi trabajo, mi reputación…Todo lo perdería si ella publicaba el libro en francés. Vino para avisarme de su intención y pedirme que nos fuéramos juntas…

Monique mantuvo silencio. El inspector puso el trozo de papel rasgado en la página correspondiente y le devolvió el libro. La bibliotecaria lo recibió, al tiempo que escuchaba:
-Madame Balmont, queda usted detenida.