Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Misterioso asesinato en la montaña - por Eduardo Daniel

–Comisario, mire lo que tengo aquí –dijo el inspector Máximo Pastor, mientras sostenía un libro en su mano derecha. Se acaba de publicar una obra póstuma de la escritora japonesa, Takeshi Adachi.
–Al menos, después de haber venido a morir a este lado del mundo, tiene un reconocimiento. Pero no me diga que se entretiene en esos asuntos. ¡Con lo que hay que trabajar! A ver si ahora piensa, usted, que algún personaje novelado va a explicarnos quién la mató –y el comisario soltó una carcajada burlona.
–Bueno, cualquiera podría pensar que mi explicación es pura fantasía, pero, si me permite, creo que aquí están las respuesta que no encontramos. Deje que le lea una parte y después evaluamos mi conjetura –explicó el inspector con el libro ya abierto.
El Comisario asintió con un gesto silencioso y se dispuso a escuchar la lectura.
Máximo Pastor se acomodó en el sillón frente al comisario y comenzó a leer:

"Nevó casi todo el día. Por fin, cuando paró, salí a la calle. Era inevitable dejar las marcas de mis pisadas. Me seguirían. Entonces la vi llegar en su auto rojo y vistiendo como una puta. Entró en tu casa. Me escapé por la puerta de servicio y aproveché las huellas de su coche para alejarme. Procuré no manchar la nieve con gotas de sangre de mi nariz. No podía perder tiempo y debía huir.
Durante unos días me quedé encerrada pensando en cómo te habrán encontrado y qué pensarían. Todavía me duele la nariz del golpe que me diste cuando intentaste defenderte, pero no fue suficiente para impedir que hundiera el puñal. Tus ojos se abrieron, igual que cuando te sorprendías con un regalo. Apretaste mi mano fría que empuñaba tu muerte. Nos miramos fijamente. Tu boca se abrió, tal vez buscabas un poco de aire, decir algo. La tapé con mi mano izquierda y te empujé al suelo. El puñal salió con la misma facilidad con la que entró. Te agarraste el estómago y te acurrucaste como un feto. Quizá cuando morimos volvemos al mismo lugar de donde venimos.
Nadie podrá sospechar de mí. Soy tu mejor amiga y esa mujerzuela no será capaz de decir que en el último mes discutíamos mucho. No hablará. No hubo testigos. Sólo los tres nos reunimos aquella tarde: tú, yo y la muerte que se quedó contigo.
Hace tres meses que no soporto pensar que ya no estás, aunque me reconforta saber que tampoco estás para nadie más. Quería darte lo mejor de mi vida y preferiste a esa fulana. Ahora lloro tu ausencia. Ojalá hubieras aceptado mi amor. Estaríamos los dos bien vivos.
No aguanto más. Necesito ver la luz del día. Comencé a marcar las paredes para llevar cuenta de la soledad que va poniendo distancia entre tu tumba y mi encierro. Para poder recobrar mi vida tendré que volver y encontrarme con tu ausencia, en aquél pueblo maldito donde fuiste a nacer, y a morir".

–¿Y bien? –Preguntó el comisario.
_¿No lo entiende? –Preguntó asombrado el inspector. Mire: Sabemos que esta escritora entró en el país hace casi tres meses. Un mes y medio después la encontramos degollada en aquella cabaña. Hasta ahí todo normal… o mejor debería decir anormal.
–Continúe, por favor –dijo el comisario.
–Bien. Según los registros de Migraciones, no era la primera vez que Takeshi Adachi visitaba el país. Hace casi un año, el día que encontramos muerto a Fernando Vega Tizón, ella regresaba a Japón, después de haber visitado a Don Fernando. Nunca la vinculamos con el caso. Él era un hombre respetable y ella una escritora conocida en todos los medios. La prostituta que arrestamos aquél día quiso acusarla, pero nadie le creyó. Nunca se encontró el arma homicida, y ésta fue liberada por falta de pruebas.
–Inspector. ¿Quiere decir que aquella prostituta decía la verdad y lo que hizo fue vengar la muerte de su amado, Don Fernando, cuando se encontró a la escritora, de vuelta en el pueblo?
–¡Exacto! Zaira, así se llamaba la fulana, nos dejó una nota cuando se suicidó. Esta decía:

"Hasta ahora me mantenía viva una razón, que ya pasó a mejor vida. No aguanto seguir llorando tu ausencia. Si me quito la mía, como te quitaron la tuya, tal vez te encuentre. Hasta pronto, mi amor.
Zaira
(A ti, maldita engreída y ladrona, sólo te basta un sayonara)"

Aquella por vocación, ésta por testamento. Ambas confesaron, por escrito, las muertes forzadas que provocaron.