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Las cuatro estaciones - por Emma Deville

Si la víctima de un hecho de sangre fuera una profesora de letras, jubilada, que ha vivido perdida en la montaña durante noventa y dos años, probablemente no pasaría de ser un mero hecho anecdótico. Pero si lo que se tiñe de rojo es la fama de una joven novelista extranjera, el hecho se transforma en un dos por tres, en el máximo suceso del pueblo.
El teniente Bulnes, policía de investigaciones que llegó de la ciudad para reforzar el trabajo local, tocó a la puerta de la ex profesora, Engracia Gómez, un par de días después de que encontraran el cuerpo de la escritora.
-Al parecer usted habló con la occisa –dijo tras explicarle su presencia.
-Hace mucho que no voy a misa –contestó la anciana. Le pareció que era un hombre cortés y de buenos modales y no desaprovechó la oportunidad de jugar, simulando que no escuchaba del todo bien.
-Digo que usted fue vista hablando con la muerta en el parque –repitió Bulnes en un tono más alto.
-Claro que hablé con ella… pero lo hice cuando estaba viva, eh –le dedicó una sonrisa que el policía no quiso devolver.
En efecto, Engracia había intentado hablar con la víctima cierta tarde en que, por sorpresa, la encontró en el escaño donde habitualmente se sentaba. Pero solo se quedó en el intento ya que el español era una lengua que la autora prefería dejar a sus traductores. Logró apenas un saludo y el autógrafo en la primera página de “Natsu”1 , cuando vio el último libro de su saga en manos de la anciana. Esa media hora de lectura, con la joven escritora a su lado en completo silencio, fue quizás las más intensa de toda su vida.
-Los escritores japonenes suelen cometer suicidio –aseveró Bulnes mirando la biblioteca de la anciana.
-No estará insinuando que la señorita haya hecho tal cosa…
-Pues, es una de las alternativas que se baraja.
-¿La ha leído, usted, teniente?
-Temo que no todavía, pero he leído a otros y son bastante parecidos en estilo ¿no? Digo, los japoneses.
-Esta joven autora, mi estimado, alcanzó, afortunadamente, a concluir su tetralogía Las estaciones del año. Comenzó con Aki2 y le siguió Fuyu3. Le recomiendo leer éste y prestar atención a la página 127 –sacó del estante “Haru”4, el penúltimo, y se lo alcanzó.
Engracia cerró la puerta convencida de que si era un buen policía entendería que Yasú5 Yoshimura6 jamás se habría suicidado finalizando el verano.
Se lo topó un par de veces en la farmacia, lo saludó en ambas ocasiones con una especie de reverencia suponiendo que el policía estaba allí por el dolor de cabeza que la investigación le producía. No abuse de los analgésicos, teniente, le quiso decir pero se contuvo. En la calle nadie hablaba de otra cosa que no fuera del suicidio. Ni hablar de la televisión y los periódicos. Aún cuando las pesquisas no lograban dar con pistas que demostraran un homicidio, Engracia estaba segura que esa era la figura, y si el teniente Bulnes había leído con atención, también.
Es probable que la presión de los medios y el tamaño del pueblo hayan llevado al culpable, el dueño del hostal que alojaba a la escritoria, a entregarse. Según sus declaraciones, solo quiso dormirla con la intención de robar. Había mezclado una dosis de Veronal en la merienda nocturna y le dio tiempo para que las pastillas hicieran efecto. Ingresó de madrugada para tomar el dinero, ninguna especie, solo billetes. Estuvo atento al día siguiente pero Yasú no re reveló levantada. Entró a la habitación, nuevamente, y fue cuando la encontró sin vida. No supo qué hacer, menos al descubrir la papeleta con el diágnostico médico de insuficiencia hepática junto a varias cajas de Furosemida. La interacción del somnífero, mezclado con la comida, y el diurético recetado, había sido letal. Esperó a que el pueblo estuviera durmiendo y traslado el cuerpo hacia otro lugar, no sabía específicamente dónde. La dejó entonces recostada a la interperie y al regresar al hostal, devolvió el dinero sustraído.
-Me alegro de encontrarla en casa, señora Gómez –dijo Bulnes
-Y a mí que su dolor de cabeza haya terminado, teniente.
-No puedo hacer más que agradecer su préstamo.
-¿Qué le ha parecido? Estoy segura que le encantaría leer los otros tres… Le prestaría el último de no ser el ejemplar que me autografió ¿sabe?
-No se preocupe, seguramente los encontraré en la ciudad –y le devolvió el libro.

1Natsu: Verano
2Aki: Otoño
3Fuyu: Invierno
4Haru: Primavera
5Yasú: Tranquila
6Yoshimura: Buena aldea