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El Sobre - por SpinnerDark

Elisabeth estaba concentrada en realizar el mínimo ruido posible. La linterna iluminaba poco, por no decir nada; las baterías estaban casi agotadas, pero para este tipo de situaciones le encantaba llevarla encima. De sus labios salía una pequeña voluta de vaho. El frío de la noche le hacía temblar un poco la mano con la que sujetaba la pistola. Entonces, cuando se disponía a entrar en una de las habitaciones, oyó unos disparos de la planta baja.

– ¡Maldita sea! –masculló entre dientes –. No debería haberlo dejado solo.

Dejó de lado el sigilo para otro momento. Se agarró a la barandilla de las escaleras, haciéndola crujir a su paso. A mitad camino oyó el grito de Thomas, otros dos disparos y el sonido de un gran cristal rompiéndose. Al llegar abajo apagó la linterna y se la metió en uno de los bolsillos de la gabardina. Sujetó con fuerza la pistola con ambas manos. Al voltear las escaleras reconoció la luz de la linterna de Thomas, tras la rendija de una puerta entreabierta al final del pasillo. No dudó ni un segundo.

Se abalanzó contra la puerta, golpeando con el antebrazo, y se quedó de pie en el umbral, con los hombros colocados y apuntando su arma hacia adelante. El pequeño foco de luz estaba en el suelo, alumbrando a Thomas. Se encontraba de espaldas y de cuclillas sobre una persona. Dirigió la mirada a su alrededor, y vio que la gran cristalera estaba rota como alguien hubiera escapado, dejando entrar algunas hojas sueltas de los árboles de los alrededores.

– ¿Thomas? ¿Qué coño ha pasado? –dijo mientras se acercaba al gran agujero de la ventana. Sacó su linterna de nuevo para iluminar el exterior. En la distancia se vislumbra una sombra, pero acto seguido desaparece entre la arboleda de la montaña. – Se ha escapado. ¿Has logrado ver de quién se trataba?

Al ver que ya no corrían peligro guardó su arma en la funda y se acercó hacia su compañero, iluminándole por encima de su cabeza. La víctima tenía una herida de bala en el brazo derecho y justo debajo del pecho, donde Thomas estrujaba su bufanda, debía haber recibido otro impacto.

– Thomas… –la voz de Elisabeth tenía un tono tranquilizador. Al parecer su compañero también había recibido una herida en el brazo izquierdo.

Seguía presionando sobre la herida. Elisabeth miró a la cara a la víctima y supo de quién era. El novio de la víctima, Senzo Morioka. A diferencia de la foto del archivo estaba más pálido y el flequillo se le pegaba a la frente perlada de sudor. La respiración era muy suave y casi ni se movía. Mascullaba entre dientes unas palabras en japonés, incomprensibles a sus oídos. Al mirar la bufanda de cuadros de Thomas pudo comprobar que la situación no tenía remedio. Le puso una mano sobre el hombro.

– Tom, olvídalo.

Thomas lanzó un profundo suspiro. El joven tendido sobre el suelo del despacho asintió levemente, comprendiendo su gravedad. Colocó su mano izquierda sobre la tela de la bufanda, empapada de su propia sangre. El investigador, agradecido, se levantó y descargó su rabia sobre una silla cercana, golpeando la estantería empotrada llena de libros. Varios libros cayeron repiqueteando sobre el suelo.

– Relájate, no es momento para montar un numerito. Puede que los disparos atraigan a la patrulla que rondaba delante de la casa.

– ¡Joder Elisabeth! Primero la escritora y ahora su pareja –dijo señalando a Senzo. Ya casi ni se movía –. He escuchado su conversación. Al principio me he quedado tras la puerta, intentando entender algo. Si hubiera entrado un segundo antes…

Elisabeth escuchaba a su compañero, mientras con la otra oreja estaba atenta por si las autoridades se acercaban. No quería que los involucraran en el caso. Pasaba los dedos entre el lío de papeles sobre la mesa. Fotos antiguas de gente posando alegremente, montones de papeles con apuntes del puño y letra de Hana, la escritora. Acarició un pequeño cuaderno de notas que estaba en equilibro en una esquina de la mesa. Al hacerlo, el joven japonés empezó a agitarse, repitiendo una y otra vez la misma palabra.

– ¿Qué está diciendo?

– En el momento que entré sostenía eso. –contestó Thomas.

La detective sujetó el volumen y vio en los ojos del japonés un pequeño destello. Le devolvió el libro, tendiéndoselo entre sus manos abiertas. Senzo lo abrió. Tras la cubierta había un pequeño sobre pegado con cinta adhesiva.