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Banderas en la nieve - por paloto

No era la vuelta de vacaciones deseada ¿Pero acaso había alguna que lo fuera? Quizás para otros fuera algo excitante, o por lo menos, eso se desprendía del comportamiento del resto de policías que parecían disfrutar de aquel caso. En cierto modo los comprendía. No todos los días llegaba un caso de asesinato de una célebre escritora en un paraje tan exótico como aquel.
Pero aquello no era para Mario. La nieve se colaba en sus botas y mojaba sus calcetines, el frío había cortado ya sus labios y pronto mostraría unas incómodas costras que le impedirían sonreír. Bueno, aquello no sería un problema dada la situación.
Se acercó a la cinta que mantenía a los periodistas y curiosos a raya. Conforme se aproximaba al cuerpo, vio de reojo a un grupo de niños espiando desde detrás de unas rocas. Se encontraban dentro del cordón policial, pero no parecían una amenaza de modo que el inspector los ignoró.
– Póngame al día, agente –ordenó a un hombre que tomaba notas en una libreta.
El agente alzó la vista y su rostro se tensó. Odiaba aquella absurda expresión de aprensión cuando hablaba con alguien, y le irritaban aún más los segundos que tardaban en reaccionar.
– Una mujer asiática de cincuenta años ha aparecido muerta. Al parecer se trata de una famosa escritora. LIn Ashau. Llevaba un libro en la mano.
– “Banderas en la tierra” –señaló Mario sin interés.
Había investigado a aquella mujer de camino a aquel recóndito pueblo perdido de los dominios de los GPS. Se trataba de una célebre escritora de novelas policíacas y de investigación. Mario no había leído ninguna de sus obras, pero conocía aquel estilo. Le asqueaba profundamente.
El agente le tendió el libro y Mario lo cogió sin mucho interés, miró hacia el cielo despejado y abrió el libro por la primera página. Una inscripción a mano mostraba un críptico mensaje.
“La cripta de la sufrida ciudad del sur mira al sol y conduce a la verdad”.
Mario chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
– ¡Está bien, chicos! Recoged todo. Nos vamos. Que se encarguen del cuerpo –ordenó a viva voz.
El agente, al igual que todos los presentes lo miró estupefacto.
– Pero señor… ¿no vamos a recoger pruebas, sacar fotos…?
El inspector se giró de nuevo hacia aquel agente. Era joven e impulsivo y se había dado cuenta de su error. Lo notaba en su cara. En cualquier caso, Mario fue benévolo y contuvo la ira que le provocaban aquel tipo de impertinencias.
– Tenemos dos opciones, agente…
– Garza, señor. Agente Miguel Garza.
– Bien, agente Garza. Como decía, tenemos dos opciones. Podemos seguir las pistas que amablemente la señora Ashau nos ha dejado. Veamos,.. “La sufrida ciudad del sur”. Eso nos lleva a Nagasaki, sin lugar a dudas.
– ¿A… a Nagasaki, señor?
– Si, agente. A Nagasaki ¿Qué otra ciudad puede ser la “sufrida ciudad del sur” en Japón? De las dos ciudades que sufrieron ataques de bombas atómicas, Nagasaki es la más sureña.
– ¿Y por qué Japón? –preguntó el agente –Vale, la mujer es japonesa, pero bien podría referirse a una ciudad del sur de España, o una situada al sur de este pueblo.
Mario miró al agente con un gesto insondable en el rostro. Al cabo de unos segundos continuó hablando como si no lo hubieran interrumpido.
– Podríamos buscar en el cementerio de Nagasaki. Estoy convencido de que solo habrá una cripta que apunte hacia el este. Allí seguramente nos encontremos con un resquicio en la puerta de la cripta ilumine unas letras grabadas en la pared que nos conduzcan ala siguiente de las incontables pistas que sin duda nos llevarían a resolver el misterio.
El joven agente permaneció callado, estupefacto. El inspector continuó hablando.
– O podemos comprender que no estamos en una jodida película y cerrar el caso ya como un evidente suicidio de una mujer enferma terminal que se ha gastado sus míseros ahorros en viajar hasta este lugar para morir como el personaje de una de sus novelas.
Había descubierto en una investigación previa su enfermedad y una noticia sobre su supuesta ruina económica.
– Señor –le llamó el agente mientras Mario se iba -¿Por qué Japón?
Mario se acercó. Le devolvió el libro.
– “Banderas en la tierra”.
El agente miró hacia el suelo. Alrededor de la mujer, un enorme charco de sangre redondo contrastaba con el impoluto blanco de la nieve. Banderas en la nieve.