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La deuda - por Dorothy

LA DEUDA

Cuando fui a comprar el pan a la tienda de Marisol, tres días después de que la noticia de la muerte de aquella vieja gruñona apareciera en los periódicos, mi prima Rosita se me acercó y me preguntó por mi hermano. Qué hipócrita. Ambas sabíamos que le daba igual lo que nos pasara: solo quería comprobar que yo le mentía al decirle que estaba bien, y de ese modo confirmar los rumores que ella misma había dispersado por todo el pueblo. Rumores que, al fin y al cabo, eran totalmente ciertos. Pero eso no disculpaba la actitud de mi prima: cualquiera hubiera dicho que cuando éramos niñas nos pasábamos todo el día pegadas la una a la otra. Me preguntó que si yo había llegado a conocer a la señora japonesa. Como si no supiera de sobra la respuesta: habíamos ido juntas a hablar con ella para pedirle que nos pagara a mi hermano y a mí lo que nos debía. Aquella mujer que se paseaba por el pueblo con esos aires suyos de grandeza, con un pañuelo de seda anudado elegantemente al cuello y una libreta negra donde siempre tomaba notas. En japonés, claro. Todo el pueblo la conocía: hasta los turistas. Parecía tan grandiosa, tan inalcanzable… Como una estatua de mármol. Bella, rígida. Pero no era tan hermosa como parecía. Y mi prima lo sabía de sobra. Se contaba por el pueblo que la policía había encontrado debajo de un jarrón de la casa (jarrón que había comprado años atrás mi madre) un sobre con una gran suma de dinero. Cuando mi vecina María Laura me lo contó, me dio un ataque de risa. Y pensar que todo había sido una gran mentira. Y ella ya no podría gastarse ese dinero.
Cuando volví a casa, encontré a mi hermano ahorcado en el lavadero. Tan solo había estado fuera diez minutos, pero a él le había sobrado el tiempo para colgarse de una tubería del techo. Precisamente por miedo a que ocurriera algo así no había salido de casa los tres primeros días. Pero se había terminado el pan.
Me arrodillé, abrazando sus pies descalzos, acunándome con su suave balanceo, como en un columpio. Todo por culpa de esa horrible mujer. Ahora tendría que llamar a la policía y dejar que ellos extrajeran sus propias conclusiones de la situación. Pero estaba bastante claro. Aunque mi hermano no hubiera dejado ninguna nota: no era necesario. Estaba bastante claro que la culpa no lo había dejado vivir. Y eso que ellos no habían permanecido a su lado durante esas horas terribles después de su llegada en medio de la noche, cubierto de sangre de pies a cabeza. No habían tratado de consolarlo, no se sentían igual de responsables que él.
Ella, ella tenía toda la culpa. ¿Qué le costaba pagar el estúpido alquiler?