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El regalo del bosque. - por Pedro Soto

Me levanté sobresaltado de la cama y tan rápido como pude eché mano del reloj. Tenía los ojos aún entrecerrados y mi visión era prácticamente nula. Cuando por fin pude descifrar la hora en el reloj ya era muy tarde. Me había dormido y la impuntualidad era algo que la señorita Kobayashi no toleraba lo más mínimo. Era una mujer mayor, delgada y con un semblante serio, imponía hasta a el hombre más robusto. Su largo cabello moreno siempre se encontraba recogido en aquella larga trenza que caía sobre uno de sus hombros.
Nos habíamos conocido hace seis años, en el primer verano que me percaté de la existencia de su humilde casita. Yo era aún un distraído adolescente cuando en una de mis tardes de interminables reflexiones existenciales me topé con aquella casa. Era de madera y parecía como si aquel bosque de pinos se la hubiese tragado. Se encontraba a las afueras del pueblo, en la linde del bosque de pinos que cubría toda la montaña. Y allí estaba ella, con una obsoleta máquina de escribir, sentada en el porche mirando al horizonte y deslizando sus finos dedos sobre las teclas de la máquina. Desde ese día ella me había enseñado a canalizar mis emociones y pensamientos a través de la escritura. Todos los veranos después de aquel pasábamos las horas muertas hablando, escribiendo, dibujando, riendo… Así que año tras año esperaba su llegada.
Cuando ya me había levantado de la cama me dirigí a la cocina de mi casa me bebí el café frío que quedaba en la jarra y cogí la bicicleta desde la puerta trasera para dirigirme a casa de la señora Kobayashi. El camino estaba revuelto, huellas de coches y motos se dirigían a su casa. Era algo inusual. La señora Kobayashi era una mujer tranquila y solitaria. Además de conmigo no solía hablar con mucha más gente. Estaba ocurriendo algo y yo no era capaz de darme cuenta. Fue cuando llegué allí cuando todo cambió. Había coches de policía, furgonetas de medios de comunicación, cámaras y todo atestado de gente. Esto no cuadraba para nada.
Me dirigí hacia el jefe de policía, el señor Díaz. Fue entonces cuando le pregunté por lo que estaba sucediendo.
– Hijo, te estábamos buscando. – respondió a mi pregunta. – Hemos pensado que eras tú el único que podía ayudarnos en esto. Creemos que le ha sucedido algo a la señora Kobayashi pero no estamos seguros de que se trata.
Fue entonces cuando la cabeza empezó a darme vueltas. Los últimos días había estado de un humor muy apagado, extraño en su forma de ser. Me senté de golpe en uno de los escalones del porche y respiré hondo.
– Hemos encontrado esta nota – me la entregó. – Queremos saber si entiendes algo de lo que pone en ella.
Procedí a leer la nota.
“En la noche más corta del año,
cuando la luna está observando desde arriba,
le devolvió el libro la luna
al bosque que se lo había regalado”.
– ¿Te sugiere algo? – me insistió el jefe de policía.
– No, no sé lo que significa – respondí tajante.
– Bueno si se te ocurre alguna cosa no dudes en comentárnoslo. Algún enemigo, o amante incluso que tuviese la señora Kobayashi… ya sabes, ese tipo de información nos vendría muy bien para empezar a buscar.
Tras ese comentario una avalancha de periodistas me asaltó. Salí corriendo en dirección al río, allí no habría nadie que pudiera verme ni preguntarme. Cuando llegué grité de desesperación y lloré durante horas. No podía explicarme nada, y para colmo estaba aquella nota. Creía que conocía a la señora Kobayashi, pero en realidad no sabía nada acerca de ella.
Estaba ya bien entrada la noche y las estrellas y la luna iluminaban mi camino. Me decidí a atravesar el bosque. Era algo que los dos hacíamos con frecuencia. Me dediqué a admirar su belleza de nuevo, sus sonidos, su fresco olor, pero todo esto ahora era un sentimiento vacío. Fue entonces cuando lo vi. Un objeto emitió un reflejo bajo la luz de la luna y me adelanté para cogerlo. Era el pequeño libro adornado en plata que llevaba siempre en el bolsillo. Lo cogí. Dentro había una nota.
“Jon, ya has conseguido comprender tu propia naturaleza. Esa energía forma parte del bosque. Ofrécele al mundo el don que este mágico bosque te ha concedido hasta que tengas que devolvérselo de nuevo. Lleva este libro hasta ese momento. Te amo y no te olvidaré nunca.”