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La Montaña - por El Gnomo

Era curioso, después de siglos ocurría algo en el pueblo de abajo. Por supuesto, siempre pasan cosas, pero nada lo suficientemente interesante para llamar su interés. Tampoco era la primera vez que sentía alguna malvada presencia, pero generalmente solo estaban de paso.
Fue la sorpresa, más que cualquier otra emoción la que hizo que saliese de su sopor de lustros. Sintió la intensa, casi dolorosa, descarga de odio y vileza brutalmente liberada en el instante en que la oscura figura le devolvió el libro a la escritora. El mismo libro que ella firmó por la tarde, sin detenerse a observar la mirada vacía más allá de la enésima mano que le extendía un ejemplar buscando su rubrica.
A los pocos segundos, estaba muerta; su corazón no pudo resistir toda la maldad desatada contra ella.
Se alzo una fría brisa danzando con un par de hojas de roble bajo la luna menguante. La brisa avanzo por el pueblo, adquiriendo la densidad de una sombra y entro en el antiguo bosque, hasta llegar al claro donde se encontraba el asesino y su víctima, sobre la que se detuvo un instante, menos de lo que dura una caricia.
El ejecutor se zambullo en las sombras, y estas se mezclaron con las pequeñas sombras del bosque, deshaciéndose en zarcillos hasta desaparecer, dejando tras de si un cadáver todavía tibio y un libro que se consumía en el suelo.
El día siguiente comenzó con gran ajetreo. Una pareja de ancianos habían encontrado el cuerpo mientras caminaban por los alrededores con los primeros rayos. De regreso al pueblo, la noticia se extendió como un incendio en verano.
En pocos minutos, el antes placido y tranquilo pasaje del bosque estaba lleno de curiosos y de esos guardias modernos -policías les llaman- que tras echar a la chusma y hacer una rápida inspección del lugar, se llevaron el cadáver al poblado. Tras examinarlo, se determino que la causa del fallecimiento fue la paralización del corazón, pese a no mostrar señal alguna de daño.
Nadie presto mayor atención al espanto reflejado en los ojos de la muerta. Solo una anciana, quien todavía recuerda y respeta las antiguas leyendas y tradiciones reconoció el terror que había convertido en pozos tenebrosos esos ojos que antes reflejaban vitalidad y sabiduría.
Lo que ni siquiera ella fue capaz de reconocer fue la oscuridad que anidaba en el lugar donde ocurrió la tragedia. Esto fue percibido únicamente por los habitantes del bosque y la Montaña. Los animales se alejaron del claro, y los arboles tenían un aire huidizo y gris, como si intentasen alejarse. La noche siguiente, la oscuridad se evidenció; exactamente donde cayó el libro, un circulo de hierbas y plantas se deshizo en un circulo de blancas cenizas en su lugar.
Por supuesto, ningún humano del pueblo se percato de la ausencia del asesino. De hecho, nadie se había percatado de su presencia. Y mucho menos, sospechaban que la muerte era, en verdad, un asesinato.
En tiempos pasados, hubiera sido totalmente diferente. Toda la aldea tendría la certeza de “sentir” las fuerzas extrañas y desconocidas para ellos que habían causado la defunción. Según la época, incluso acusarían a algún vecino de brujería. Y sería cierto, pero jamás encontrarían al verdadero asesino.
Este se escondía en una profunda gruta, como si pudiera ocultarse… era consciente de haber despertado con sus actos, fuerzas muy antiguas. Poderes mayores y de mayor antigüedad a los poseídos por su señor. También estaba al tanto de ser observado permanentemente, y que estos poderes no tardarían en actuar. Temía las consecuencias de sus actos, pero sabía que ya era tarde, no podía huir.
Por eso no fue del todo una sorpresa sentir como surgían dos brazos de piedra de la pared donde se apoyaba, que le aprisionaron y destrozaron, dejando solamente un monto de huesos, sangre y polvo.
Finalmente, con la tranquilidad que da el deber cumplido volvió a sumirse lentamente en su sopor. Nadie profana, sin sufrir las consecuencias, las tierras bajo su cuidado, sus tierras, las tierras de la Montaña.