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Donde sopla el Viento - por Rosa

El frío cortaba la cara de Shin mientras observaba ensimismado la lejanía allá arriba, en el alto de los Montes Niham. Había subido a disfrutar de la tranquilidad de aquel paraje en la caída del otoño, cuando las hojas en tonos marrones y cobrizos cubrían el suelo y las ramas desnudas de los árboles silbaban con el viento que soplaba en el lugar. “Era su rincón de paz cuando la situación se ponía tensa”, pensó mientras la recordaba.

Sólo hacía dos días desde que la Señora Lin había aparecido muerta en una callejuela del pueblo. Nadie había escuchado nada, nadie parecía saber nada pero en un rincón tan apartado como aquel y aún con los turistas rondando el lugar, todo el mundo sabía que hasta las paredes de las casas tenían oídos. Esa misma tarde Shin había estado con ella, había vuelto de la capital con órdenes claras y precisas, y aunque apreciaba a aquella bondadosa mujer, no podía desviarse del plan, la organización no se lo permitiría por mucho que él la amara en secreto.

Hacia las tres de la tarde fue, como de costumbre cuando estaba allí, a tomar el té a su casa. Liah estaba más hermosa que nunca, a su parecer. Quizás el saber lo que le ocurriría hacía que se fijara más en sus dulces ojos, en el blanco de su piel y en los suaves movimientos que hacía lentamente y que provocaban que su esbelta figura resaltara más con la luz de la tarde. Se sentaron uno frente al otro, callados, mirándose a los ojos y con la complicidad de saber lo que ocurre sin si quiera pronunciar una palabra. Los minutos pasaban y ninguno de los dos se atrevía a romper aquel pesado silencio. Fue Shin el que habló por fin tras meditar largo y tendido si era lo correcto o no.

-Aún puedes irte.-le dijo, y su tono de voz desvelaba un deje de esperanza-Quien sea que cumpla el recado tardará unas horas en llegar y ellos no conocen estas montañas tan bien como tú. Nadie lo hace. Tú…-su voz se había ido apagando al final de sus palabras y casi no podía ni levantar la vista para mirarla.

-Oh, Shin…-respondió ella desolada y a la vez impresionada porque aquel hombre hubiera tenido la valentía de pronunciar aquellas palabras con el peligro que acarreaban- Tu sabes tan bien como yo que eso no es posible. Cuando entramos en la Compañía todos sabemos que nuestra única forma de salir es la muerte y…-hizo una leve pausa para mirarlo directamente a los ojos-y yo ya no tengo miedo a la muerte. He encontrado el valor y la forma de enseñar al mundo la maldad que esconden y supe desde el momento que escribí la primera línea de mi primera historia que ahí estaba comenzando el fin de mi vida.

La mujer cogió la taza del té que aun humeaba y dio un sorbo mientras observaba por la ventana como algunas hojas caídas parecían bailar con el viento que proclamaba la llegada del invierno.

-Es irónico ¿verdad?-comentó despreocupada a Shin que la miraba embelesado- Que con el comienzo de algo nuevo haya escrito mi final.- suspiró y sonrió amargamente pero divertida por su propio comentario.

El joven se levantó incapaz de aguantar más aquella situación, llevó la mano al bolso de su gabardina y le devolvió el libro que ella le había prestado. Se acercó a Liah y posó sus labios en la mejilla de la mujer con un dulce roce.

Esa fue la última vez que la vio con vida. Luego se enteró, con el revuelo de los vecinos y la policía, de que hallaron su cadáver en una calle cercana a su casa y lo único que llevaba con ella era el libro que él le había devuelto. En la primera página Shin le había escrito: “Nos reuniremos donde siempre sopla el viento”.

Y ahí estaba él ahora, dispuesto a encontrarse con ella más allá de la vida donde nadie pudiera separarlos jamás. Era su deseo y a la vez su venganza.

Shin miró de nuevo al horizonte para absorber todo lo bello de aquellas montañas que le rodeaban y que ella tanto amaba y al instante se dejó llevar por el viento y por ella.