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Cotilleo matutino. - por Sergiodammerung

– ¿Te has enterado de lo de Yuki? -preguntó Carlota.
Joan estaba leyendo en la mesa de la cocina mientras desayunaban e ignoraba a conciencia a su mujer. Después de cuarenta años casados había aprendido a ignorar los cotilleos de su señora.
– ¡Joan! -insistió Carlota. Joan no tuvo más remedio que levantar la vista del libro.
– ¿Qué quieres? -le preguntó con desgana. Antes de que su esposa dijera nada se quitó las gruesas gafas. Así al menos la vería borrosa y se podría abstraer.
– ¡Nada de eso! -se envaró Carlota- ¡Ponte las gafas ahora mismo, que ya nos conocemos!. ¡Y trae el libro ese que tienes en las manos, esto es importante!.
– Pero… -Joan no daba crédito- ¿Que te pasa, por qué estás así de histérica esta mañana?.
– Porque parece que vives en otro planeta, viejo chocho -Carlota, aún con el libro entre las manos se le acercó y bajó el tono de voz, como si hubiera micrófonos ocultos en la cocina- Yuki, para que lo sepas, la escritora esa china…
– Japonesa cariño…
– Bueno, da igual, china, japonesa, eso da igual. Mmmmmhhh… ¿por dónde iba?.
– No sé, aún no has empezado….
– ¡Ah, sí, ya…! ¡Que la han matado! -Joan abrió muchos los ojos.
– ¿¡Qué!?.
– Sí, muerta, kaput, quieta para siempre.
– Pero…¿cómo, quién…?
– Sí hombre, no lo sabe la policía y quieres que lo sepa yo…
– Bueno -dijo Joan levantándose. Cogió la tetera y se sirvió un poco de té. Por una vez, pensó, su mujer le contaba algo interesante. Conocía a la escritora asesinada. Todo el pueblo la conocía. Para una famosa que veraneaba en el pueblo era normal conocerla. Además, llevaba viniendo muchos años. Le encantaba España, y más aún los pueblecitos de montaña españoles. Más de una vez había ido a la pequeña ferretería que tenía Joan a comprar algo.
– Bueno -dijo Carlota mirando la espalda de su marido mientras éste se servía el té.
– Bueno ¿qué? -le espetó él.
– ¡Siéntate ya que te cuente el resto!-
– Espera mujer, que me eche el té, ¡qué impaciente!. -No servía de nada discutir, pensó, así que se dio prisa y se sentó de nuevo en la mesa.- Hala, sigue…
– Bueno, pues como te iba diciendo, a Yuki la han matado. La han encontrado muerta y bien muerta sentada en la mesa del comedor con la cabeza bien metida en un pedazo de tarta. Dice la Concha que seguramente le ha dado un infarto y ha hincado la cabeza sobre la tarta que se estaba comiendo. Yo creo que la han envenenado. Eso es que la ha castigado el Señor, por ser tan zo…
– Carlota, ya estamos otra vez. Deja a la gente en paz, ¿que te importa lo que haga o lo que deje de hacer la gente en su intimidad?.
– Pues no, eso no es normal. ¿Una mujer acostándose con otra mujer?. -Carlota se santiguó varias veces y continuó- Eso es antinatural. Desde luego, ¡qué asco!, por eso se vendría de China aquí, porque seguro que allí la condenan por hacer esas perversiones…
– Japón.
– ¿Qué?
– Que es japonesa, no china….
– ¡Ay, ya estamos otra vez! ¡que más da!.
– Bueno sigue -Dijo Joan. Después de muchos años ya la conocía bien y sabía que si seguía por ahí solo conseguiría discutir más. Y también sabía que si la instigaba a seguir con lo que fuera que estuviera contando, le podrían más las ganas de cotillear.
– En fin -se resignó Carlota- que eso no es normal, que no.
– No sé porque te molestan tanto esas cosas, siempre las ha habido y siempre las habrá.
– Sí, pero antes éramos salvajes y ahora civilizados.
– No sé yo que decirte…
– Y te digo más, si por mí fuera los metía a todos en un centro de concentración de esos.
– ¿En un campo de concentración?
– Sí, eso -Joan frunció el ceño y la miró fijamente.
– ¿Qué? -Quiso saber Carlota.
– Pues que no se porque te pones así. Estás muy alterada, tranquilízate anda. Salgamos un rato. Además, aunque no te guste lo que haga…hiciera Yuki con sus amigas, no es para desearle la muerte -Joan intentaba quitarle hierro al asunto.
– Mmmmmhhh….-Joan notó que no quedaba muy convencida.
– Venga, salgamos a dar un paseo.
– Bueno, venga, sí que me vendrá bien. No se porque me altero tanto. Toma tu dichoso libro.- Carlota le devolvió el libro que le había quitado al principio de la conversación mirándolo fijamente a los ojos. Fue al ir a cogerlo cuando Joan se acordó del título: “Confesiones de un asesino”.