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La sombra de una duda - por Borja

-¿Crees en Dios?
La pregunta surgió de la nada; como un susurro imprevisible a su espalda.
-Lory, ¿qué dices?-acertó a contestar Steve, dándose la vuelta para ver a su mujer.
-Digo, ¿qué si crees en Dios? Sea lo que sea, puedes decírmelo.
-Sabes de sobra cual es mi opinión… ¿a que vienen ahora estas dudas existenciales?-Steve miró a su mujer, con los ojos entrecerrados. Buscando alguna señal que le indicara el porqué de la angustia que se adivinaba en su cara.
-¿Es por lo de esa mujer, la escritora? ¿Cómo se llamaba? Sakura…
-Se llamaba Sakura Murakami, y era una estupenda escritora-Lory torció aun más su gesto-…tenía la misma edad que nosotros.
Steve cerró el periódico. Sabía que su mujer necesitaba un abrazo, y él no iba a negárselo.
-Ayer por la noche acabé de leer su libro-dijo Lory todavía sin separarse del abrazo de su marido-. Era una mujer muy sensible.
Steve estrechó aún más a su mujer. La amaba, y en cierto modo la compadecía un poco. Le costaba aceptar que la extrema vulnerabilidad emocional que padecía Lory fuese tan virulenta; que se presentase siempre por sorpresa, estremeciendo hasta sus pilares más fundamentales.
-Bueno, no te preocupes más. Seguro que encuentran pronto al culpable.
-Es que no creo que la hayan matado-Lory se separó un poco de su marido-, ¿Quién, y por qué la iba a querer matar? Solo era una escritora.
Steve la miró a los ojos. A él también le costaba creer que un asesino rondase por su pequeño pueblo.
-¿Qué quieres decir?
Lory se separó del todo de él y caminó hasta la estantería del fondo, para coger lo que le quería enseñar a su marido.
-En el libro, el que terminé de leer anoche, Sakura cuenta una historia sobre un juglar medieval que se queda mudo-la mujer intentó sopesar las palabras con las que terminaría de describir la escena-. El caso es que, al verse sin voz con la que contar las historias que bullían por su sangre, el juglar decidió que lo mejor era desaparecer para siempre-Lory volvió a hacer otra pausa valorativa, esta vez más larga que la anterior-. Tal vez, ella…
-¿Crees que se suicidó?
-Es posible-le costó admitir-. Su literatura es muy melancólica, puede que demasiado, míralo tú mismo- Lory entregó el libro para que Steve lo ojeara-. Y siempre deja entrever que la vida se cobra un peaje muy caro en forma de sufrimiento.
Steve sostuvo la obra en sus manos. Era una edición de bolsillo, no muy gruesa, apenas tendría doscientas páginas. En la portada, impresa con un fondo negro, destacaba la foto de una imagen labrada en piedra. Steve supuso que sería la imagen de un juglar. Le dio la vuelta y leyó la sinopsis de la contra. Era cierto, su mujer tenía algo de razón. La palabra introspección se intuía muchas más veces que las tres, que se habían incluido en el breve texto.
Abrió el libro y leyó un par de hojas al azar. A primera vista le gustaba como estaba escrito: era sencillo y las escenas se veían con claridad; pero enseguida percibió lo que su mujer le quería decir. De las letras, del fondo de las palabras, parecía emanar un sutil aroma de angustia.
Steve le devolvió el libro a Lory. Ya había leído suficiente como para saber que no era la literatura más adecuada para su mujer.
-¿Ves lo que quiero decir?-le preguntó ella, expectante.
-No sé Lory, no lo tengo tan claro. Creo que si fuese un suicidio, ya lo sabrían. Los federales, miran muertos todos los días.-Steve no fue brusco, más bien todo lo contrario, pero tenía que decírselo. Sabía como acababan las derivas emocionales de su mujer-. No sigas preocupándote. No vas a solucionar nada.
-Ya sé que no voy a solucionar nada, pero…
-Déjalo ya y vente a tomar un café conmigo a la cocina.-la sonrisa de Steve fue lo suficiente grande como para que Lory comprendiese que si quería seguir hablando del tema, él la escucharía. Pero también para que supiese que no lo iba a convencer de nada.
Con el rostro todavía un poco contraído por la angustia, Lory abrió el camino hasta la cocina, peleando con una idea que se empezaba a formar en su mente. Una idea que no pensaba discutir con su marido.

A la mañana siguiente, al pie de la montaña, yacía el cuerpo sin vida de Lory, sobre la entrada a la gruta del Demonio.