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"Los hermanos Dreston" - por Purrusalda

Roberto se encontraba atónito, inquieto por los acontecimientos tan inesperados. No podía pensar que aquella mujer asiática, tan culta y bondadosa,que tan buenos ratos le había hecho pasar al hilo de la historia de su vida, terminase de esa forma tan macabra. A su cabeza volvía una y otra vez, la imagen de Naoko Yin, envuelta en una vieja sábana ensangrentada, atrapada en su propia pesadilla como un ser indefenso y frágil, yaciendo inerte a la orilla del río Tang que seguía su curso ajeno al descabellado suceso.
“La prensa escrita se había hecho eco enseguida de la muerte de Naoko. Anunciaba su trágico desenlace con escuetos titulares de primero de carrera, a la par que dejaba abierta la puerta a cualquier testigo que pudiese aportar un poco de luz al asunto. El asesinato de esta ilustre literata de ciencia ficción japonesa, estaba siendo investigado por el cuerpo de policía de Salimán. La sección de homicidios estaba volcada en este tema casi al completo y, la embajada japonesa, les había brindado toda la cooperación necesaria para esclarecer el caso a la mayor celeridad. En su país, Naoko, era un personaje muy querido y respetado, casi podría llegar a decirse que rozaba el culto. Su saga “ Los hijos del tercer milenio” la había elevado a la cumbre.
No tenía familia en Salimán. Había decidido hacer una escapada sola, para desconectar de su rutina y no había querido que nadie la acompañase, ni amigos, ni familia, ni siquiera su propio marido que le insistió hasta la saciedad que le permitiese ir con ella. Solo pretendía tomar unos buenos baños de sol y reencontrarse consigo misma, por eso había alquilado aquel pequeño remanso de paz al borde del río. Era un bloque de tres edificios idénticos, que albergaban apartamentos de una y dos habitaciones y que prometían en su página web un sin fin de sinónimos de descanso.”
Roberto, no podía permitirse esperar al día siguiente y decidió obviar que era noche cerrada y que debería estar por lo menos en su fase Rem. El sueño podía esperar. Tenía que descubrir quién había hecho semejante locura. Analizaba sus recuerdos en busca de pistas, de señales que pudiesen indicarle posibles enemigos de la señora Yin, pero su memoria estaba colapsada por una extraña aglomeración de sentimientos y apenas respondía a su intención de escudriñar el interior de su aparato de pensar.
“Los días transcurrían entre concienzudas pesquisas y alborotos de gente estupefacta, entre rumores que nada tenían de ciertos y sospechas infundadas. El pueblo se había convertido en un hervidero de cotillas ávidos de noticias frescas y periodistas de renombre en busca de titulares. La tranquilidad de la que presumía esta población del norte de Zolanda, se había visto interrumpida por la noticia más impactante del año. Los vecinos, buscaban con recelo las calles más concurridas para transitar.
La investigación seguía su curso, pero el secreto de sumario impedía a la gente satisfacer su necesidad de información. Nada se sabía de lo que había revelado la autopsia, ni de los indicios hallados en la zona acordonada donde se encontró el cadáver, ni de los posibles testigos o sospechosos.
Yomiko Takashi, había tomado el primer vuelo de la mañana en cuanto le comunicaron a última hora de la tarde del día anterior, su cambio de estado civil. Su primera reacción tras la llamada del coronel Zoster, fue dejarse caer en su sillón orejero en la oscuridad de su salón, mientras su mirada se perdía en el infinito harta de conmoción. El Sr. mauson ronroneaba a sus pies, con afán protagonista, con el cuerpo enroscado emanando calor. Sus bigotes bailaban al compás de su respiración y empezaba a mostrar síntomas de hambre, pero su dueño estaba ya lejos de su mundo, navegando por la desolación hasta que se dio cuenta de que se hallaba a la deriva y sin posibilidad de salvación. Se irguió bruscamente y encendió su portátil. Tenía que reservar un billete de avión y averiguar quién había puesto fin a la vida de su amada…”
De pronto, Roberto se topó con la contraportada del libro. No podía creerse que faltasen las últimas páginas de la aventura de Naoko Yin y se quedase sin saber quién era el asesino. Fue corriendo a la habitación de Daniel, que dormía ajeno al desconcierto que la novela que encontró en el desván había provocado en su hermano y le devolvió el libro indignado.