Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Una cita en la montaña - por Ianna

Allí estaba, la casita de madera de la fotografía. Pequeña, de una sola planta elevada a la que se accedía por una escalera en el porche. En él, un columpio de madera desvencijado daba la bienvenida a la posteridad bajo una gruesa capa de polvo. La puerta estaba en el centro. Le faltaban algunas láminas del marco y varias astillas levantadas le daban un aspecto amenazante. A sus lados, dos ventanas vigilaban el camino de tierra que daba a la cabaña. Solo una de ellas proyectaba una luz tenue y amarillenta.
Kaori se subió el cuello de la gabardina negra protegiéndose del viento y observó un segundo el entorno. Sobre las hayas y los sauces desnudos, los pinos se erguían resistentes con sus finas hojas aferradas a la rama. Solo un huracán sería capaz de arrancarlas.
Secó sus mejillas por si hubiera algún rastro de las lágrimas que había derramado hace un momento. Tocó la puerta con los nudillos y su latido se aceleró. No sabía quién vivía allí. Mizuki le había dado indicaciones precisas en su carta. La carta que envió antes de ser asesinada. ¿Encontraría allí las respuestas que la policía no supo darle?
Un tintineo metálico sacó a Kaori de sus pensamientos, ante él apareció un hombre de unos sesenta años, de hombros anchos, vestía un pijama de franela y unas zapatillas. La tez morena resaltaba sus ojos cubiertos de una capa opaca y blanquecina, de los que Kaori no podía apartar la vista.

El hombre se mantuvo en silencio, con una mano apoyada en el pomo de la puerta y la otra palma extendida, esperando recibir algo. Kaori sacó del bolsillo un mechón de pelo largo, liso y negro. Lo apretó en su mano antes de soltarlo definitivamente sobre la del ciego.
El hombre olió el pelo y lo frotó por su cara.
― Mmmm, pelo de luna. Pase, pase, le estaba esperando.―dijo una voz rota y grave.
― ¿Quién es usted? ―preguntó mientras cruzaba el umbral de la casa.
― Solo necesita saber que me llamo Phil.
El interior de la casa estaba destartalado, salvo un rincón aislado en el salón en el que las paredes estaban cubiertas por estanterías llenas de libros y una mesa redonda con un mantel de croché, resaltaba entre dos sillones de piel. Los hombres se sentaron.
― Phil, ¿conoció usted a Mizuki? ¿Sabe algo de su muerte?
― Lo sé todo, señor Kaori, preste atención.
Kaori escuchó cada palabra. Crispando los puños y sollozando debilitado. La luz y las lágrimas creaban sombras extrañas en su tez amarillenta. Apenas tenía cincuenta y dos años, pero en aquél momento parecía diez años mayor a Phil.

Cuando me vaya búscame en el bosque, siempre seré un espíritu de la tierra. Recordaba sus palabras al acabar el cuento. Fue en el taller de escritura dónde se hicieron amigos. Ese día se enamoró de Mizuki. Recapacitó sobre lo canalla que fue con aquella mentirijilla y su buen resultado. Estoy escribiendo un cuento sobre ti, te conviertes en una grulla. ¿No te gustaban? Cuando Mizuki lo descubrió se pasó cinco minutos riendo. Después le dio el primer y más dulce beso que habría de recibir en su vida.
Tendría que haberlo adivinado. Habían hablado de ello y de la imperiosa necesidad de dejar de llenar la papelera con hojas y hojas de los tormentos que no cesaban de aflorar en ella.

Volvió a la realidad cuando Phil depositó dos cajas sobre la mesa. Abrió la primera solo unos segundos; durante los que se escapó el brillo de la pequeña katana con la que Phil había ayudado a Mizuki a suicidarse. Kaori lamentó no haber sido él.
La segunda tapa ascendió lentamente bajo los dedos finos de Kaori. En su interior, una letra elegante palpitaba en un manuscrito cosido a mano. Kaori se quedó absorto con la mirada vagando entre las líneas de tinta.
― ¿Me permite? ―El hombre palpó y pasó las primeras hojas contando en voz alta y le devolvió el libro.― Dijo que le gustaría.

Kaori cogió aire y procedió a leer con voz serena.
“El pequeño partió en busca del talismán de la grulla, con la esperanza de poder volar a la isla maldita. Lo que Kaori no imaginaba era que, veinte pasos atrás, las hadas del cerezo vigilaban, pendientes de lo que estaba al llegar.”