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Mundos inacabados - por Daniel Santos

Apenas había pisado la calle cuando un fogonazo de luz le hizo tambalearse. Mientras acostumbraba sus ojos a las decenas de carteles publicitarios que le asaltaban en la noche de Tokio trataba de pensar en la razón por la que había salido a la calle. Tenía que recuperar a Yoshiko. Hacía diez horas desde que había recibido esa llamada y nadie más lo sabía. Así lo habían requerido los secuestradores. Tanto tiempo con la misma idea en la cabeza y sin poder decírselo a nadie estaba acabando con su cordura. No era capaz de pensar con claridad pero sabía que tenía que hacer lo que fuera para reunir el dinero del rescate, era lo único que importaba. De repente, oyó una explosión. Alzó la vista para tratar de ver la fuente pero todo parecía normal. Se quedó mirando hacia esa dirección durante un momento hasta que notó algo extraño. Poco a poco, las luces de los edificios más lejanos que podía observar se iban extinguiendo. Pensó que sería algún apagón pero se dio cuenta de que no sólo las bombillas se estaban apagando. El leve rumor anaranjado que teñía la atmósfera estaba siendo engullido por la oscuridad más absoluta. Rápidamente la negrura comenzó a alcanzarlo todo hasta que él mismo fue absorbido por ella sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

El inspector Mankell acababa de llegar a la vivienda abandonada. Tras atravesar la puerta, emitió un breve gruñido a modo de saludo mientras esperaba que sus compañeros le pusieran al día. Una mujer había encontrado esa misma mañana a un joven asiático acuchillado en esa vivienda. Encima suyo estaba su pasaporte japonés abierto por la hoja de su foto. “Se llama Jiro Sato, aterrizó en Estocolmo hace una semana, no sabemos qué hacía en nuestro pequeño pueblo. Hemos registrado sus bolsillos, no hay nada”, aclaró uno de los policías. Un turista japonés era lo último que necesitaba en estos momentos y eso era lo que tendría si tenía suerte. Todavía no quería pensar en la posibilidad de que tuviera que tener algo que ver con drogas o algún tipo de crimen organizado aunque con lo que estaba viendo últimamente era muy probable que así fuera. Por un momento pensó en lo tranquilo que era todo cuando él empezó su carrera como policía y no pudo evitar sentirse muy viejo. Un trueno lo sacó de sus ensimismamientos y le hizo salir a la calle. Por la radio habían dicho que sería un día soleado. Miró hacia el cielo y vio un punto oscuro que poco a poco se fue convirtiendo en una mancha que comenzaba a engullirlo todo…

La joven escritora vio el cañón de la pistola sin entender qué estaba ocurriendo. Durante un momento se vio como uno de los personajes de sus novelas de misterio pero pronto de dio cuenta que en la vida real, las pistolas no tienen el cálido tacto de una hoja de papel. Intentó preguntarle al hombre que se encontraba ante ella quién era cuando lo único que quería saber era por qué. Pero nada importó. Ni siquiera notó la entrada de la bala, sólo la sangre saliendo sin control de su pecho mientras el frío se apoderaba de sus extremidades. En su cabeza comenzaron a agolparse miles de historias que no había podido contar. Todas aquellas que una vez imaginó o soñó pero que había sido incapaz de transcribir al papel se le clarificaban ahora. También vio a un inspector sueco que no encontraría a su asesino mientras un joven japonés la miraba pidiendo a gritos que le devolviera a su amada. Pero ya no importaba, nadie más podía verlos y en unos segundos se extinguirían para siempre sin haber probado la existencia. Podía imaginarse a unos policías iguales a los que ella escribía cada día investigar lo que encontrarían al día siguiente y no le pudo parecer más banal. Ella ya no existiría y jamás sabría por qué.