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Mar de dudas - por Oscar Pin

Desde que descubrieron el cadáver de la señora Akemi Fujiwara no había otro tema de conversación en el pueblo que no fuese las circunstancias en las que habían encontrado el cuerpo de la víctima, los motivos que podían haber llevado a alguien a cometer semejante atrocidad y la posibilidad que el asesino o asesinos aún estuvieran cerca del pueblo.
“¿Qué motivos podría tener alguien para matar a una escritora japonesa que pasaba unos días relajándose en un pueblo tan maravilloso como Arties, en pleno Pirineo catalán?” pensaba José Luís mientras se dirigía hacia el restaurante del hotel para tomar el desayuno. “Un viejo libro, ese es un buen motivo”.
– “Dos tostadas con mantequilla y mermelada de melocotón, un zumo de naranja y un café con leche con dos terrones de azúcar, por favor” – pidió José Luís al camarero mientras dejaba la carta de desayunos sobre la mesa. Sacó la caja de cigarrillos del bolsillo de la camisa y se llevó uno a la boca. Hizo el amago de sacar el encendedor del bolsillo de la chaqueta cuando cayó en la cuenta que ya hacía varios años que no se podía fumar en ningún bar o restaurante del país, así que con cierto disgusto volvió a guardar el cigarrillo en la cajetilla y la dejó encima de la mesa.
– “¿Nos gusta madrugar verdad señor Belló? – le dijo el inspector de los Mossos d'Escuadra que llevaba el caso de la señora Fujiwara. – “A mí también me gusta levantarme pronto y sentir como la ciudad se despierta poco a poco y recupera su rutina diaria.”. El inspector se sentó enfrente de José Luís y cogió el paquete de tabaco que hacía un momento había dejado sobre la mesa. Lo abrió lentamente y contó los cigarrillos que aún quedaban en el paquete. – “Sabe señor Belló, en el lugar del crimen encontramos varias colillas que podrían ser del asesino de la señora Fujiwara, el departamento forense está analizándolas para extraer huellas y si tenemos un poco de suerte quedarán restos de saliva con los que poder realizar un análisis de ADN del asesino”. José Luís lo miró fijamente durante unos segundos y se incorporó en la silla con la intención de preguntar si quería algo en particular de él o solo estaba compartiendo algo de información para ver si como periodista había averiguado algo interesante en los últimos dos días.
– “Estoy de vacaciones con mi mujer, inspector, ya se lo expliqué ayer. ¿Puede devolverme el paquete de tabaco por favor?
– “Por supuesto señor Belló”- contestó el inspector de los Mossos. – “¿Siempre fuma usted esta marca de cigarrillos? Las marcas de tabaco egipcias no son fáciles de encontrar por aquí”.
– “Desde hace más de veinte años inspector. Y si, es difícil encontrar tabaco egipcio por aquí”- dijo José Luís alargando el brazo para recuperar su paquete de tabaco.
-”Le dejo mi tarjeta, estaré hasta el viernes en el pueblo. Si se entera de algo interesante llámame y puede que compartamos algo más de información. Nunca se sabe, igual esta historia puede hacerle ganar el premio nacional de periodismo.”.
– “Si me entero de algo interesante le llamaré”
– “!Deje que sea yo quien decida si es interesante o no, señor Belló!”- le contestó el inspector mientras se dirigía hacia la puerta del restaurante.
– “¿Qué quería el inspector de los Mossos?, porque era el inspector que habló con nosotros ayer, ¿verdad José?”. La voz de Marta hizo que José volviera al mundo real y abandonara momentáneamente sus pensamientos.
– “Si, era el inspector con el que hablamos ayer. Me ha dejado su tarjeta de visita, por si me entero de algo. Ya sabes, como le dije que soy periodista igual piensa que estaré buscando información para un buen artículo.” – Marta lo miró con expresión seria, no le hacía la menor gracia que un inspector de policía se acercara tanto a ellos. Abrió el bolso que había dejado en la silla de al lado y le devolvió el libro.
– “!No lo saques aquí!. Si nos encuentran con el libro tendremos que dar muchas explicaciones, Marta” – dijo José bajando la voz y mirando hacia la puerta del restaurante.
– “Su desayuno, señor. ¿La señora tomará algo?” – dijo el camarero dirigiéndose a Marta mientras se fijaba en el viejo libro con aquellos extraños símbolos grabados en la tapa de cuero que había quedado sobre la mesa a medio camino entre ellos tres.