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Cascabeles - por arveloky

A Audrey se le hizo imposible no llorar. Se acurrucó entre las sábanas y se sumió en el dolor. Christina Athaga acababa de morir. Para Audrey había sido más que su representada, era su amiga. Pero para el mundo entero era la dama del misterio. Sus libros se habían vendido en cada rincón del globo y tenía admiradores por doquier. Su más importante saga de novela negra tenía en vilo a millones. La saga del asesino de la campanilla. La historia de un psicópata que asesinaba a sus victimas dejando escuchar antes el tintineo de un cascabel. El sexto libro había vendido más de diez millones de ejemplares. No obstante todos sus seguidores se quedarían sin conocer el fantástico final que Christina tenía preparando nueve años. Todo perdido entre las llamas.

Habían ido de vacaciones a una estación de montaña. Bueno, al menos Audrey estaba de vacaciones, Christina nunca dejaba de escribir. La noche anterior hablaron durante la cena, Christina estaba triste, melancólica. Cogió la copa de vino con mano temblorosa y se la bebió de un trago.

—¿Qué te pasa Chris, estas bien?
—He terminado el libro.
—¿Has acabado la saga? —quiso saber emocionada—. ¿Ya sabes la identidad del asesino?
—Sí —y una lágrima corrió por su rostro—, creo que siempre lo supe. Desde un principio era la única forma en que podía terminar todo.
—Déjame llamar al editor.
—No, la historia debe reposar un poco. Tengo el manuscrito en mi cabaña. Lo releeré la próxima semana y te diré si es definitivo.
—Al menos dime quien es el asesino. ¿La detective Landau lo atrapa al final?
—Oh, no te preocupes. Lo entenderás todo. Era lo más natural.

Lo dejaron allí y cada una partió al lugar donde se hospedaba. Audrey lo hacía en el hotel y Christina en una cabaña. Entrada la noche un disparo se escuchó en la lejanía y al poco rato sirenas de los bomberos de un pueblo cercano llegaron hasta la zona. Audrey llamó al móvil de Christina, pero saltó el contestador. En aquellas montañas la cobertura era pésima. Y es que cuando se está muerto es difícil contestar al teléfono. Al extinguir las llamas encontraron el cuerpo calcinado de la escritora. A su lado una ennegrecida pistola y en su cráneo un agujero de bala.

En la prensa no dejaban de hablar de la posibilidad de que el manuscrito final de su obra hubiera ardido entre las llamas. ¿Acaso no se daban cuenta de que era una persona? Un asesino real había sesgado su vida y les interesaba más la identidad de uno de ficción. Las noticias abrían titulando “Una muerte digna para la dama del misterio”. Parecía una burla, pero era verdad. En sus propias novelas lo decía en palabras del asesino de la campanilla.

—¿Sabes cual es el significado de la muerte? —preguntaba el asesino en sombras a sus victimas.
—No quiero saberlo —respondían todos entre lágrimas.
—Encontrar la manera de convertirse en inmortal.

¿Por qué no podía escapar ella de la tumba como lo hizo tantas veces la detective Landau? Pero los asesinos de verdad dan más miedo que los de un libro. Pues sus victimas nunca regresan, por muy dramático que pudiese ser el giro argumental.

Audrey fue al baño a lavarse las lágrimas. Se secaba con la toalla cuando oyó el eco de un cascabel. Su corazón se aceleró, pero pensó que no era posible. Fue a la cama y allí estaba nuevamente. Un tintineo constante al otro lado del pasillo. El ruido se desplazó por la pared y ella lo siguió hasta posarse al otro lado de su puerta. Entonces el cascabel dejó de sonar. Levantó el teléfono, no daba tono y su móvil no tenía cobertura. El miedo la dominó, no quería conocer el significado de la muerte. Pasado un minuto se aventuró a abrir la puerta. Nadie se encontraba al otro lado, El pasillo en penumbra la saludaba y unos metros más allá la llamó una campana. Se aproximó a las sombras en busca de su procedencia y cuando llegó a la escalera cesó nuevamente. No se atrevió a bajar los escalones. Corrió a toda prisa a su cuarto y cerró la puerta con seguro.

Ahogó en su garganta un grito al ver un bulto entre las sábanas. La curiosidad pudo más que ella y las levantó. Allí estaba devolviéndole la mirada. El manuscrito del último libro de Christina Athaga.

“El significado de la muerte es conseguir la manara de convertirse en inmortal”.