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Desde dentro - por Klint

Esa era toda la herencia que le había dejado su padre, todo lo que le dejó y poseería de él. Al menos eso es lo que le dijo el notario cuando tendiendo la mano a muestra de despedida y tras unirse con la suya en un apretón formal le fue entregada una carta.

–Me pidió expresamente que le informara de la suma importancia que tiene el abrir la carta cuando se encuentre a solas.

–Procuraré que así sea.

–Hay más cosas que debe saber.

A solas y en una sala totalmente a oscuras únicamente iluminada por una antigua lámpara de aceite (había continuado su interlocutor), tal vez fuese esa su única esperanza.

La estancia se iba impregnando de un aroma especial que no conseguía desenmascarar en el salón de recuerdos de su mente. El sobre parecía bailar, sin lugar a dudas un efecto causado por la llama errática que proporcionaba la tenue iluminación al escritorio.

–Otro de los requisitos es que fuera entregada al quinto día de su fallecimiento, ni antes ni después.

–¿Le dijo la razón?

–La desconozco por completo. Le expliqué que tal vez me fuese imposible contactar con usted a tiempo y llevar a cabo sus directrices, sin embargo él me aseguró que no habría ningún problema en poder cumplir con todo lo que se me pedía.

–¡Claro, seguro que no habría problemas si en lugar de haber muerto mi madre en el accidente hubiese sido yo!

–Sólo le traslado lo que me comentó.

–Perdone, no iba con usted, no me di cuenta que lo decía en alto.

Se disponía a abrir aquel legado que le había dejado algo más de treinta años después su padre, ese extraño que no conocía, les abandonó el mismo día de su nacimiento. Enterándose hace apenas tres días que en el mismo momento en que su madre se encontraba de parto, el desertor de sus vidas estaba escribiendo lo que se disponía a leer.

Liberando por fin de tan largo secuestro aquella simple hoja de papel la desdobló y la sorpresa e incredulidad se apoderaron de él.

–¿Y todo esto para un maldito folio en blanco? – gritó enfurecido –.

Le pareció por un instante que…, pero no, no podía ser.

Se frotó los ojos y al fijarse de nuevo en la hoja veía aparecer de la nada unas letras como si fuesen los créditos de una película. Al mismo tiempo escuchó un susurro dentro de su cabeza que enseguida comprendió de quién se trataba, era su padre diciendo palabra por palabra lo que él mismo iba viendo aparecer.

“Sé que como poco me tienes rencor.
No es algo que hiciera a la ligera, debía ser así. Para que pudieras tener un futuro yo tenía que desaparecer de tu vida.
Durante casi nueve meses he estado pensando que era lo mejor para todos, nunca he querido haceros daño.
He amado a tu madre como a nadie en éste mundo y juro por lo más sagrado que cada segundo que me quede de vida lucharé por acabar con la maldición que se aferra a nuestro linaje desde tiempos inmemorables.
Desde muchas generaciones atrás estamos predestinados a acabar con nuestro único descendiente, siempre varón. Ninguna otra fuerza de la naturaleza o causa puede acabar con nosotros, sólo el padre terminará con la vida del hijo, aunque para ello se tiene que cumplir un único requisito, se haya gestado la siguiente generación, el linaje continúe.
Espero que el no haber llegado a conocerte me haya dado la suficiente ventaja como para poder terminar con el maleficio.
Debes conocer nuestra situación por si no lo lograse.
No espero tu perdón y menos aún sabiendo lo que tal vez haga contigo, pero sí deseo que entiendas las razones que me llevaron a esa decisión y veas que era lo mejor para todos.”

Al menos por el momento se encontraba a salvo, si era cierto todo aquello que acababa de escuchar desde su interior y que al mismo tiempo le habían transmitido sus ojos, estaba seguro de que tendría tiempo para esquivar ese desenlace.

Al primer timbre del teléfono sintió cómo su corazón era aplastado.

En el segundo timbrazo sabía que el tamaño de su corazón se había reducido hasta el equiparable a una canica.

Al sonar el tercero automáticamente saltó el contestador. Era Elena, su prometida. Oía sus palabras flotando, bajo una niebla.

–Tengo noticias que darte, cuando llegue a casa te cuento todo. Espérame sent…

No escuchó más, la muerte se lo llevó.