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Te querré. - por Sergiodammerung

Web: http://memoriadesergiodammerung.blogspot.com.es/

Le dijo que siempre le querría, que incluso después de muerto le seguiría queriendo y que se lo demostraría. Él siempre le miraba y sonreía cuando le decía esas cosas. "Que cursi eres", le decía. Puede que lo fuera, siempre lo había sido. Los dos vivieron felices mucho tiempo, una década, otra década, pero a la tercera algo ocurrió, una enfermedad que lo dejó postrado en la cama. Necesitaba constantes cuidados, respiración automática, medicación diaria para el dolor. No tenían dinero para contratar a una asistenta y él se ofreció a dejar el trabajo y cuidarlo. Le seguía diciendo que le quería y que siempre le querría, pero los gajes de la enfermedad poco a poco fueron enfriando la relación, desgastándola, con alguna que otra sonrisa de vez en cuando por obligación, para no hacer la vida insoportable. Ya no había miradas cómplices, no había risas sinceras. Él, mientras, lo seguía atendiendo, cuidándolo estoicamente en su enfermedad. Habían pasado mucho para abandonarlo ahora y dejarlo solo y enfermo. A veces, haciéndose el dormido, lo descubría de pié en la puerta de su habitación llorando en silencio y mirándolo fijamente. Él se sentía impotente y solo le cabía esperar a que se fuera y llorar también en soledad en la habitación que ahora se había convertido en todo su mundo, obligado por la maldita enfermedad que lo ataba a la cama.
Una mañana fría de sábado, él, que desde hacía ya muchos años dormía en otra habitación, madrugó como siempre y se dispuso a desayunar. Después iría a darle la medicación de la mañana. Su cara estaba surcada de arrugas, ya no había nada de alegría ni de esperanza en aquel rostro que le había enamorado, hacía mucho que sus labios habían olvidado sonreír. No sentía nada, había creado una barrera de piedra en torno a su corazón. Era la única forma que conocía para soportar el dolor de vivir el horror en el que se había convertido su vida.
Subió las escaleras con la medicación, entró en el cuarto y lo llamó para despertarlo. Pero ya no despertaría más. Su cuerpo estaba frío y quieto. Se había cansado de vivir. Él se sorprendió. Creía que cuando llegara este día se alegraría. Pero no, en realidad no sentía nada. Ya nunca sentía nada.
Llamó al hospital y le dijeron que lo sentían y que enviarían a un doctor para que certificara la muerte, a la policía, etc. Colgó el teléfono y bajó lentamente las escaleras, salió al jardín y se sentó a esperar. En silencio, impasible, sin decir una sola palabra. Notó como el sol iba calentándole en esa fría mañana. Escuchó los pájaros cantar, oyó distante el sonido del río. Hacía muchísimos años que no se sentaba allí, sin motivo, solo por placer, lo había olvidado. Se levantó y fue hacia la de la verja del jardín, abrió el buzón y cogió el correo. Pensó que hoy lo revisaría sentado al sol. Facturas, publicidad y un sobre, amarillo y desgastado. Venía a su nombre. Lo rasgó, extrajo un quebradizo folio y lo leyó:
"Hola amor, si he tenido suerte esta carta te habrá llegado justo treinta años después de conocernos. Voy a narrarte esta historia en pasado, porque ¡habrán pasado 30 años!. Empiezo… Recuerdo una vez que te dije que siempre te querría y pensé en la forma de demostrártelo. Al principio no sabía como, pero luego se me ocurrió una idea. Una locura, ya lo se, pensarás que estoy tonto. Pensé en mandar esta carta que tienes en las manos cerrada en un sobre, y esta a su vez dentro de otro sobre a mi mejor amiga con unas instrucciones muy precisas. Supuse que nadie querría esperar treinta años para luego devolvértela a ti por correo, así que mi amiga tenía que mandar la carta a su vez a otra persona de su confianza justo un año después, pidiéndole que siguiera las mismas instrucciones. En esas instrucciones también especifiqué que cuando mi misiva hubiera pasado por las manos de treinta personas, debían remitírtela a ti. Y si estás leyendo esto es que todo ha salido bien. ¡Siempre he tenido suerte!. Te encontré a ti, ¿no?. Bueno, ¿a que estás esperando para ir a darme un abrazo y un beso como Dios manda?. ¡Quiero verte esa cara de pánfilo que se te habrá quedado!."
A él se le había derrumbado la coraza de piedra de su corazón. "Yo también te querré siempre mi amor", dijo en voz alta, y lloró.