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La Reliquia - por Giriel

Llegué a esta casa hace casi 10 años y desde entonces la he remodelado por todos sus costados, pero nunca había tocado el jardín.
Muy claro me lo había dejado el anterior dueño cuando la compré. Era un viejo maniático y algo demente, pero nutrido de conocimientos antiguos y con una mente muy activa. Ahora hoy no sé si el demente soy yo.
Después de retirarme de la compañía para descansar y disfrutar de mi casa campestre, decidí, luego de tantos años, renovar el jardín de plantas marchitas y ancianas, a pesar de aquella extrema petición del señor Manuel. Nunca entendí porque tanta fijación por ese jardín enmarañado, sin embargo no tuve la osadía de irrumpirlo hasta ahora.
Decidí que era una de sus absurdas obsesiones y empecé a desenterrar la maleza cuando me encontré con un objeto que parecía un pequeño medallón con incrustaciones de amatista. Me extrañó la pieza extraviada allí, la guardé y continué la labor. Pero lo que activó mi curiosidad fue un siguiente objeto: una moneda antigua de plata, con símbolos desconocidos.
“¿Será algún tipo de brujería?”. Pensé, más no soy dado a creer en ese tipo de cosas y tampoco me imaginaba un Manuel tan supersticioso. Entonces me dispuse a revolver todo el jardín en busca de alguna reliquia o algo más de valor, hasta que me topé con una cajita metálica sellada por el óxido. La adrenalina empezó a invadirme por completo y, con extrema inquietud, corrí a buscar con qué abrirla.
Me encontré con un sobre sellado y bastante añejo dirigido a un tal Vicente. Dudoso lo abrí y descubrí una llave de cerradura antigua y una carta, cuya data era de hace treinta años y daba indicaciones sobre un lugar oculto en dirección a la montaña, por detrás de la casa. Seguido de admiraciones y viejos recuerdos, leí lo siguiente:
“Como ya sabes, mi fascinación por las cosas antiguas no basta para exhibirlas en paredes y muebles, también guardo secretos bajo llave. Debes seguir estas instrucciones para encontrarte conmigo. Nuestra última aventura.”
Luego estaban las citadas instrucciones en papel anexo.
Me sentí confundido al terminar de leer; Manuel falleció hace cerca de ocho años, la carta fue escrita hace tres décadas, firmada por él y dirigida a un desconocido. Tengo claro los nombres de sus hijos y ninguno se llama Vicente. Por un buen rato me senté absorto tratando de entender qué era lo que tenía en mis manos, no me molesté en buscar más objetos en el jardín porque el elemento principal estaba camino a la montaña. ¿Quién podría ser el destinatario? ¿Qué habría en ese lugar secreto, si es que existe? Tal vez él mismo recogió lo que guardaba allí antes de entregarme la casa, entonces relacioné lo que me pidió con énfasis: No toques el jardín.
La noche fue muy inquieta, no pude dormir bien con la ansiedad que me acechaba y al final decidí que lo aceptaría como una aventura. Me levanté con el alba y preparé un bolso con algunas cosas de tipo excursionista. No quería que alguien apareciera de repente y tener que dar explicaciones falsas, así que anduve con cautela. Me tomó dos horas llegar hasta un espeso bosquecillo de pinos donde algunos estaban marcados con un tallado verde, dibujando símbolos que me guiaban hasta una colina con apariencia de túmulo, indicado en el papel como “Cama del Muerto”. Realmente estaba cuestionando lo que encontraría en aquel lugar, tal vez ni siquiera sería un objeto de valor. ¿A dónde me estaba llevando la mente perturbada del viejo Manuel? ¿A mi propia demencia?
Debía girar alrededor de la colina cierto número de pasos para buscar una roca con una marca en especial y al final la encontré. Era el fin del recorrido, por lo tanto moví la roca y, aunque me llevó tiempo, allí estaba el agujero protegido por un manto elaborado de ramas. Era profundo y mi cuerpo cupo perfectamente, pero dentro debía estar agachado.
A la luz de mi linterna pude descubrir una serie de magníficas cruces muy antiguas labradas en diferentes metales, desde el bronce hasta el oro, y al fondo del agujero, un cofre barroco entre dos cáliz de oro. Mis palpitaciones parecían hacer vibrar el escondite mientras acercaba la llave a la ranura de ese impresionante cofre… giré, abrió y lo que mis ojos vieron es lo que nunca borrará mi mente: un cráneo y huesos humanos debajo de una tarjeta no muy envejecida que decía “Te dije que no lo tocaras”.