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Un esperado reencuentro - por Across

Un esperado reencuentro.

El abrazo llegó a su fin, pero no se despegaron; se dedicaron unos instantes para mirarse con ojos enamorados.

-Por fin se la vas a entregar -dijo ella.

A él se le humedecieron los ojos, pero antes de llorar miró al techo y respiró profundo. Ella se separó, él miró el sobre amarillento que sostenía con ambas manos y suspiró.

-Sí, supongo que sí.

-Bueno, ¿a qué esperas? Ve.

Él miró hacia el pasillo por encima del hombro, dubitativo. Un segundo más tarde, después de un intercambio de miradas reconfortante y un beso balsámico en los labios, se puso en camino al cuarto en el que se encontraba su madre.

Estaba sentada en su sillón, frente a la ventana. Marchita y seca, un enjuto y apagado reflejo de la hermosa y enérgica mujer que un día fue. Siempre había sido coqueta -no había un día en que no se maquillara- y además habladora, y ahora sólo quedaba de ella una anciana sin fuerzas para peinarse, sin ánimo para pronunciar más de un par de palabras al día. El tiempo le había permitido quedarse con un cerebro en plena forma y una vista envidiable, pero le había arrebatado, cinco años atrás, su bien más preciado: su marido. Desde entonces se fue marchitando a pasos agigantados, y sólo quería una excusa para morir, la vida carecía de sentido sin aquel que fue su compañero por cincuentaicinco años.

Miraba inexpresiva como la luz plateada y tranquila de un pausado atardecer otoñal se dejaba languidecer sobre el asfalto húmedo. Su hijo la contemplaba con mezcla de tristeza y alegría. No le agradaba ver a su madre en aquel estado, era una circunstancia que le angustiaba profundamente, el recuerdo que guardaba de ella era muy diferente, era el recuerdo de una cálida sonrisa, de una caricia a tiempo y, también, de un regañina inofensiva. Miró nuevamente la carta, esa carta que había guardado durante treinta años, y sonrió, sentirla en sus manos alejaba el pesar de su corazón, sabía que su madre volvería a sonreír al leerla. , se dijo.

Cerró la puerta a su paso, y se acercó a ella. Posó una delicada mano en su hombro, y la dejó caer por su brazo. Su madre movió lentamente la cabeza hacia él, e hizo el intento de sonreírle. Él se acuclilló, y sus ojos quedaron a la misma altura.

-Mamá, tengo algo para ti. Toma.

Dejó el sobre en el regazo de su madre, ésta miró al papel y sintió como el corazón se le paraba al ver su nombre escrito con la letra de su marido. Movió la vista hasta su hijo, confusa.

-Papá me la dio en un día como éste, el de vuestro treinta aniversario, y me hizo prometer que te la daría cuando pasaran otros treinta años -una lágrima lenta resbaló por su mejilla. Se puso en pie, con los ojos de su madre clavados en él-. Te dejaré sola.

La besó en la mejilla y salió de la habitación.

Tardó en dejar de mirar la puerta. Dudó, pero al final se decidió: abrió el sobre y extrajo la carta cuidadosamente. Con sus manos huesudas y temblorosas desdobló el trozo de papel, y las lágrimas le desbordaron cuando comenzó a leer.

Pegó la cabeza al respaldo, sonreía y lloraba al mismo tiempo. Miró por última vez el cielo y entonces, antes de dejar este mundo en busca del añorado reencuentro con su marido, fue capaz de apreciar la belleza de aquella melancólica escena en todo su esplendor.