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Dios - por M. H. Heels

Web: http://mhheels.wordpress.com

Colocó la carta sobre la mesa con cuidado acercando la luz. Encendió la máquina de vapor que había diseñado él mismo y sujetó el extremo fino como una aguja. En un instante comenzó a salir un vapor suave que pasó delicadamente por la solapa del sobre abriéndose sin problemas. Sacó la hoja doblada en cuatro con cuidado de no arrugar el papel. Era una carta escrita a mano con una caligrafía temblorosa en la que felicitaba a su nieto por su noveno cumpleaños enviándole 30$ para que se comprase el juego que quería. Con un suspiro de decepción volvió a doblar la hoja y la guardó de nuevo en el sobre con el dinero. Pasó con cuidado el pincel con pegamento por el borde del sobre volviéndolo a cerrar. Cuando terminó la volvió a meter en su saca. No era importante a si que la entregaría en el reparto de la mañana junto con el resto de correspondencia sin importancia. Apretó un interruptor y una bombilla iluminó tres filas de cajones colocados en la pared. Un mueble de madera, que él mismo había fabricado en el que había miles de cajoncitos del tamaño de un sobre, cubría las cuatro paredes de la habitación dejando únicamente el hueco de la puerta. Se acercó al cajón elegido. No tenía que buscarlo, sabía exactamente dónde estaba. Abrió el cajón y sacó una bolsa de plástico con un sobre dentro. Ese también lo entregaría mañana.
Comenzó su experimento poco después de empezar a trabajar como cartero. Al principio eran cosas sencillas: un regalo que llegaba una semana tarde, una carta de amor que se retrasaba o que le llegaba a la persona equivocada, una invitación a una fiesta que nunca había llegado… elegía a los sujetos al azar y observaba sus reacciones anotándolas cuidadosamente en su libreta de mano. Veía crecer las enemistades entre las familias, veía cómo un amor que parecía inquebrantable se rompía en mil pedazos y admiraba cómo crecía el odio y el rencor entre la gente. Igual que los jardineros observan crecer sus rosas él se sentaba y observaba el fruto de su trabajo. Ellos eran las marionetas que bailaban a su son y él era el dueño de sus vidas. Cada vez daba un paso más allá y comprobó que cuanto más tarde llegaban las cartas importantes, mayor era la reacción de las personas. La vida se doblaba y moldeaba bajo sus manos. Era un Dios, era su Dios. Pero el mundo va por su propio camino y la llegada de internet y las nuevas tecnologías habían hecho mella en su universo. Ya quedaban muy pocas personas que utilizasen las cartas y muy pocas de ellas eran importantes. Pero aún le quedaban algunos ases en la manga.
Sacó el sobre con mucho cuidado del interior de la bolsa de plástico. Al día siguiente se cumplirían exactamente 30 años desde que debió ser entregado pero, a pesar del tiempo, estaba perfectamente conservado, como si se hubiera escrito esa misma mañana. Él se había encargado de mantenerlo así. Era su mayor obra, esta vez no iba a cambiar la vida de los que tenía en su zona sino que el mundo entero se sacudiría por la onda expansiva. Imprimió en un sobre en blanco la dirección del NY Times y, con las manos temblorosas por la emoción, lo colocó dentro.

*****

– Sr. Fisher, ha llegado este sobre para usted, pone muy urgente – le dijo la recepcionista con su habitual tono seco.
Fisher lo cogió sin pararse ni siquiera a saludar, no le caía bien aquella mujer. Cuando llegó a su despacho lo tiró encima de la mesa sin prestarle atención y se acercó a la ventana. Lo mejor de ser un directivo en el NY Times eran las vistas desde su despacho, eran espectaculares. El teléfono sonó y, de mal humor, se alejó de la ventana para contestar pero cuando llegó a la mesa ya habían colgado. Maldiciendo se dejó caer en la butaca y cogió el sobre, abriéndolo sin cuidado con el abrecartas de hueso que le había regalado su hija. De dentro sacó otro sobre más pequeño y escrito a mano. Frunciendo el ceño leyó el destinatario, no podía ser, iba dirigido al Sr Lee Harvey Oswald. Se irguió en la silla y abrió el segundo sobre, esta vez con más cuidado, sacando de su interior un pequeño papel blanco en el que únicamente había dos frases:
“Kennedy ha accedido a nuestras exigencias. Se aborta la misión.”