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Sombras del tiempo - por Ianna

Web: http://palpitandoletras.com/

El viento gélido se colaba por la ventana, silbando su melodía infesta. Nada que pudiera frenar la vieja ventana de madera hinchada. La mujer se abrigaba con la manta, enrollándose en ella y dejando escapar una única mano con la que sostenía, temblorosa, la pluma con la que escribía. Solo se alumbraba con el foco tenue de sobremesa y su interior bullía en una plegaría, que no la encontraran antes de esconderla. Y la escondió, bajo el tablón de madera que había sido siempre su escondite.

Hoy la mujer mira una pared blanca, no parpadea, no habla, de vez en cuando dice “Ellos me vigilan” y vuelve a sellar sus labios a otras palabras. Hoy Alba la ha interrumpido, y a paso ligero, ha guiado su silla de ruedas hasta la consulta de la doctora, decidida a poner al paciente bajo el escrutador ojo de su cámara. Tras darle al play, se sienta frente a ella.
– Buenas tardes, Brígida –Alba sonríe tras unos segundos de silencio–. ¿No va a decirme ni hola tampoco? Bueno, se lo perdono. Me han traído algo que han encontrado escondido en su casa, es una suerte que lo encontraran ¿verdad? Mire, mire esta muñeca.

Alba levanta una pequeña muñeca frente a Brígida, cuyos ojos azules traspasan el objeto. “Ellos me vigilan” dice, ni un parpadeo. La doctora sostiene la muñeca unos minutos, esperando algún gesto, pero nada ocurre, Brígida sigue mirando al infinito. “La carta seguro que hace que reaccione” piensa optimista Alba, deseando eliminar el talón de Aquiles que empaña su currículum.
– Brígida, esta carta llevaba en tu casa los mismos años que llevas tú aquí, escucha bien.

“Dijeron que hay caminos ocultos, que un velo de cordura nos impide ver la realidad. Me lo habían contado en sueños durante muchos años, venían a verme cuando los párpados pesan tanto que por más que uno intente levantarlos vuelven a caer, como aquellos juegos de feria en los que los chicos fanfarronean con el martillo que les habrá de llevar a la gloria.
Primero parecían sombras en las paredes blancas de mi cuarto, grises por la oscuridad que ya buscaba mi cansancio, sus siluetas informes adquirían pronto colores fríos, que se iban solidificando en cuerpos humanos, y sin llegar a verlos del todo, me rendía al dios de los sueños y los escuchaba.
Ellos me enseñaron el camino, los recovecos de mi mente que tenía que atravesar para pasar al otro lado del tiempo. Durante años jugué de espectadora, observando la historia con mis propios ojos, asegurándome en cada viaje de lo cruel que éramos. Fue entonces cuando me pidieron que acabase con su vida. Con la vida de aquél niño que iluso se deslizaba por la barandilla de una empinada escalera. Su destino era acabar con la vida de veinte compañeros de instituto. No podía permitirlo. Empujé con todas mis fuerzas aquellos veinticinco kilos, que cayeron como un saco de patatas rodando por la escalera. Alrededor de su cabeza se dibujó una irónica aureola roja.Lamento decir que no fueron pocos hasta que comprendí que no tenía excusa, los crímenes nunca paraban y mis manos cada vez sangraban más.

Hoy volveré para entregarte esta carta, sé que la encontrarás, junto a lo único a lo que le tienes algún afecto, la Barriguita que te recuerda quién eres y que dejarás junto a aquél niño inocente. Si ellos no lo impiden, todo saldrá bien. He visto nuestro futuro, Bri, no quiero acabar entre cuatro paredes con olor a suero y desinfectante, sola, no quiero estar sola.”

Alba alza la vista y Brígida pestañea, una lágrima resbala perezosa por su semblante inerte. El sonido de la cámara retumba en la sala. Se levanta nerviosa, cambia la batería y pulsa de nuevo el botón de grabar. Se da la vuelta dispuesta a proseguir la sesión y de sus labios escapa, casi inaudible, una negación. Brígida no está, solo la silla de ruedas, Alba y su cámara, que vuelve a pitar impertinente.

Lejos del despacho una anciana se esconde entre las sombras de una habitación en penumbra, está de pie, observando a una mujer, en pijama, que habla sola.
– ¡Dejadme! ¡Esperad!
La mujer desaparece, pero la anciana no está sola, en la pared blanca, unas sombras empiezan a dibujarse. Y le hablan.