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“Un ruido en un cajón” - por Luciano Sívori

Web: http://www.facebook.com/sivoriluciano

Eran las 17:30 pm. Henry se abría paso por la selva con una antorcha en su mano. Vestía una chaqueta de piel y un fedora de copa alta. A su paso veía a los monos columpiarse entre las ramas y sonidos de todo tipo de animales exóticos. Alcanzó el cofre, con el corazón latiéndole con fuerza, y lo abrió sin dudar. El contenido resplandecía en la oscuridad de la jungla, eran monedas. Tomó un puñado con ambas manos y empezó a devorarlas con atrocidad.

El cofre, en realidad, no era más que una heladera… común y corriente. Los sándwiches se convertían en antiguas piezas de oro en la particular mente de Henry. Soñaba despierto, siempre lo hacía a partir de esa hora.

Vivía solo. Su madre había fallecido 15 años atrás. Había sido el Alzhéimer, esa maldita enfermedad. Toda la familia tenía un considerable historial de enfermedades: diabetes, alzhéimer y cáncer eran las más populares, pero no las únicas. Vivía solo, y sin embargo… sonó un fuerte ruido dentro de la habitación de su madre. Era un extraño golpeteo que se repetía cada 3 o 5 segundos. “Que raro”, pensó. “Nadie entra allí desde hace años”. Quizás se hubiera infiltrado una rata a través de una abertura… o quizás un dinosaurio.

Henry hurgó en su habitación y localizó las llaves correspondientes. Allí estaban, protegidas por un peligroso nido de víboras. Tuve que maniobrar con cuidado para no ser mordido y – cuando finalmente las obtuvo – se dirigió con rapidez al cuarto de su madre. El golpeteo persistía, molestaba. Había algo adentro, o alguien. Ni bien se abrió la puerta, brotó de adentro un olor nauseabundo, una peste compacta y violenta concentrada por el encierro y la humedad. El cuarto estaba en penumbras, por suerte él tenía su antorcha. Así pudo notar la docena de murciélagos que colgaban del techo.

Se movió lentamente por el lugar y encontró la fuente del perturbador sonido. Era el cajón del escritorio… algo se movía allí adentro. Henry, temeroso, lo abrió y allí encontró depositada una sola carta, manchada y arrugada. Los murciélagos comenzaron a revolotear cuando él la levantó. En el interior había una hoja amarillenta y desgastada doblada en cuatro partes. Confundido, comenzó a leerla con prisa:

“Estimada Sra. Jones:

Lamentamos informarle que su niño ha sido diagnosticado con la terrible Enfermedad de Garth, una de las más raras y peculiares del mundo. Sólo se conocen, en el mundo, otros 7 casos de este padecimiento. Las regulaciones del hospital nos impiden darle estas lamentosas noticias de forma oral. La información se debe brindar por escrito y de forma privada a su correo personal. De todas formas, está en todo su derecho de venir a verme, y yo le explicaré como puede tratar a su hijo. La enfermedad no es terminal, su hijo no va a morir.

El principal síntoma es una desconexión completa con el mundo en el que vive. Su hijo se va a crear mundos de fantasía, amigos imaginarios e historias increíbles. Hay algunos psicofármacos que deberá utilizar para minimizar los efectos causados, pero las dificultades de adaptación serán inevitables. Le recomiendo ampliamente que me vea lo antes posible… de otro modo, su hijo corre riesgo de perderse en sus propias ilusiones, para siempre.

Me disculpo una vez más por estas tristes noticias y lo saludo cordialmente.

Dr. Marrochi, jefe de psiquiatría del Hospital Corazón de Cristal.

7 de mayo de 1982”.

Cuando Henry acabó de leer la carta, aún seguía impactado por algunas de las cosas que había leído. “1982… hace exactamente 30 años”, reflexionó. Él era sólo un niño, sólo un niño de 2 años. Así que esa era la verdad, esa era su verdad. En realidad (ahora que lo pensaba mejor) lo venía sintiendo por mucho tiempo… ahora estaba seguro. Ya no había duda. Pero… ¡de sólo haberlo sabido antes! Henry lo comprendió todo y sonrió. Ya le parecía que aquello que hacía todos los días de 8:00 am a 17:00 pm, esa pérdida absurda de tiempo frente a una computadora respondiendo e-mails y hablando por teléfono a clientes enojados, era demasiado absurdo para ser real.

No lo era.

FIN