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Nunca llegará - por Almudena

Hoy he recibido una carta de hace treinta años.
En realidad no era para mí, la destinataria de la carta era mi abuela y nunca llegó a sus manos por un cúmulo de casualidades dignas de una novela de enredos, el cartero de entonces murió de manera repentina y nadie se preocupó de repartir el correo.
Solo ahora, treinta años más tarde, los herederos de sus herederos, en un acto de nostalgia, al encontrar las cartas decidieron repartidlas a los vecinos que siguieran viviendo en el pueblo, pensando que les haría ilusión.
¿Porqué decidí leer una carta que no iba destinada a mí?
Muy fácil, la iba a leer de todas formas, soy la lectora oficial de la abuela, ha perdido mucha visión en los últimos años y le gusta que sea yo quién le lea.
Mamá y ella se habían ido “de médicos” a la ciudad y no volverían hasta tarde… era demasiada espera, además si la leía de antemano le ahorraba a la abuela los típicos parones para descifrar la letra.
El pequeño sobre, amarillento, quebradizo, me quemaba los dedos, clamando por ser abierto, imposible resistirse.
No figuraba el nombre del remitente, solo una dirección de Ruan, Francia, no sabía que la abuela tuviera amistades en el extranjero.

"Querida Julia;
No sé si es muy apropiado que me dirija a ti como “querida” pues nuestra amistad terminó aún antes de que me fuera del pueblo.
Aún así te digo querida, querida amiga, pues apelo al cariño que nos tuvimos tantos años atrás, por ello te suplico que creas cada una de mis palabras que no obedecen a los celos o al despecho, ni siquiera al profundo dolor que sentí durante años.
Si hubiera querido hacerte daño o mentirte no hubiera esperado tanto, debes creerme.

Me fui del pueblo principalmente por dos motivos; porque no soportaba que Mateo te hubiera elegido por encima de mi, confieso que a pesar de nuestra gran amistad siempre me creí superior a ti por mi condición, entonces creía que el dinero me hacía mejor y Mateo se encargó de sacarme de mi error, fue cruel, me podía haber abandonado de manera menos humillante, el que me despreciara así solo logró que os odiara a ambos, pero eso ya no importa.
El otro motivo fue la muerte de mi hermano.
Sin Rodrigo la vida en el pueblo se me hacía insoportable.
No quise seguir indagando sobre su muerte, quería olvidar, dejar de sufrir.
Intenté dejar atrás el pasado, me casé, me vine a vivir a Francia, pero el pasado parece perseguirme.
Hace unos meses me encontré con alguien del pueblo, si, aquí en Ruan, cosas del destino, si me escribes, si respondes a esta carta estoy dispuesta a reunirme contigo y con esa persona, viajaré a España en pocos meses.
Insistió mucho en que fuéramos a tomar un café y accedí, aunque no me apetecía recordar viejos tiempo.
Me acabó confesando entre lágrimas que fue testigo del asesinato de mi hermano, no fue un asaltante que quiso robarle, como se hizo creer, sino Mateo, discutieron, forcejearon y Mateo le clavó un cuchillo en el estómago, lo dejó desangrándose en la calle, ellos que habían sido como hermanos.
El testigo calló porque Mateo tiene un pronto terrible y no quería tenerlo en contra.
Siento decirte esto, mi muy querida Julia, durante meses he guardado el secreto y me he prohibido a mi misma el escribirte, pero la verdad me está envenenando, la rabia, el dolor, sé que es tarde para hacer justicia, pero creí que deberías saber con quién estás casada.
.
No te miento, contesta a esta carta, accede a que nos veamos.

Amalia."

Perpleja, con ese papel envenenado en las manos, me alegré tanto de que esa maldita carta se perdiera que quise gritar, si, fue el destino mi muy querida Amalia, el que impidió que mancharas el nombre de mi abuelo y si, fue el destino el que permitió que llegara a mis manos y no a las de cualquier otro.
Mi abuelo era la persona que más he querido en mi vida, un hombre magnifico y no voy a permitir que por nada del mundo que le tachen de asesino.
Si fue verdad seguro que tuvo sus razones.
Enciendo el fuego de la cocina y la quemo, la veo consumirse en el fregadero, hasta convertirse en cenizas y con ella esto que acabo de escribir, solo por desahogarme, como si se lo contara a alguien para nunca más pensar en ello.