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Y al final, no me importó - por BORJA

Quiero, pero no puedo. Las manos me pesan demasiado y mis dedos parecen torpes. Recorro con la vista el teclado; veo las letras, pero no soy capaz de pulsar ninguna.
¿Por qué me tiene que gustar algo que no soy capaz de hacer?- me vuelvo a
preguntar con desesperación.- ¿Por qué?
Lucía entró en ese momento en la habitación.
-¿Qué haces?- me preguntó. El camisón semitransparente que llevaba hizo que por un momento me olvidara del ordenador y de mis fantasías inalcanzables
-Nada.-le respondí con más sinceridad de la que pueda aparentar. En el fondo, sabía que no estaba haciendo nada.
-¿Vienes para cama?- el tono de su voz; la visión con el camisón que de ella tenía, todo me empujó a cerrar la pantalla.
Mañana será otro día, volví a pensar mientras abrazaba a Lucía para besarla. Ella era lo único que sabía que era auténtico en mi vida.
Nos acurrucamos entre las sabanas y nos volvimos a besar. Poco a poco me fue llegando su olor. Era estimulante, sensual. En cierto modo, para mi, olía a sexo. No me refiero a algo vulgar, más bien, al aroma del deseo, al del instante anterior al del clímax. Al del fuego que no se puede apagar.
Hicimos el amor hasta que nos saciamos el uno del otro. Sin que ninguno de mis pensamientos se alejara ni un instante de Lucía. Concentrado en la satisfacción de ser amado por la persona a la que amo; complacido por tenerla para ahogar mis frustraciones.
Rendidos por el cansancio, nos quedamos dormidos enseguida.

¡PRRR!, ¡PRRR!
Escuché el telefonillo, pero no me desperté de golpe. El recuerdo de la noche anterior todavía dibujaba una sonrisa en mis labios.
¡PRRR!, ¡PRRR!
El telefonillo volvió a sonar. Cogí el móvil de la mesita y vi la hora. Las once y medía. Hacía tiempo que no despertaba tan temprano.
Me puse el pantalón del pijama y salí de la habitación.
¡PRRR!…
-¿Sí?- pregunté con la voz un poco pastosa.
-Vengo a traer una carta.
Pulse el botón de la llave y colgué el telefonillo sin pararme a pensar en quién podía ser.
El ascensor se detuvo en mi planta. Con el ruido de la puerta al abrirse y cerrarse, vino aparejado el eco de unos pasos. Por algún motivo que se me escapaba, me puse en tensión.
Abrí antes de que el hombre que había al otro lado tocara el timbre.
-¿Sí?- le pregunté con sequedad.
El hombre se apartó un poco el gorro que le cubría el rostro y sonrió ruborizado.
-¿Es usted Carlos Lafuente?- asentí con la cabeza, mientras él sacaba del interior del su abrigo un sobre amarillento.
-Y usted es…
-Soy delegado provincial en correos, me llamo Joaquín. Encontramos esto durante la última reforma de la oficina central. – El hombre me puso la carta en la mano.- Pensé que era mi obligación entregársela en persona y poder pedirle disculpas por el retraso.
– Pero…- aquel desconocido me estaba dejando desconcertado. ¿Qué significaba todo aquello? – No entiendo, ¿Quién la perdió?
– Eso no lo sé. –El delegado de correos se dispuso a marcharse.-Los errores suceden. Solo me fijé que está matasellada en mil novecientos ochenta. Lo siento mucho.- hizo un gesto leve con las manos.- Espero que sea algo que ya solucionase en estos años. Qué tenga un buen día.
La puerta del ascensor se cerró y me quedé solo en el rellano; con la carta mano, sin ser capaz de comprender nada.
Abrumado, entré en casa y me senté en un taburete de la cocina para examinar con más detalle aquella carta. Parecía muy vieja, demasiado tal vez, pero iba dirigida a mi nombre; en el reverso, el remitente era de una tal Julia Sempere. Un nombre que no me sonaba de nada.
Abrí el sobre con cuidado, por algún motivo no me parecía bien romperlo sin más.
Estaba escrita a mano, con una caligrafía cuidada. Empecé a leerla, al principio sin entender lo que decía. Después fingiendo que no quería entender.

Lucía entró en la cocina sin percatarse del estado en el que me encontraba.
-Buenos días.- me saludó dando un beso.
No fui capaz de contestarle, estaba conmocionado.
-¿Qué pasó?- preguntó asustándose.
Le pasé la carta para que ella pudiese leerla. No era capaz de explicar que la única novela que fui capaz de escribir, no se publicó por una carta extraviada hace treinta años.