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Losas del pasado - por Jota A

Web: http://bushido.blogspot.com.es/

Sus manos trémulas acariciaron las gastadas tapas del libro. Crimen y Castigo, de Fiódor Dostoyevski. En su momento la elección había sido puramente funcional, el volumen contaba con las dimensiones necesarias para albergar la carta. Echando la vista atrás, los hados parecían haber jugueteado a su gusto, convirtiéndola en una premonición de la losa que lastraría su alma todos aquellos años.
La misiva seguía en su sitio, entre la última página y la tapa trasera. La sacó por última vez y devolvió el libro a la estantería de su despacho. Se acomodó en el escritorio y jugueteó con ella, releyendo la conocida dirección del lejano remite, apreciando el trazo desgarbado con el que el nombre de su hija había sido escrito… Su hija, ignorante de aquel pedazo de papel dirigido a ella y que podía haberlo cambiado todo. Para peor, estaba convencido, pero ya no estaba tan seguro de que aquella decisión debiese haberla tomado él.
—¡Margarita! —llamó finalmente.
—¿Qué quiere, padre? —se escuchó la respuesta, posiblemente desde la cocina.
—Ven un momento.
Ella, obediente como siempre, acudió. Y como siempre, rebelde e indomable, se demoró más de lo que cabría esperar por la corta distancia. Asomó a la puerta con un cigarrillo encendido entre los dedos. Las arrugas se estaban fijando para siempre en su rostro, tan parecido al de su madre, aunque infinitamente más triste.
—Tengo la comida en el fuego. ¿Qué es tan importante?
Él le hizo un gesto para que se acercase a la mesa.
—¿Te acuerdas de aquel novio que tuviste a los diecisiete años, el que se marchó a las américas?
Margarita se encogió de hombros. Por supuesto que se acordaba pero él sabía perfectamente que no iba a concederle el estado de existencia a aquel recuerdo al afirmarlo con palabras.
—Esta carta es suya —dijo, tendiéndosela, temblorosa tanto la mano como el ánima.
En la mirada de su hija solo asomó la indiferencia, muy alejada del brillo y la vehemencia con que habría recibido la noticia si la carta le hubiese sido entregada cuando llegó. La tomó y examinó el sobre con desgana, como el colegial que se enfrenta a una tarea que no le motiva. Y entonces arqueó las cejas, frunció el ceño y le clavó una mirada tan afilada que podría haber matado si estuviese formada por algo menos etéreo que la intención.
—Este matasellos es de hace treinta años.
—Sí, lo es.
—¿Y porqué me da esto ahora, padre?
—Mi tiempo se agota. Y no quiero llevar esa carga en mi conciencia. Quizá encuentres en su interior alguna respuesta que puedas haber estado buscando.
—Esas respuestas a las que alude ya me las di yo misma hace mucho tiempo. Y no están en el interior de este sobre sino sentadas frente a mí.
Margarita accionó el encendedor de mesa y la llama despertó de su letargo.
—¿Qué vas a hacer? ¿No vas a leerla? ¿No quieres saber qué dice?
El viejo papel crepitó al entrar en contacto con el fuego, que comenzó a devorarlo con una ansia desaforada. Lo arrojó a la papelera, donde terminó de consumirse.
—No se preocupe por su contenido, padre. Cuando llegue al infierno podrá leerla tantas veces como quiera.