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Querida Emilia - por manuti

Web: http://masmanuti.wordpress.com

«Sinceramente no sé por donde empezar. Así que lo haré lo más formal que pueda.
Querida Emilia:
Espero que esta última carta llegue a tiempo, sé que cada vez es más difícil pero es mi deber enviártela.
Te relataré lo ocurrido de primera mano, por si las noticias que has podido leer, escuchar o incluso ver se alejan de la realidad.
El jueves estalló la central nuclear, aún no sabemos si fue un fallo o un atentado. Literalmente voló por los aires. Ese día hacía viento Norte y la radiactividad empezó a propagarse más rápido de lo previsto. Algún día me gustaría saber para que sirven o sirvieron tantas previsiones fallidas.
Nos llamaron por teléfono a todos los vecinos para que tomáramos las pastillas de yodo, dios mío lo que tardé en encontrarlas, ¿quién se imaginaba que algún día nos harían falta?
Al día siguiente el viento cambió a Sur por lo que llegó al río y hacia la costa. sigo sin saber que os contado, pero es grave, muy grave. La contaminación se sale de todos los niveles recomendados, ayer nos dieron una charla para explicarnos por que no podemos salir del pueblo y por qué deberíamos ir voluntarios a clausurar la central a riesgo de perder la vida. La vida que ya no vamos a tener. Nos dijeron grandes palabras, nos hablaron del país, de la historia, de nuestras familias y amigos, de los que podrían verse afectados si no actuamos responsablemente.
Me gustaría saber que quedará de este país con la crisis que tenemos encima después de este accidente. La agricultura y el turismo lo podemos dar por perdidos, así que sin eso no creo que tengamos ningún futuro. ¿Quién va a querer nuestro vino o aceite si sospechan que está contaminado? ¿Quién va a querer venir de vacaciones pensando en volver con la radiación en el cuerpo?
Si lees esto que sepas que no te pido que huyas por el peligro de la radiación, sino por lo que vendrá después. Si la economía se hunde a los niveles que hemos hablado aquí entre algunos compañeros ten por seguro que lo de menos va a ser tener cáncer.
Por dios, por lo que más quieras, si lees esto corre en cuanto hayas terminado de leer y no pares hasta haber salido del país.»

Emilia lloraba, sin consuelo, el corazón encogido, un llanto sordo que la dejaba sin respiración mientras las lágrimas no paraban de caer de sus ojos. En la cara sucia, se habían formado dos surcos blancos por el contraste.
En la puerta de su casa había dos cuerpos resecos, momificados en aquel ambiente saturado de radiación donde no había lugar para que la carne se pudriera. No sabía quién era el joven de la mochila llena de cartas, pero el otro era su marido. La carta se había quedado entre las manos de ambos cuando les dispararon ¿Por traidores? ¿Por qué ya habían empezado los desórdenes? Nunca lo sabría. Como tampoco sabría si hubiese cambiado su vida recibiendo aquella carta treinta años antes.
La debacle fue tan rápida que no merecía la pena pensar en qué habría ocurrido si la hubiese recibido. ¿Cómo pensó que repartiría todas esas cartas el muchacho? ¿Él mismo? Aunque hubiese llegado a una oficina de correos al otro lado de la zona de exclusión, el correo ordinario dejó de funcionar a los pocos días del accidente para concentrase en dar apoyo a la logística para reducir los efectos de la catástrofe. Luego se prohibió la circulación de transporte de mercancías civiles y luego nos prohibieron movernos a todos.
Solo personal militar.
Después ya era tarde, todo el mundo trató de huir y ante el descontrol en alguna ciudad, en algún sitio, se disparó la primera bala. Siempre hay una primera. Ni más, ni menos importante que las miles que vinieron detrás, solo la primera. Los refugiados de guerra llegaban a las fronteras del Norte o del Sur, triste pedir ayuda al Sur después de tantos años cerrándoles el paso a ellos, y eran rechazados sin excepción. En esta fase de la tragedia la mayoría de los políticos haciendo uso de sus privilegios ya se habían marchado con sus familias, no había nadie para tomar decisiones. Tampoco creo que hubiese cambiado mucho lo que ocurrió.
Emilia se sentó en los escalones de la entrada de su casa y se abrazó a su marido, qué más daba que hubiesen pasado treinta años, al final iban a poder descansar para siempre juntos.