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Sopa de estrellitas - por Emyl Bohin

La rotura de la presa de Tous descubrió unos fondos que hacía años no se habían visto y cuatro húmedos cadáveres sumergidos. Demasiado caldo para tan poco hueso.

Al amanecer un helicóptero de reconocimiento los había divisado y pasó aviso a Protección Civil. Sin tardar mucho la bola llegó a nosotros.

-Gómez, deje lo que esté haciendo y vaya a Valencia han encontrado algo que le gustará. Y llévese a Soriano.

No era mal tipo Soriano, pero no lo aguantaba nadie. Su falta de tacto unida a los malos chistes lo convertía en el pesado del que todos huían.

Estaba a punto de anochecer cuando llegamos, la humedad de aquel octubre se nos metió en los huesos y el aire llevaba un tufo que empezaba a ser irrespirable, no por la presencia de nuestros cuatro amigos, que llevaban varios meses en remojo, sino a consecuencia de la riada los cuerpos de los animales muertos empezaban a descomponerse y el olor nauseabundo se repartía por toda la zona.

Las sirenas de vehículos de emergencia inundaban el aire. Era un continuo ir y venir de ambulancias, bomberos, policía, ejército, curiosos y periodistas. Pero todo ello sucedía más allá del agrietado muro.

A este lado yacían cuatro fiambres que nadie había echado en falta. Atados de pies y manos, cada uno con su mochila llena de piedras a la espalda, trajes en apariencia caros, no les faltaba ni la corbata ni los zapatos, pero no había documentación ni nada que pudiera ayudar a identificarlos.

-Lorenzo -dijo Soriano- Quizá sean directivos de la federación de fútbol y se los ha cargado algún aficionado por la proeza en el mundial o igual ha sido “el naranjito”.

Apenas había terminado su frase Soriano cuando hizo su aparición un camión-ambulancia y un jeep del ejército. El oficial al mando, al que no había visto en mi vida, se dirigió directamente hacia mí

-El juez no vendrá hoy, demasiado trabajo y pocos jueces. Tengo órdenes de llevar los cadáveres al hospital militar y les ruego me acompañen.

Una vez en el tanatorio militar, recibí una llamada de la Dirección General comunicándome que debía abandonar este asunto y regresar a Madrid.

Una semana después la UCD desapareció del mapa político dando paso a la etapa socialista y con ellos la renovación de toda la cúpula policial. El caso fue archivado.

El sonido del televisor se mezcla con los gritos de la calle, han pasado treinta años y el personal celebra la segunda Eurocopa. En esta pensión cercana a Sol las paredes son tan transparentes como la sopa de estrellitas que nos sirve la patrona.

-Lorenzo, el cartero me ha entregado esto para usted, es para ir a correos que tiene usted que recoger una carta o un paquete o algo.

-Gracias Doña Vero.

No sé quién puede enviarme nada. Ni siquiera una multa de tráfico, que a mis 73 años hace tiempo que dejé de conducir y no suelo dar esta dirección a nadie. Más de quince años cenando aquí y aun sigo vivo .

A la mañana siguiente cambié la ruta diaria y me dirigí a correos. Al llegar mi turno el empleado cogió el aviso y recorrió los tres despachos de la oficina, al salir del tercero:

-Perdone ¿es usted Lorenzo Gómez?

-Sí

-Venga por aquí, el director quiere hablar con usted

El despacho era sencillo y pequeño, podía ser del director o de cualquiera. Tras una mesa bastante desordenada un hombre de unos 50 años inspeccionaba una carta por encima de las gafas mostrándome su más que incipiente calva.

-No sé cómo explicarle esto, es para mí bastante embarazoso. Llevamos varios días tratando de localizarle. Gracias a Dios que le conocen en la policía. Verá, hará cosa de dos meses apareció una carta dirigida a usted. El problema viene porque esta carta fue remitida hace 30 años. No sé cómo ha podido suceder, nadie se explica esto, pero… sí me firma usted aquí yo le hago entrega del documento.

Cogí la carta, comprobé que era mi nombre, la dirección que tenía entonces y el sello de catorce pesetas con el dibujo de Joan Miró franqueado, pero sin poder distinguirse la fecha del matasellos.

Guardé la carta y estuve paseando sin rumbo, por fin me decidí a abrirla.

Señor Lorenzo Gómez:

Usted a mí no me conoce pero he sabido que es el encargado de la investigación de los cadáveres aparecidos en la presa de Tous. Tengo información que puede ayudarle a resolver este extraño suceso.