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El sobre - por Irati

El sobre parecia viejo, mucho más viejo que que las facturas, las revistas y las postales que solían recibir. Marco avanzó hacia la puerta de su casa, con el montón de cartas bajo el brazo y el misterioso sobre dando vueltas en sus manos y su cabeza.
Estaba dirigido a la abuela, pero ella estaba de viaje. Al principio pensó en dejarla con el resto de cartas para que ella la leyera cuando volviera de sus vacaciones, pero algo en el gastado sobre le atrajo demasiado. Puede que fuera el color amarillento, puede que el amargo olor que despedía. Algo que no había sentido hasta entonces en sus diez años de vida lo impulsó a levantarse la camiseta y guardarlo debajo antes de entrar en casa.
Papá estaba en la cocina cuando entró, preparando el desayuno. Marco dejó lo que llevaba bajo el brazo sobre el microondas.
El sonido de las tostadas al saltar lo sobresaltó, pero se giró justo a tiempo para ver a su padre estirándose con gesto dramático, con un plato en su mano, para coger las tostadas antes de que cayeran al suelo. Las tostadas volaron un metro pero fueron a caer al plato.
Papá se inclinó saludando a un público invisible, y Marco rió. Él le devolvió la sonrisa.
-¡Tenemos que arreglar esto o nos vamos a encontrar con un agujero en el techo!- bromeó mientras comenzaba a untar las tostadas con mantequilla -. Llama a Daddy y a Lucía, que ya está el desayuno.
Marco asintió y salió corriendo, aún riendo a carcajadas.
Lucía, su hermana pequeña, de cuatro años, estaba en su cuarto con Daddy.
-Papá dice que ya está el desayuno -dijo, y antes de que pudieran responderle corrió a su habitación a dejar el sobre, que empezaba a rozarle la piel.
-¡Vale! -escuchó la respuesta de su padre y su hermana.
En la cocina, engulló las tostadas y los cereales. Daddy le dijo que no se atragantara. Papá aportó que una vez a él le había salido un cereal por la nariz al hacer eso. Daddy lo miró con seriedad y luego ambos rompieron a reir.
En cuanto volvió a su habitación, sacó el sobre de debajo de la carta y, con cuidado de no dejar pruebas, fue despegando su abertura.
Finalmente el papel se despegó con un sonido hueco. Marco examinó su interior, sorprendido. Junto a un papel doblado encontró un trozo de tela. Al sacarlo vio que había sido blanco, pero estaba manchado de un líquido oscuro que lo volvía rígido y algo viscoso. Marco se acercó a la luz de su ventana para observarlo.
Se le escapó un grito ahogado, y luego el pañuelo se deslizó como una sombra entre sus dedos.
Marco notó que temblaba.
Sangre.
Sin molestarse en recoger la tela, abrió el sobre y extrajo la carta. Rápidamente miró la firma, buscando un culpable: “Jaime”. Eso enfureció aún más a Marco: ¡el monstruo que le había enviado eso a su abuela se llamaba como Papá! Marco leyó, los ojos como platos.

Lo siento mamá, pero ya no aguanto más.
Los demás chicos del internado dicen que los maricones como yo estamos mejor muertos. Creo que tienen razón.
Te envió mi sangre, que es tu sangre. El resto manchará mi habitación.
Tu hijo Jaime.

Sintiendo que la cabeza le ardía, Marco se arrodilló y recogió la tela manchada de sangre. La sangre de su padre.
De pronto lo olvidó todo. Se hizo un vacío en su mente. La emoción, el misterio… ya no estaban allí. Sintió que la vista se le nublaba. Apretó con fuerza la tela; así, sangre en una mano y tinta en la otra, bajó a la cocina.
Sus padres estaban allí, recogiendo el desayuno. Sintió sus miradas posándose en su pálida cara, y luego en las manos, que le colgaban a ambos lados del cuerpo.
Daddy se levantó, lo cogió en brazos, lo abrazó. Papá lo miraba fijamente.
Marco se sentía vacío, consciente por primera vez de que ese momento, y su familia, podían simplemente no haber existido. Hubieran quedado perdidos en la niebla si su padre hubiera acabado con todo.
Al fin Papá se levantó, cogió la carta y la tela de las manos de Marco y lo abrazó también.
-¿Qué pasó? -preguntó al fin Marco, con un hilo de voz.
-Yo entré en la habitación -oyó que Daddy susurraba en su oído.
Sintió la sonrisa, ligera como una pluma, de Papá en su mejilla.