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Destino erróneo - por Muse

“Ana,
el abuelo ha fallecido. Como él predijo, murió el día de su nonagésimo cumpleaños. Ya sabes lo cenizo que era y, al final, su afán por no ver el mundo vuelto del revés se lo ha llevado al jardín de los quietos de un ataque al corazón. Me acuerdo de cuando eras pequeña, Ana, cuando el abuelo se puso malito y le decías a tus amigas que lo habían operado porque era tan bueno que tenía el corazón muy grande para un cuerpo tan delgadito. Qué ingenua eras, Anita, ¡qué dulce! Y ahora, diez años desde que te vi por última vez, estoy segura de que estarás igual, un poco más alta y más mujerona, pero tendrás los mismos ojillos traviesos”.
Ana se quedó perpleja. Una tía que no recordaba le acababa de comunicar la muerte de un abuelo que no tenía. Su abuelo materno murió cuando ella tenía doce años y el de su padre, cuando ni siquiera había nacido. La caligrafía de aquella mujer desconocida era excepcionalmente correcta, las letras estaban rematadas y las mayúsculas muy bien perfiladas. Ana era estudiante de Historia y estaba especialmente interesada por la paleografía, por lo que supo reconocer al instante que aquella carta no estaba dirigida a ella, más que nada, porque pertenecía casi a otra época.
Se puso las gafas y cogió su lupa para observar con detenimiento aquella carta. El papel, amarillento y desgastado, olía a viejo. El trazo de la pluma era firme y clásico, y todos los cabos de las letras estaban sujetos. “Una personalidad interesante”, pensó Ana, “esta mujer tiene las cosas muy claras”.
¿Cómo había llegado a sus manos aquel tesoro? Ana guardaba en un pequeño baúl una infinidad de notas que encontraba por la calle, recibos e incluso alguna declaración de amor. Era una apasionada de las letras, casi fetichista de ellas. Pero esa carta no era otro papel más que guardar y sacar cuando estuviera melancólica, sino que tenía un destinatario desconocido que aun no la había recibido y, ¿quién sabe?, a lo mejor no conocía el contenido de esas letras. Revisó el sobre que la contenía y, en cuanto leyó la dirección, supo hacia dónde dirigirse. Cogió su bolso, se puso los zapatos y caminó rumbo al metro. Mientras el vagón viajaba por las arterias de Madrid, estuvo a un instante de arrepentirse, bajarse en la siguiente parada y huir de vuelta a su refugio. “No, Ana. Sé honesta por una vez en tu puñetera vida”.
Llevaba mucho intentando cambiar su destino. Tras mudarse a Madrid para estudiar, lo único que había conseguido era una parcela de paz en una ciudad que nunca descansa. Pero, ¿qué es la tranquilidad cuando no se necesita? Absolutamente nada. Lo que Ana necesitaba era un poco de vida, solo un poco. Y aquella carta tan antigua le había despertado.
Cuando llegó a su destino, tan solo tuvo que cruzar dos calles para toparse con la dirección que indicaba el reverso del sobre. Se encontró con un portal señorial que la intimidó. “Llama al portero, Ana, no seas niña”, se dijo a sí misma, y apretó el botón con una mano temblorosa. Pero no había nadie en casa. Lo intentó una segunda vez y una tercera, aunque sin respuesta. Decidió entonces dejar la carta en el buzón y llamó al piso de al lado para que le abrieran la puerta. Un chico hablaba por el otro lado del electrónico.
– ¿Sí?
– Buenos días… Vengo a dejar una carta para el piso de al lado.
– Sube.
Le abrió. Ana entró procurando no tropezarse con el escalón de la entrada y fue directa a la pared donde se encontraban los buzones. Había, por lo menos, veinte. Sintió unos pasos en la escalera que le aceleraron el puso. “Que no me pregunte qué hago, que no me lo pregunte”. A Ana no le gustaba dar explicaciones.
– ¿Eres la de la carta?
Ana contestó sin darse la vuelta.
– Sí.
Por fin encontró el buzón correspondiente, metió la carta y salió del portal con paso ligero.
– ¡Espera! No te vayas todavía.
Ana se detuvo en seco. Había hecho lo que debía hacer, ¿qué quería de ella? No tuvo tiempo de girarse para ver quién la llamaba cuando el chico la alcanzó.
– El piso de al lado era de mis padres, murieron hace años.
– ¿Tu madre era Ana?
– Sí… ¿La conocías?
– Tu bisabuelo falleció. De un ataque al corazón