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Por un clavito se perdió la guerra - por Linda-ravstar

Web: http://www.lindaravstar.blogspot.com

No debería estar aquí. No debería estar escuchando los insultos de mis amigos, vecinos y compatriotas a través de los muros de la cárcel. No debería temer por mi vida ni por la de mi hijo. No en esta época, no yo, que era inocente.

Jakuso, el ocioso carcelero del Cuadrado, balbuceaba y divagaba sobre qué deberían hacer conmigo. Pese a que de vez en cuando asentía con la cabeza, no estaba escuchándolo, más ocupado en mi propia situación que de sus palabras. En ocasiones, las palabras «traidor» y «mala suerte» llamaban mi atención, pero rápidamente volvía a sumergirme en mis pensamientos.

A instantes me entraban ganas de acallarlo a golpes y borrar de su rostro esa sonrisa pensativa y juguetona que se burlaba de mi propia desesperación. ¿Qué había hecho yo para merecer esto? ¿Qué había hecho yo para que todos estuvieran ahora contra mí? ¿Qué tan grande podría ser mi crimen que incluso Aractel, mi mejor amigo, se había convertido en mi mayor acusador?

No tuve tiempo para consumirme en esas preguntas, pues Aractel mismo apareció y me ordenó salir. Nada más colocar un pie en la calle, la turba enfurecida y exaltada de toda la comunidad se fue contra mí entre gritos, insultos y consignas. Estaba mareado y aturdido, incapaz de creer hacía tan solo un mes era un vecino respetado y querido. Ahora era un delincuente. Todo por algo que había ocurrido hacía treinta años y que no recordaba.

Y mi hijo, ¿dónde estaría? ¿Por qué no me habían permitido verlo? Jakuso me condujo rápidamente hacia el Centro, en donde los Oráculos me esperaban en un silencio imposible. Máquinas perfectas, frías y precisas habían reemplazado a los jueces humanos en la labor de impartir justicia y ahora tres de ellos me observaban sin ojos, provocándome un escalofrío.

Mientras me sentaba en mi banco y esperaba a que todos guardaran silencio, intenté hacer memoria. Hacía treinta años yo era cartero; había cumplido recién veintiún años cuando entramos en La Penumbra, ese período que nadie quería recordar y que había ultimado al mundo debido a la desgracia de la tormenta solar que nadie había creído posible.

Guerras. Hambre. Egoísmo. Dolor. Falta de comida. Falta de comunicaciones. Violencia. Los países desmembrados en grupos humanos miserables que se peleaban para sobrevivir. Y la causa de todo ello: el corte de la electricidad. En esa época, yo era cartero… No había hecho nada que otros no hubieran hecho. Muchas cartas se perdieron entonces y seguramente muchas estaban a mi cargo. ¿Por qué yo era el único que temía por su vida entonces? ¿Y por qué luego de tanto tiempo?

―Individuo identificado con la marca 5.678. Nuevo nombre: Taker Zilón. Identidad borrada: Daniel Zapata. Acusado de alta traición y genocidio al ocultar información vital para los comandos en la Época de la Penumbra. Su declaración de inocencia ha sido consignada.

Su tono mecanizado me dio un escalofrío en la espalda cuando mencionó mi antiguo nombre. Hacía mucho que no pensaba en el pasado. Nadie lo hacía. ¿Por qué ahora todos se empeñaban en obligarme en hacerlo?

―El Tribunal ya tiene un veredicto. ―La expresión inhumana de la máquina-juez casi me hizo querer gritar―. Antes de dictar sentencia, se hará lectura de la carta.

Aunque la velada injusticia de verme acusado de algo que no recordaba crecía, la emoción y la esperanza que me embargaron, superaron con creces todas las emociones. No tenía nada que temer. No había nada que pudiera inculparme, porque yo no era un traidor ni había causado ninguna muerte. Fueron la falta de electricidad, de comunicaciones y la naturaleza humana las culpables de todo.

Pronto volvería a casa. Pronto volvería a dormir en mi cama, volvería a abrazar a mi hijo y todo esto sería tan solo un mal recuerdo y quizás una anécdota para cuando mi tiempo empezara a llegar a su fin.

Se hizo silencio cuando una de aquellas ―repugnantes― máquinas alzó la hoja de papel y empezó a leer. Abrí los ojos con horror. El corazón se retorció sobre sí mismo en el interior de mi pecho y no pude evitar que un grito de dolor e incredulidad se arrancara de mi garganta.

“Querida mamá

Aquí tenemos electricidad.

Te quiere

Kan Zilón”

Yo era cartero en esa época. Y no había enviado la carta más importante de toda mi vida, la que lo habría cambiado todo. Sabía que mi hijo estaba muerto. Sabía que iba a morir por traidor.

Y sobre todo sabía que era culpable.