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Las mentiras del pasdo - por Early Bird

-Vir, cariño, me tengo que ir. Ha sido un funeral precioso. Tu abuela estaría orgullosa.
-Muchas gracias Marga. Sin tu ayuda, querida amiga, no lo podría haber hecho.
-¿Seguro que quieres quedarte aquí tan sola? Ya sabes que en casa tenemos espacio de sobra.
-Sí, no te preocupes. Estaré bien. Además, todavía tengo que empaquetar sus cosas antes de que venga el de la inmobiliaria…
-¿Al final la vas a vender?
-Sí, la casa es muy grande para mí sola. Aparte… No creo que fuera capaz de vivir aquí sin ella.
-En ese caso, es lo mejor que puedes hacer. Bueno, me voy. Si cambias de opinión con lo de venirte a casa… ya sabes.
-Gracias, lo tendré en cuenta.
Acompañé a mi amiga hasta la puerta y me despedí de ella con un abrazo. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no echarme a llorar. Llevaba dos días reprimiendo las lágrimas y notaba que mis fuerzas comenzaban a flaquear.
Nana lo había sido todo para mí. Se hizo cargo de mi educación cuando mis padres fallecieron en un fatídico accidente de tráfico. Durante años, trabajó día y noche para que no me faltara de nada. Consiguió que fuera a los mejores colegios del país, que estudiara idiomas en el extranjero, incluso, me compró un apartamento en la ciudad para que tuviera mi propio espacio mientras estaba en la universidad. Se esforzó tanto por hacerme feliz… que se olvidó de su propia felicidad. Nunca intentó rehacer su vida tras la muerte de mi abuelo, tan solo un año después de que me acogiera en su casa. En las pocas ocasiones en las que le pregunté por ello, su respuesta siempre fue la misma: Yo ya he encontrado a mi alma gemela. Está esperándome al otro lado.
Reprimí el sollozo que los recuerdos habían avivado. Sabía que una vez se abrieran las compuertas no habría forma de cerrarlas. Debía mantenerme serena, al menos, hasta que las cosas de nana estuvieran en orden. Eché la llave por dentro y me dirigí hasta la cocina para prepararme algo de beber. Algo fuerte, que me nublara la mente lo suficiente como para poder mitigar durante unos minutos el dolor que sentía en el pecho.
Una vez allí, mientras saboreaba mi copa de brandy, comencé a revisar la pila de correo que se había acumulado en los quince días que mi abuela había estado ingresada. Oculta entre las cartas de publicidad y las facturas, se encontraba un pequeño sobre dirigido a la Sra. Rosenberg, el apellido de soltera de mi abuela. Extrañada por tal ocurrencia, lo cogí con cuidado y comencé a inspeccionarlo. Era de un color ocre desvaído, con un tacto acartonado, parecido al del pergamino, y con cierto olor a rancio. Sin vacilar cogí un cuchillo del cajón y lo abrí con un movimiento rápido y preciso. En su interior, había una fotografía en la que aparecía un grupo de gente. En el plano central y sentadas sobre un sofá marrón de piel, se hallaban dos mujeres de unos 40 años sonriendo a la cámara de manera desenfadada. Una de ellas, la que estaba situada en el lado izquierdo del sillón, sostenía una niña de grandes ojos verdes que se chupaba el dedo con fervor. Sin poderlo remediar, estallé en lágrimas al reconocer a mi madre.
No recordaba haber visto nunca una foto de ella con esa edad. Debía tener alrededor de 5 años, a lo sumo. Llevaba un precioso vestido azul turquesa con una V bordada en el lateral. La V por Virginia, su nombre. Se la veía tan feliz y tan cómoda sobre las rodillas de esa desconocida. Pero, ¿dónde estaba nana? Alce la vista hacia la parte superior de la imagen y ahí estaba mi abuela, entre dos caballeros de porte elegante. Su gesto denotaba esa confianza tan característica en ella que yo siempre había envidiado. Esa convicción de que todo lo que emprendiera en ese momento, tendría un resultado más que satisfactorio. Intenté posar la fotografía sobre la encimera para servirme un poco más de brandy, pero mis dedos temblorosos la tiraron al suelo. Me agache lentamente a recogerla y me di cuenta que en la parte posterior había escrito algo.
Berlín, 1982
West-Berlin Zelle. Teilnehmer:
El Capitán Schmidt, Rob, Martha Rosenberg, Abigail, Rose und ihre tochter Virginia
Intenté hacer memoria del poco alemán que aprendí el verano que estuve en Munich mientras releía lo que ponía en el reverso. No pude contener el grito al recordar que tochter significaba hija. Rose y su hija Virgina