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Remordimientos - por SpinnerDark

Web: http://trazosyrasgos.wordpress.com/

Se despertó de golpe. Miró a su alrededor intentando ubicarse. Había vuelto a quedarse dormido en el sofá del estudio. El repiqueteo de la lluvia sobre las ventanas de la habitación estaba acompasado con el suave rasgueo de la aguja del tocadiscos sobre el vinilo. No reproducía otra cosa más que silencio. Se levantó para detener el aparato, intentando olvidar aquello que le había sacado de su breve cabezada. Pero, a unos pasos del tocadiscos, el mismo sonido que le había despertado volvió a atormentarlo. Al final del pasillo, en la puerta principal, alguien llamaba con insistencia.

Levantó el brazo del tocadiscos, se frotó la sien y observó el reloj de pared, frunciendo el ceño intentando enfocar los números. Las tres de la mañana pasadas. Se perdió en su mente al ver el escritorio. La máquina de escribir esperaba con un folio en blanco amenazante. A su lado, una carta aún por abrir; causante de su falta de sueño durante los últimos días. Los golpes le devolvieron de nuevo al presente. Agarró el cinto de su bata para atársela, arrastrando sus babuchas por el frío pasillo en dirección a la entrada del piso.

– ¡Vincent! ¡Sé que estás ahí bastardo! –la voz se oyó desde el otro lado de la puerta. Las palabras se trababan –. ¡Abre de una puta vez!

Se le pusieron los ojos como platos.

– No puede ser…

Más puñetazos, acompañados de su nombre y otras muchas maldiciones, hicieron que se lanzara sobre el pomo para abrirla por completo, antes de que una nueva ondeada de golpes irrumpieran sobre ella. El hombre del otro lado se encontró lanzando su puño al vacío. Era un hombre de entrada edad, con el pelo castaño revuelto, salpicado de canas. Ojos entornados y nariz enrojecida, posiblemente por el frío de la calle, sobre la que se apoyaban unas lentes de contacto pequeñas. Aunque la gabardina oscura le cubría casi por completo estaba empapado de pies a cabeza. Se tambaleaba de un lado al otro y en su mano sujetaba con fuerza el motivo de esta pérdida del equilibrio: una botella de vidrio enrollada con una bolsa de papel.

– ¿Bob? ¿Qué estás haciendo aquí?

– ¡Vince! ¡Cuánto tiempo! –su aliento apestaba a whisky –. ¿Cuánto hace ya? ¿Veinticinco? No, más… –tragó de la botella, y se limpió los labios con la manga–. ¿No vas a invitarme a entrar?

Apartó al hombre de un manotazo y se metió en la vivienda, dando tumbos hasta llegar a la única habitación con luz: el estudio. Vincent cerró la puerta, colocó el pestillo, y siguió el rastro de agua que había dejado su visitante. Lo encontró delante del escritorio, con una fotografía enmarcada en mano mientras empinaba de nuevo la botella.

– Recuerdo esta foto. La tomamos aquel día antes de nuestro gran golpe. Con cuantos, ¿veinte años? Ufff… Cómo pasa el tiempo… –hizo una pausa –. Que persecución tan legendaria. Tres coches de policía tras nosotros. Todavía puedo escuchar perfectamente el sonido de esas sirenas…

Bob soltó una risotada y agarró la carta de la mesa.

– ¡Veo que tú también has recibido una! Ese camión de reparto ha sido noticia mundial. No paran de salir noticias de reencuentros emotivos después de treinta años y mierdas de ese tipo… –la tendió hacia Vincent –. ¿Aún no la has abierto? Seguro que ella quería decirte algo importante.

– Bob… Yo…

– ¡Abre la carta de una puta vez! –gritó, rojo de furia. Al ver que no agarraba la carta lanzó la botella contra el suelo, haciéndose añicos –. ¿Después de lo que hiciste de qué cojones tienes miedo ahora? Ya sabes lo que quería, ¿no es así?

Se hurgó en uno de los bolsillos de la gabardina. Vince se irguió completamente, esperando lo peor. Se tranquilizó al ver que sacaba un sobre arrugado, abierto por un lateral y mojado por completo. Era igual que el suyo, escrito con el mismo puño y letra.

– ¡Rose te vio cómo lo matabas! La manipulaste… ¡Joder, me mentiste a mí! – Aplastó la carta y se la tiró –. ¡Yo la amaba! Sabías que la culpa le estaba comiendo por dentro… Y después, cuando ella… no… no…

Bob rompió a llorar. Las lágrimas le corrían por las mejillas ya empapadas. Cuando Vincent recibió la carta no supo qué hacer. Fue entonces cuando los fantasmas del pasado volvieron para atormentarlo. Agachó la cabeza. Al escuchar el martilleo del revolver entre los sollozos supo con seguridad cual era el motivo de la visita de su viejo compañero.