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La vuelta - por Albayalde

Había imaginado la casa más cálida que la celda. Lo que antes fue su hogar, tal y como lo recordaba, se había esfumado en el instante justo en el que atravesó la puerta. Ya el largo pasillo amarillento y húmedo se lo avisó y poco después se lo gritó a la cara el sonido seco y metálico de la llave en la cerradura.

Ahora estaba allí sentado en una de las sillas de la cocina. Encendió el cigarro y aspiró con lentitud, era el último que le quedaba y la ocasión merecía aprovecharlo bien. Aunque había abierto la ventana, la luz que entraba era escasa. Todo lo demás seguía cerrado y oscuro, como lo dejó cuando tuvo que marcharse. Notó cierto desorden y supuso que habría sido por el obligado registro. Sin embargo, era como si el tiempo allí dentro no hubiese pasado, a no ser por la gruesa capa de polvo que lo cubría todo: los muebles, las cortinas, los objetos, el suelo… cualquier superficie estaba sucia.

Y sucia estaba también aquella carta. La encontró a sus pies en el primer paso que dio hacia el interior. El sobre estaba descolorido y raído. Al abrirlo el papel crujió entre sus dedos haciendo notar el tiempo que había pasado en el suelo. La sorpresa al leer su contenido no le duró mucho, solo unos minutos. Con resignación pensó en la mala hora en que se metió en ese asunto ofreciendo su casa. Le había costado tan caro…

Desde la silla, con el cigarro a medio consumir en la mano, contemplaba la carta sobre la mesa. Allí ante sus ojos estaba el aviso que habría hecho que su vida fuese muy distinta:

“Lo saben. Te espero hasta las tres.”

Acercó el extremo incandescente del cigarro al papel y con la mirada siguió los jirones de humo que comenzaron a subir hacia el techo, donde se desvanecían, perdiéndose en el vacío de la habitación. La carta había llegado tarde, él había llegado tarde, pero pasados treinta años ya todo eso le daba igual.