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Momento y lugar equivocados - por Across

Momento y lugar equivocados.

Era un habitáculo estrecho, apropiado para que lo usase una única persona, pero demasiado pequeño para tres, y más cuando una de ellas se asemejaba en constitución a una montaña. Entraron allí buscando la intimidad que requería el asunto que estaban tratando: la deuda que adquirió Andrés, el hombre con la cara amoratada que estaba a punto de morir por asfixia, con el jefe de aquellos dos matones disfrazados de monja.

La monja más humana, viendo que su compañero iba a matar a Andrés, y sabiéndose impotente para luchar contra la poderosa musculatura de su colega, recurrió a sus dientes en un desesperado intento por salvar la vida de aquel pobre diablo. Su montañoso compinche, al sentir los dientes hundiéndose en su carne, reaccionó dándole un empujón que lo lanzó directo al suelo de la zona común del lavabo; la jeringa que sujetaba en una mano rodó por el firme. En el tiempo que tardó en recuperarla su compañero le había reventado la cabeza a Andrés contra el váter.

El gigantón se irguió y se giró, le temblaba el mentón de pura furia. Cuando se calmó, miró desconcertado a sus manos manchadas de sangre; su compañero agachó la cabeza, resopló y puso los brazos en jarra. Aquella monumental monja salió del habitáculo, seguía mirándose las manos, como buscando en ellas una explicación que aclarase qué acababa de hacer.

-Límpiatelas. –Obedeció-. ¿Estás satisfecho? –le recriminó a la enorme monja. Ésta le miró desde el espejo con gesto avergonzado y subió los hombros-. Sólo teníamos que drogarlo -puso la jeringa a la vista de su compañero- y llevárselo al jefe. Para eso nos disfrazamos, ¿recuerdas? Para sacarlo de aquí pasando desapercibidos y, ahora, ¿qué hacemos?

-No sé, yo…

-Tú, nada –le cortó-. Se la tenías jurada porque te levantó a tu chica y ya está. –Chascó la lengua, molesto-. En fin, tendremos que dejarlo aquí. Cierra la puerta del váter y…

Su discurso se vio interrumpido en seco por un golpe y un gritito algo afeminando. Ambos dirigieron su atención a la puerta cerrada del habitáculo central; había tres. Se miraron, y el más pequeño le hizo un gesto al otro con la cabeza. Éste último intentó abrir la puerta tirando del pomo, pero, y tras tres intentos estériles, destrozó la cerradura de una patada bestial. La monja más humana se asomó al interior, y descubrió una aterrada figura que, acurrucada sobre el váter, los miraba con gesto descompuesto. El muchacho no tendría más de veinte años, y sus rasgos faciales –así como su color de piel- delataban su procedencia hindú.

-¡Vaya sorpresa! –Miró a su colosal compañero con una sonrisa afilada y peligrosa, como un cuchillo, antes de volver a mirar al joven-: ¿Cuál es tu nombre?

-Di… Diego –tartamudeó con un marcado acento extranjero.

-Curioso nombre para un chico con tu cara, supongo que alguno de tus padres será esp… Eso, ahora mismo, da igual. Sácalo de ahí y sujétalo.

La colosal monja obedeció, y una vez fuera, sin más diálogo, le inyectaron el contenido de la jeringa. Unos pocos segundos después el joven presentaba todos los síntomas de una gran borrachera.

-Venga, vámonos.

El gigantón se cargó el cuerpo del joven a un hombro, mientras el otro cerraba la puerta del habitáculo en el que se encontraba el cuerpo de Andrés. Estaban enfilando la salida de los aseos cuando un hombre, de unos setenta y cinco años, entró por la puerta.

-Ya, ya sé que es navidad, hija, pero el vuelo se ha cancelado, así que tendré que pasar… -dejó de hablar por el teléfono al percatarse de la presencia del extraño trío.

Miró al joven que colgaba, con claros síntomas de embriaguez, del hombro de una monja descomunal con la cara machacada de un mal boxeador.

-¿Está bien? –preguntó mirando al chico.

-Sí, claro, cuando le hemos encontrado no podía ponerse en pie y le hemos ayudado a venir al baño, pobrecillo –replicó la monja delgada con un timbre femenino, poco creíble-. Le hemos convencido para que pase la noche en el convento. Hablando del convento, sí nos disculpa, caballero…

Abandonaron la estancia a toda prisa. El hombre se quedó sumamente extrañado por el aspecto tan peculiar de aquellas monjas, algo no le cuadraba, pero al escuchar la voz preocupada de su hija al otro lado del móvil, dejó de pensar en aquel trío y volvió a lo suyo, inconsciente de que el chico sería asesinado esa misma noche al ritmo de .