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Un pasito pa´lante Maria - por ricotruj@hotmail.com

Acababa de aterrizar en Madrid –Barajas y todavía estaba en una nube de humo, y nunca mejor dicho, tras dejar Amsterdam…ese viaje me había aportado muchas experiencias personales y gente nueva y peculiar que había ido conociendo durante los tres meses de estancia.
Debía tomar otro vuelo desde Barajas a Cádiz para pasar las Navidades con mi familia. Tenía muchas ganas de verlos a todos aunque no me entiendo muy bien con ellos. Solo con mi hermana pequeña, Ana, de 22 años, que es la única con la que comparto ideales y pasiones.
Le llevaba un regalo especial a Ana, que sabía que le haría gracia: una caja de galletas de maría. Yo las había probado en un par de ocasiones y aunque no eran nada del otro mundo por su sabor ni por sus efectos sabía que a Ana le parecería un detalle gracioso.
Para mis padres llevaba quesos y para mi abuela Pepita, stroopwafels, una especie de galletas con caramelo muy dulces que seguro que le encantarían .Sí, tenía muchas ganas de verles y relajarme unos días…y sobretodo de comer bien en casa y dejarme de croquetas y fritos.
Al salir del avión y buscar mi vuelo de conexión me dijeron que ¡estaba cancelado! no me lo podía creer. Era la primera vez que me sucedía algo así y en una víspera de Navidad…Mi vuelo no era el único cancelado por causas meteorológicas. Parecía ser que el frío de Madrid había congelado los motores de los aviones y el proceso para descongelarlos era lento.
Las explicaciones no lograban aplacar a los viajeros, un gran jaleo se formó en la terminal, silbidos, voces elevadas de gente enfadada…y yo sin poder creérmelo. Me anunciaron que saldría en un vuelo por la mañana y me vi solo pasando la noche en el aeropuerto.
Había gente con niños pequeños, incluso gente mayor así que de repente no me pareció que mi caso fuese el peor. Solo que no llegaría para pasar la Nochebuena en familia pero yo era un chico joven y podía pasar la noche en el aeropuerto de cualquier forma.
A mi lado había una monja de unos 60 años, bajita y vestida de blanco se agarraba a otra de sus compañeras y se miraban muy serias. Una de ellas tropezó con su propia maleta y fui a ayudarla a ponerse en pie.
Las hermanas muy agradecidas se presentaron y empezaron una conversación. Se llamaban Milagros y Teresa y vivían en el convento de las Góngoras en Chueca. Se disponían a tomar un avión a Palencia para pasar las Navidades con sus familias y también tenían el vuelo cancelado.
Se mostraron interesadas por mí de inmediato, de donde venía y a donde iba. Empezamos a mantener una conversación mientras esperábamos a ver si había alguna nueva noticia más esperanzadora y sin darnos cuenta estábamos los tres sentados cómodamente charlando.
Eran muy amables y me escuchaban tan atentamente que les hice revelaciones de mi vida, sentimientos muy personales sobre mí, lo que pretendía hacer en la vida, sobre lo que pensaba de determinados comportamientos humanos. La conversación fluía sin darnos cuenta.
Se hacía tarde, me sonaba la barriga y no había noticias nuevas así que las monjas me invitaron a ir a pasar la noche al convento y volver por la mañana para coger nuestros vuelos y así no pasar la noche solo .Yo les decía que no era necesario, que estaría bien. Me sentí tentado por un momento a decir que sí. Habría que verme entrando al convento a pasar la noche y contárselo luego a mi familia. Yo que nunca entraba a una iglesia…
Sin embargo estaba siendo una de las mejores experiencias que tenía en los últimos días, muy interesante escuchar sobre su modo de vida, su fe y sus creencias. Decidí sacar las galletas que llevaba para mi hermana y ofrecérselas a Milagros y Teresa que aceptaron gustosamente mientras yo les explicaba que eran unas galletas típicas de Amsterdam, de larga tradición y que tenían efectos beneficiosos ya que eran calmantes.
Ambas estaban maravilladas por el descubrimiento y continuaron haciendo preguntas de Amsterdam, de costumbres, comidas y todo lo que se les ocurría.
Se despidieron de mí con un fuerte abrazo y yo sentí como si fueran mis tías o mi abuela, un gran cariño por su parte. Se fueron solas al convento y les regalé el paquete de galletas para que lo disfrutaran por el camino y ellas me regalaron un pequeño escapulario que a mi abuela le encantó.