Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

La historia repetida - por Luciano Sívori

Web: http://www.facebook.com/sivoriluciano

– Y ahí estaba yo… 24 de Diciembre, atrapado en el aeropuerto de Santa Cruz. Eso es en Bolivia – aclaró el abuelo Diego, mirando con ternura a Sofía.

Jorge refunfuñó. Era aquella historia fantástica de nuevo. Él había oído a su padre hablar de eso tantas veces que la conocía de memoria. Claramente, nunca había sucedido… era imposible. ¿Por qué tenía que relatar ese mismo suceso en cada ocasión familiar? Se dignó a seguir escuchando, aunque ligeramente irritado. Esta vez su viejo dirigía su relato hacia su nieta, quien lo escuchaba con atención.

– El vuelo se había cancelado y yo sólo quería regresar a casa – continuó, emocionado –. Era buscar un hotel y salir al día siguiente o esperar 6 horas para un vuelo que salía a la madrugada. Fuera como fuera, iba a pasar Navidad en un país extraño y solo, completamente solo.

La tetera comenzó a chillar indicando que el agua ya había hervido. Jorge se levantó a preparar el café preguntándose, por milésima vez, si su padre realmente creía su propia mentira. Diego notó el desinterés de su hijo y comentó, en voz alta, que su nieta ya estaba grande para entender. Sofía no le quitaba los ojos de encima, absorbida por las palabras del anciano.

– Es curioso: un aeropuerto es un lugar de encuentros felices, pero a mí me abrazaba una inmensa soledad, Sofía. Pero entonces ocurrió lo increíble. Allí estaba, sentada sobre una de las butacas, la mujer más hermosa del mundo: tu abuela.

Jorge regresaba a la mesa con café y unas galletas mientras su viejo seguía hablando, con unos ojos ya un poco vidriosos por los recuerdos de aquella noche.

– Dicen que cuando uno conoce al amor de su vida, Sofía, el mundo se congela por completo. Y es cierto. A mí me pasó, lo único que escuchaba eran mis propios latidos del corazón. Allí había un par de monjas con sus rosarios en las manos. Un muchacho, de no más de 25 años, tomando la cartera de un distraído señor mayor, que hablaba desesperadamente por teléfono. 5 segundos antes había habido mucho movimiento: y ahora la escena era una fotografía hermosa. Miré hacia mis alrededores, sin entender demasiado, y comencé a acercarme a tu abuela. Ella tampoco se movía… pero me miraba. ¡Oh, sí! Me miraba.

Corrió una brisa, una bocanada de aire fresco que ingresaba por la ventana semiabierta. Sofía seguía mirando a su abuelo con una postura tan inmóvil como los protagonistas de su historia.

– Me acerqué y le dije una tontería… algo del estilo “también se canceló tu vuelo, ¿no?”. Era un estudiante de Ingeniería, no un poeta… fue lo que me salió. Todo el mundo en aquel aeropuerto volvió a moverse y ella me mostró una radiante sonrisa. Era todo lo que necesitaba. Me senté y comenzamos a hablar. Toda la noche. De alguna extraña forma, siento que el tiempo se detuvo para mí también en aquel aeropuerto, y que nunca salí de allí – suspiró, reclinándose hacia atrás –. Y gracias a esa noche mágica, 1 año más tarde nació el ingrato de tu padre – finalizó burlón.

Un hombre con la edad de su viejo, reflexionó Jorge, cuenta tantas historias que termina creyendo todas y cada una de ellas. Era una metáfora hermosa, pero no había motivo para ilusionar a una niña de 9 años sin razón.
– Bueno basta, papá – comentó finalmente –. Estamos en el 3018. Sí: colonizamos Marte, y hasta podemos comunicarnos con la mente. Pero nunca nadie, en la historia de la humanidad, logró detener el tiempo… y mucho menos al ver al “amor de su vida”.

Diego, furioso, estaba por responder cuando de pronto se quedó congelado. Alguien intentaba ingresar a su cabeza. “Tranquilo abuelito, yo sí te creo”, dijo una voz femenina dentro de él. Observó a Sofía con sorpresa y se quedó sin palabras. No tenía idea que ella ya pudiera hablar con la mente. “No le puedo contar a papá… se enfadaría conmigo si supiera que yo también puedo hacerlo. Detener el tiempo. Quizás se salteó una generación, o tal vez papá no conoce el amor como vos y yo. Mirá, dejame mostrarte”.

Las agujas del reloj se detuvieron y Jorge se paralizó, con el café en la mano y sin siquiera pestañear. Diego, aún con sus 75 años encima, se incorporó de un salto. Su cuerpo entero temblaba de emoción. Miró a su nieta y sonrió. Sonrió con la boca, con los ojos, con la nariz, con todo.